El Magazín Cultural

"Escribir por escribir": una leve potestad

Presentamos el prólogo de "Escribir por escribir", libro del escritor Jair Villano que será presentado hoy, 21 de octubre, en el auditorio Radio Nacional, a las 4:30 p.m.

Juan David Ochoa
21 de octubre de 2018 - 03:16 p. m.
Escribir por escribir, la antología de textos sobre literatura y cine de Jair Villano tiene el equilibrio sutil entre el atrevimiento y el análisis pensado. / Cortesía
Escribir por escribir, la antología de textos sobre literatura y cine de Jair Villano tiene el equilibrio sutil entre el atrevimiento y el análisis pensado. / Cortesía

Volver sobre los libros y expandirlos en otra dimensión nunca abierta ni explorada solo puede hacerse desde el arrojo de quien sabe que el juego interpretativo también impone otro sello personal y otra música que los reinventa, otro ritmo que los haga tronar de nuevo en la memoria de esa vieja y estática existencia, otra posibilidad de trascenderlos o destruirlos desde el mausoleo del idealismo; una leve potestad para girar la historia de un libro que puede mutar frente a los siglos.

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En esa misma susceptibilidad, producto del azar y del juicio de un nuevo intérprete, William Shakespeare pudo elevarse entre olvido al que fue condenado durante 100 años por la indiferencia, el enciclopedismo francés y esa ola de divulgadores que hicieron estallar el mundo con la revolución que estallaría por la emancipación de las nuevas ideas y ese rescate de los viejos libros, hizo que Macbeth, El Rey Lear y Otelo tuvieran la atención coyuntural y nostálgica de esos viejos reinos que otra vez aparecían en el tiempo como un eterno retorno humano y político. Y fueron ellos, Montesquieu, Voltaire y Diderot, quienes hicieron de Shakespeare un escritor renovado, y de sus obras las nuevas catedrales del canon. Sucedió lo mismo con los libros de Aristóteles que sobrevivieron al fuego en Alejandría; los escolásticos, a su manera y a su forma, reinterpretaron sus teorías para adaptarlas a la conveniencia del tiempo, y sucedió lo mismo con Platón, con Séneca y Cicerón, con Marco Aurelio y con los textos bíblicos y con los mismos enciclopedistas, después, cuando ya eran polvo, viento y leyenda.

"Escribir por escribir", la antología de textos sobre literatura y cine de Jair Villano tiene el equilibrio sutil entre el atrevimiento y el análisis pensado; una conjugación que apuesta también por la construcción de un ritmo propio y una musicalidad sobre la musicalidad de los textos atendidos. Tiene el plus de un índice con libros poco tratados por el idealismo y la prevención de insultar obras consagradas en el estatus intocable de la divinidad, y tiene la seriedad de tocar las fibras más frágiles sin acudir a la ingenua arrogancia de un destructor. Sostiene el pulso de un lector y un espectador que cuida y conoce las virtudes de la retórica y las licencias poéticas, las abstracciones abiertas del arte y la inutilidad de un juicio sustentado en un canon irrompible. Como escritor conoce también la frivolidad de los prejuicios, y en sus textos solo acude a la crítica desde el juego de la creación, no desde la reglas. Sabe que los grandes renovadores de la tradición solo pudieron generar esos sismas desde la irreverencia frente a las leyes sagradas.

En ese mismo juego transcurren los textos de Villano, acoplando y ajustando anécdotas con el quehacer y las minucias de páginas que podrían perfectamente haberse tomado con la liviandad y la confianza ante la grandeza de una figura de culto: Andrés Caicedo es tratado aquí como el mortal frágil y tambaleante que su juventud eterna demostró en su vida y en sus diarios, con la misma franqueza con la que Andrés escribía sobre cine y música y sus propios idealismos. También están retratados los que hicieron de su obra un esbozo de los mundos marginales con técnicas crudas: Cheever y sus cuentos barriales, Carver y su realismo sucio y su técnica  lacónica de pequeños y violentos destellos, y los contemporáneos que siguen ascendiendo al mito: el impresionante y metódico Jonathan Franzen, el misterioso y romantizado Tomas Gonzales, y las viejas películas alumbradas por el fervor y la leyenda que continúan elevándose aunque hayan pasado varias décadas de sus estrenos. Taxi Driver vuelve a tener la atmosfera humeante de esas calles de Nueva York con sus maleantes en la sombra y la paranoia progresiva de ese papel paradigmático de De Niro y la majestad direccional de Scorsese para ahondar aún más en pequeñas trascendencias opacadas por la espectacularidad y el boom que generó en la crítica.

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Estos textos tienen el tono fresco de un escritor contemporáneo que aparece en la escena de la crítica con el método de la nueva visibilidad que inauguró Talese: una visión que intenta captar los destellos de luz debajo de las puertas de las viejas y grandes sentencias para salvar los pequeños heroísmos entre el ruido de otras proezas, o nombrar los yerros y los deslices de quienes tienen aún el manto de la infalibilidad.

Por Juan David Ochoa

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