El Magazín Cultural

Evocando una memoria que perdura para siempre

En el barrio Libertadores de la ciudad de Santiago de Cali hay un lugar que encierra el alma del inolvidable Carlos Gardel, en una pequeña cápsula del tiempo, donde ni los minutos, ni los días, ni los años pasan, donde el reloj no mueve sus manecillas y el calendario nunca cambia de página, donde la época dorada de Cali viejo está congelada y la memoria perdura para siempre.

Isabel Cristina Charry
22 de junio de 2017 - 06:09 p. m.
La taberna Evocación es uno de los negocios más antiguos de música popular clásica de la ciudad de Santiago de Cali. / Cortesía Taberna Evocación.
La taberna Evocación es uno de los negocios más antiguos de música popular clásica de la ciudad de Santiago de Cali. / Cortesía Taberna Evocación.

En un rincón de la Sucursal del Cielo hay una taberna pequeña pero inmensa llamada Evocación, un negocio de 40 años que alguna vez tuvo lugar en el barrio Obrero con el nombre de Gran Buenos Aires, pero que desde hace 33 años se trasladó a una cuadra del Club Noel, y donde siempre ha laborado un melómano que sobrevive porque recuerda. Jesús Dagoberto Hernández – ‘Dago’ de 81 años, el heredero de lo mejor de todo lo que ha muerto y que resucita en su templo musical, ya que él le da vida a todo lo que ha borrado el recuerdo.

Nació en Manizales, pero al ser amante de la Sultana del Valle, se quedó en la capital de la salsa. El 31 de julio del año 1953, en un viaje en tren que le costó 55 centavos, llegó este hombre que detrás de la barra diagnostica a todos sus clientes, reviviéndoles momentos y haciéndolos eternos, pues todos los minutos que se pierden en la mente él los recupera al instante, al ritmo que libere cualquiera de sus más de ocho mil Long Plays cuando giran en el toca disco en medio de ese antiguo ambiente. 

Evocación es como un vino añejado, el peso del tiempo le da su valor. Es un lugar estrecho y oscuro caracterizado por una meloteca repleta de acetatos y una larga barra que sus clientes llenan de copas de cristal, botellas de aguardiente y latas de cerveza. Tiene unas sillas anticuadas y altas de color vino tinto y sillones para dos del mismo tono, mesitas de vidrio con bordes de metal, un ventilador viejo; un televisor Sony pantalla plana que distorsiona un poco el concepto del lugar, dos ruidosos extractores de aire y diversas miradas encerradas en marcos dorados.

Resaltan en las paredes rostros como los de Tito Rodríguez, la voz que le canta al corazón; Daniel Santos, con una mirada melancólica; Luis Ángel Mera, colombiano y compadre de Carlos Julio Jaramillo; Andrés Falgas, la voz sentimental del tango; Enrique Santos, Ernesto Fama, Mercedes Simone, Manuel Pelugo, Adelina García, Juan Carlos Godoy, Alfredo Lamas, Pedro Infante, Jorge Monsalve.

Y principalmente, sobresale el rostro de Carlos Gardel, “El mejor, el papá de los cantantes, el rosal de los criollos”, como dice ‘Dago’, mientras se le dibuja una leve sonrisa en sus labios arrugados y se le iluminan sus ojos pequeños color café, detrás de sus gafas arcaicas. Este hombre, bajo y acuerpado, con cabello blanco, además tiene el placer de lucir, en este lugar, donde los segundos se hacen más largos, los mejores cuadros del tango, artículos de revistas y periódicos con su nombre y un certificado del encuentro de salsotecas y coleccionistas de la ciudad.

‘Dago’, un sabio de las melodías del pasado, ha organizado su colección según el país: Argentina, Paraguay, Uruguay, Brasil, Perú, Venezuela, México, Ecuador, Colombia y España. Y también según su género: boleros, jazz, baladas, zarzuelas y música antológica. Lo verdaderamente extraordinario es su capacidad de dar con cualquier Long Play sin necesidad de buscar, él siempre coge el acetato correcto sin pensar.

Su gusto por la música ha estado con él desde niño, pero hace 55 años comenzó su colección, que lo convirtió en una biblia de la buena música, en una enciclopedia viva que por hobbie trabaja en un lugar que viste con ropa de ayer, en Evocación: un verdadero cofre de recuerdos. Esa oscura taberna donde lo único que está fuertemente iluminado es la meloteca, en la cual están los tesoros musicales que hacen que personas de larga vida recuerden su juventud, el primer amor y también el primer desamor, las más bellas alegrías y las peores tristezas.

Con lágrimas, Armando Varón Mesa, buen amigo de ‘Dago’, dice mientras suena de fondo el Long Play más antiguo de la colección, ‘A la luz de la luna’ de 1905 con 78 revoluciones de Enrique Carrozo, que “Este lugar te devuelve a un pasado inmediato y a su sentimiento, a una época donde se bailaba y se vivía la nostalgia. Este lugar te hace añorar el recuerdo”

Al terminar, Gustavo Ruiz, abogado, cantante y actor de la película caleña ‘Los Hongos’, canta a todo pulmón ‘México lindo y querido’ una de las canciones que llegaron a Dago como donación de parte de Helenita Vargas.  

“Yo soy un pobre esqueleto que a mí mismo me da horror”, dice ‘Dago’ aludiendo a la famosa canción ‘La cama vacía’, del argentino Carlos Espaventa, mientras su hija, Adriana Hernández, llega puntual para empezar como todos los viernes  su turno en Evocación.  Esta señora de enorme sonrisa y cachetes colorados, baja como su padre y de cabello corto color caramelo, comienza a ordenar todo lo que se ve mal ubicado por allí y de paso toma más de una orden.

‘Dago’ se alegra de que ella sea su heredera, pues al igual que él, sabe dónde está cada canción. Quizá sea el recuerdo vivo del manizaleño cuando falte, ya que  Adriana tiene en su poder toda la transmisión musical que le enseñó su padre; Como él, ella evidenció el poder de los recuerdos al ver cómo un despliegue de lágrimas en las mejillas de un ser que conmemora la pérdida de un amado, como las del nieto de Tito Cortez.

Hárold Varona, portero de Evocación, vestido con su uniforme clásico: camisa formal blanca, pantalón oscuro y los clásicos zapatos de charol, dice que “Un día vino el nieto de Tito Cortez, pidió que pusieran las canciones de su abuelo y se puso a llorar con una melancolía fúnebre”. Cuenta  cómo el sentimiento de tristeza se le pegó a todos los que esa noche llegaron para escuchar y bailar el pasado.

Porque en Evocación también se baila. Armando Varona Mesa es uno de los mejores bailarines de tango de la ciudad, según sus compañeros de la noche, y por la forma elegante en la que abraza con su cuerpo grande y grueso, vestido con camisa blanca, pantalón negro y los tradicionales tirantes, mientras acaricia despacio la cadera de la rubia que tiene por pareja, y por su mirada sensual detrás de sus pequeñas gafas, se podría decir que sus compañeros tienen la razón.

Y sin más, con el alma del memorable Carlos Gardel, el ídolo de ‘Dago’, esto es Evocación, parte de la existencia íntima y nocturna de Cali, una ciudad que a pesar de sus azares modernos se resiste a morir, a perder la reminiscencia y a olvidar el sentimiento que el ayer ha dejado en el recuerdo. Una ciudad que en la Calle 5 # 19-02 encapsula el tiempo, donde ni los minutos, ni los días, ni los años pasan, donde el reloj no mueve sus manecillas y el calendario nunca cambia de página, donde la época dorada de Cali viejo está congelada y la memoria perdura para siempre.

 

Por Isabel Cristina Charry

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