El Magazín Cultural
Publicidad

“Escribo para ver el resplandor”: Orietta Lozano

Orietta Lozano presenta su nueva obra, “Albacea de la luz”, de la editorial Cuadernos Negros, un poemario que reúne la sutileza del lenguaje y la furia del amor.

Camila Builes
21 de agosto de 2015 - 02:30 a. m.

Después del libro, después del dulce y de la luz de cada letra, después del puñal en cada verso, sólo bastaba conocerla. Caleña. Orietta Lozano nació entre el cañaduzal del Valle y la salsa brava. Es poeta, como pocas. Es mujer, como muchas: con la frente pasiva, los ojos altivos, negros o cafés o verdes —depende del genio— y lejanos. Tiene la valentía que dan siglos de sumisión y que se impregna en los genes como el rastro de las cenizas en las que se convirtieron cientos de mujeres quemadas, asesinadas, golpeadas. Orietta Lozano fue directora de la Biblioteca del Centenario de su ciudad natal. Conocerla, como fuera. Entonces la escuché decir:
 
“La poesía, después de todo, tiene una función física, orgánica, funcional, maquínica, abrir el umbral del infinito, romper el círculo del tiempo, restaurar un hueso quebrado, arrancar alambres de púas, destapar un agujero, absorber el aire, resolver un enigma, bosquejar una ciudad en un campo de crisantemos.
 
La palabra es el elemento que succiona, arrasa, repliega, extiende, devela; la poesía es una orden, una profecía, un edicto; el poema es un proceso de demolición, de destrucción para reconstruir, reinventar, reiniciar, regresar a lo más primigenio y delatarse en el más lejano futuro, en la nada, poblar el vacío, inventar un pueblo. Escritura-cuerpo, físico, escrituario, espiritual, actual y virtual, desarticulándose, despertando a un estado alterado de sensaciones misteriosas, mágicas, aleatorias. En vez de hablar, adivinar, olfatear, rugir, resoplar, mugir, mirar en círculo. Devenir animal, como los jinetes de ballenas, crujir como una máquina de coser, rodar como una bicicleta, permanecer impasible como un guijarro, fluir como el río, sentir como una mandrágora, deshacer el rostro, dormir como una estrella, flotar como una nube, amar como un trilobites, ser una y la multitud de células inhalando y exhalando como máquinas con alas, máquinas-ángeles, resoplando, musitando... Respirar como una piedra para un día sacar la cabeza y caminar y arrojarnos hacia el resplandor del águila, al vórtice del asombro, hacia la línea profunda de la herida de una fisura. Tan lejos y tan cerca del ruido de la tierra, tan lejos y tan cerca del silencio del cielo. La simpleza y el esplendor, la inocencia y la barbarie; sin ninguna complacencia ese paisaje vendría a ser el poema.
 
Cuando podamos sacar tentáculos por todos los flancos para fusionarnos al mundo, al más pequeño, al más extravagante, y ver en cada acto, en cada paisaje, oír en cada sonido, la alegoría de la vida, el canto más oscuro, que por más oscuro ilumine, que por más telúrico resplandezca. El poeta vislumbra su horizonte más lejano, descubre su rostro más oculto. La escritura cuando va a la página en blanco está impregnada de estos destellos y el poeta ve su resplandor, le insufla aliento a la palabra, se repliega a ella, le da velocidad, la mortifica, le suplica, le ordena, le extrae su sangre y le ofrece la suya, descifra su más alto silencio, su alquimia, su más oculta significación, la sacude, la vuelve cuerpo para extender su mano y tocar su alma. 
 
Palabras, palabras que se comen todos los días. Diario-luciérnaga, diario-libélula, diario-polilla. Mis poemas los dejo perderse como cortes, como agujas ciegas, sin agujeros por donde salir, como una especie de paisaje visto desde el ojo ciego de la infinitud, donde camine junto al lector con un cierto excavarse en la agitación y la agonía que también es quietud y calma.
 
Con suerte camino la insoportable orilla de Trakl; contemplo a Kafka en el eterno proceso de su angustia; Sábato, con la mirada oblicua sobre héroes y tumbas; Emily, luz del resplandor de la blanca luz; Camille, en la fisura luminosa del infierno atroz; Alejandra, trazando un relámpago en el hueco del poema; Blake, paralelo al rojo crepúsculo; Artaud configurando un nuevo cuerpo. Vislumbro las sirenas de Ulises encadenado, la brújula lunática de Conrad delirante, la línea secreta de los ángeles de Rilke, la noche pornológica de Joyce, el sueño púrpura de Aurelio el solo, el aullido de Porfirio adicto, el despertar de todos los ruidos de Flaubert, Stephen Dedalus, lago eterno, sin dormir, canto de grillos, Homero el ciego, Vallejo el trilce, Melville el escribiente.
 
Escribo para escuchar el aullido en el bosque intemporal, para acercarme a la alquimia y a la gracia de la hermandad, a esa suerte de cofradía que persiste imperturbable, ensimismada en su propia contemplación. Escribo para ver el resplandor”.
 
Hay quien se pasa la vida entera leyendo sin conseguir nunca ir más allá de la lectura, se queda pegado a la página, no entiende que las palabras son sólo piedras puestas atravesando la corriente del río. Si están allí es para que podamos llegar a la otra orilla, la otra orilla es lo que importa, y Orietta Lozano ya construyó el puente.

Por Camila Builes

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar