El Magazín Cultural
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La escena de un escritor

Es dramaturgo, claro, así le dicen, y habla en presente como si estuviera escribiendo. Cuenta su vida sin formalismos, abriendo paréntesis de cuando en vez para hablar sobre algo, de un escritor o una obra, cualquier cosa.

Adriana Marín Urrego
27 de diciembre de 2012 - 06:42 p. m.
Felipe Botero, dramaturgo. / Óscar Pérez
Felipe Botero, dramaturgo. / Óscar Pérez

No lo hace por petulancia, para mostrar que sabe. No. Lo hace, porque aparece en su discurso y siente la necesidad de profundizar, de mostrar lo que siente con respecto a eso. Es todo. Lo dirá en presente, apropiándose de ello, como si aún fuera ese estudiante de colegio que cambió la ciencia política por el teatro y que se fue a estudiarlo a Madrid. El estudiante que regresó, un año después, por situaciones externas a él mismo, haciendo consciencia de que todavía le quedaban muchas cosas por aprender: “Me doy cuenta, además, de que no sabía pedir trabajo. Cuando sales del colegio eres un niño y te crees supermán. Luego te das cuenta de que no, de que eres un pobre estúpido”.

Cuando regresa, de 20 años, aparece el Teatro R-101 como una posibilidad laboral. Gracias a Felipe Vergara, entra como asistente de dirección y allí se le entrega de frente a la pregunta de si es esa, realmente, la vida que quiere tomar. Le ponen el reto de encontrar una respuesta desde el oficio, haciéndolo, y él la asume con entereza: —“Así sea cargando cajas, hermano”, dice. Desde adentro entiende que el teatro, sobre todo en este país, implica un sacrificio grande: “El teatro aquí se hace con las uñas. Si en algún momento quiero volver a Colombia, tengo que saber que aquí es difícil y que cuesta. Te cuesta vida y sangre y lágrimas, te cuesta”.

La decisión es que sí: esa es la vida que quiere. No quiere subirse a una “escalera” corriente para estudiar, ser politólogo, casarse y tener hijos. Su vida tiene que continuar en Madrid, porque una ciudad no le va a ganar, y allá llega —sin saber si va a volver o no— a terminar la carrera que había dejado empezada. Cambia la escuela, sin embargo, y entra a estudiar con Jorge Eines, su gran maestro. Gracias a él aprende el verdadero trabajo de un actor, lo que debe hacer cada vez que aparece en escena. Y esa idea lo emociona: “Me parece bonito pensar que el actor no actúa, interpreta. Es como un músico. Interpreta su propio cuerpo, que es su instrumento, y el texto, que no es más que una partitura musical”.

Así, de interpretación en interpretación, termina escribiendo. Todo, porque hay cosas que, como actor, no encuentra cómo contar y descubre que desde el papel lo puede hacer. Puede ser casualidad que vuelva al país, se reintegre con el R-101 y termine en un rollo para escribir una obra sobre negritudes. Todo eso puede ser casualidad. Pero de ahí sale Blackout, una obra de ocho negros en una cocina, y el apoyo de Hernando Parra y de Ramsés Ramos para que escriba una nueva obra para el R-101: El ausente. Esta última tiene tanto impacto, que termina reseñada en Luchando contra el olvido, una publicación del Ministerio de Cultura sobre las dramaturgias del conflicto.

No se considera un gran escritor, para nada. Dice que todo ha sido un proceso de exploración en el que, después de intentar escribir una novela y varios cuentos, lo más natural es que se incline por el teatro, pues a eso se dedica. “Porque a mí me dicen dramaturgo y yo les digo: no, yo no soy dramaturgo, yo soy un actor que le dio por escribir”.

 

Por Adriana Marín Urrego

 

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