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Feminista por accidente

Margaret Thatcher fue primera ministra de Inglaterra desde 1979 hasta 1990. Amada u odiada, transformó la vida política y social de los británicos. Este es un breve perfil escrito por la biógrafa Amanda Foreman.

Amanda Foreman / Especial para El Espectador
02 de febrero de 2012 - 10:42 p. m.

En 2009, Harriet Harman, subdirectora del Partido Laborista británico, publicó un documento para las escuelas, patrocinado por el Gobierno y denominado Las mujeres en el poder, donde se enumeraban las 16 mujeres que, en el ámbito de la política, más han ayudado a la formación de la historia de Gran Bretaña. De esta lista se omitió deliberadamente el nombre más importante de todos: Margaret Thatcher.

Este acto de mezquindad por parte de Harman ejemplifica el odio imperdonable que las feministas aún sienten por Thatcher. Claro que no todas las feministas lo sienten, y ésta en particular no lo siente. Sin embargo, es un hecho indiscutible que la primera líder femenina de la Europa moderna nunca ha sido reconocida por ellas y menos aún han celebrado su increíble logro de romper con los más altos niveles de la jerarquía del poder.

En 1979, cuando Thatcher asumió el cargo de primera ministra, la sede de su campaña electoral en Finchley fue boicoteada por un grupo de mujeres que se quejaba gritando: “Queremos derechos para las mujeres —no una mujer de derecha—”. Aquí, en blanco y negro, encontramos el crimen por el cual culpan a Margaret Thatcher. Su marca de derechos para la mujer, el derecho de competir, luchar y ser exitosa en igualdad de términos con los hombres, no encajaba con la ideología ortodoxa de moda de las feministas de izquierda.

Quienes denigran a Thatcher por no ser el tipo correcto de feminista, sufren de una grave amnesia histórica. La nueva película acerca de Margaret Thatcher, La dama de hierro, hace algunos avances al ilustrar el vergonzoso machismo de los años cincuenta en Gran Bretaña, pero no es suficiente.

A los 25 años, tan sólo dos años después de haberse graduado de Oxford, Thatcher demostró tener una increíble valentía al lanzarse para una curul del Partido Laborista en Dartford. Aunque perdió ampliamente en las elecciones generales de 1950, su enérgica campaña generó un aumento en los votos conservadores.

El agente de elección de Dartford reportó: “Sin excepción, es la mejor candidata femenina que he conocido”. Poco tiempo después, Thatcher se convirtió en esposa y madre, y a los seguidores conservadores incondicionales su deseo de derrumbar el bastión masculino del Parlamento les comenzó a parecer más agresivo que valiente. El escozor que le producían las restricciones sociales y las limitaciones que derivaban de ellas llevaron a Thatcher a escribir en el Sunday Telegraph un argumento en contra de la obligación de las mujeres a permanecer en casa: “Déjenlas tener una oportunidad igual a la de los hombres de ocupar importantes cargos de gobierno”.

Durante los siguientes siete años, Thatcher intentó en cinco ocasiones convertirse en candidata conservadora, y las cinco veces falló. Por el contrario, algunos de sus rivales masculinos ganaron en sus distritos electorales simplemente por jugar una ronda de golf con las personas correctas. Una y otra vez la trataron con condescendencia; incluso un programa presuntamente progresivo de la BBC demostró tener una predisposición aterradora al momento de interactuar con mujeres ambiciosas. En 1957 un memorando interno decía: “La señora Thatcher está en sus treinta, es bonita y se viste de manera atractiva. Como aspirante política, organiza bien sus ideas”; pero su “principal atractivo”, concluye el informe, es que no aparenta ser una “mujer de carrera”.

Para romper con el patrón de rechazo fue necesario un importante distrito electoral de la ciudad de Londres, compuesto por una gran población judía. Y aun allí tuvo problemas. Pocas semanas después de ser elegida, Thatcher confesó a la oficina central del partido: “Estoy aprendiendo que el prejuicio por parte de los miembros de la asociación en contra de ser mujer puede conservarse aún después de una reunión de aprobación exitosa, pero espero que esto pase”.

En 1959, Thatcher fue una de las 25 mujeres elegidas como parlamentarias. A pesar de que desde 1919 había mujeres en el Parlamento, el alcance de su integración a Westminster consistía en un salón de té aparte para las “damas parlamentarias”. Este gesto servía para resaltar su exclusión, dado que la mayor parte del trabajo diario se llevaba a cabo en el Bar de Parlamentarios, un lugar que para las mujeres era apenas un poco menos restringido que el baño de hombres.

En la década de los sesenta, Thatcher ocupó trabajosamente varios cargos menores. La combinación de esposa, madre y política la llevaba a tener un horario brutal, tanto así que al año de asumir el cargo se desmayó en la Cámara de los Comunes. A la prensa le dijo alegremente: “No es grave, solo un poco de cansancio”.

Pronto descubrió que su género la hacía más visible, pero también minaba su credibilidad. Cualquier tema relacionado con las mujeres era veneno, y eventualmente abandonó sus esfuerzos por mejorar las pensiones para las viudas o por implementar un cambio tributario que reflejara el costo de cuidar a los niños. Thatcher descubrió que para que la escucharan en el recinto simplemente debía ser la persona más preparada dentro de él. En una oportunidad le dijo a Shirley Williams, política del Partido Laborista: “Debemos demostrarles que somos mejores que ellos”.

En 1970, Thatcher se unió al gabinete del primer ministro Edward Heath como ministra de Educación. “Estaba allí para cumplir con la cuota femenina”, escribió en sus memorias, “mi rol principal era el de explicar lo que las ‘mujeres’ presuntamente podían pensar o querer respecto de temas complejos”. Desde el comienzo, los demás miembros del gabinete la excluyeron. En esas reuniones, Heath la sentaba a propósito a la derecha del secretario, cuya posición impedía que Thatcher fuera vista. Para poder participar de la discusión, ella tenía que imponerse, lo cual hacía que sus intervenciones siempre fueran “estridentes y extremas”, según Robin Butler, secretario privado de Heath.

Para Thatcher, el problema de no ser considerada parte del gabinete pronto quedó eclipsado por la catastrófica reacción pública a su implementación de los cortes en educación impuestos por Heath. El Partido Laborista decidió que ella era el eslabón más débil y trató de echarla de Westminster. Cada vez que Thatcher entraba en la Cámara de los Comunes, los parlamentarios del Partido Laborista cantaban: “Saquen a la perra”.

Las organizaciones estudiantiles participaron con entusiasmo en la campaña anti-Thatcher; le tiraron huevos, basura y hasta piedras. El naciente movimiento feminista británico celebró su primera reunión en 1970, pero ninguna de estas autodenominadas feministas denunció el violento abuso sufrido por su hermana en el Parlamento.

Thatcher batalló fuertemente ante la crisis, pero la humillación fue tal que incluso los conservadores la consideraban un blanco fácil. Durante un tristemente célebre almuerzo en la calle Downing, un eminente invitado olvidó que ella estaba sentada a unos pocos puestos de él y se burló diciendo: “¿Es verdad el rumor de que la señora Thatcher es mujer?”.

En 1974 el Partido Laborista regresó al poder, gracias a que en el proceso de campaña prometió que trabajaría de manera pacífica y efectiva con los sindicatos. La mayoría de los parlamentarios conservadores estaban aburridos con Heath. Pero cuando Margaret Thatcher lanzó su candidatura, Ladbrokes apostó 50-1 a que él ganaría.

La idea de una mujer líder —y, más aún, una mujer famosa por ser odiada a nivel nacional— se consideraba ridícula. El Daily Express afirmó que menos de uno de cada diez conservadores apoyaba su candidatura. En sus pronunciamientos electorales, Thatcher intentó dar la vuelta a los prejuicios convirtiéndolos en ventajas: “Mi ingreso en la política ha sido por medio de un bautizo de fuego”, admitió. “Aunque no cuento con la experiencia de Ted, cuento con la habilidad femenina de comprometerme con un trabajo y completarlo, incluso cuando los demás lo abandonan y se van”.

Muchos parlamentarios asumieron que la candidatura de Thatcher era sólo una pantalla y que se pondría a un lado después de la primera vuelta electoral. Su victoria tomó a todos por sorpresa. “¡Por Dios! ¡La perra ganó!”, exclamó el vicepresidente del partido cuando en las oficinas centrales del movimiento conservador se recibió la noticia de la victoria de Thatcher. Heath comenzó oportunamente una campaña de desprestigio para que, antes de Navidad, el partido echara a EMM —“Esa Maldita Mujer”—.

William Whitelaw, quien se convertiría en uno de sus más leales aliados, confesó: “En ese momento, yo siempre estaba un poco asustado ante las mujeres políticas. No sé por qué, así era. Me asustaba la increíble capacidad y el conocimiento de Thatcher”. Ella intentó aplacar a Whitelaw nombrándolo subdirector, pero a los doce meses de ocupar el cargo se le escuchó decir ante un importante líder conservador que “la vida es terrible junto a esa horrible mujer”.

Quienes no se sentían intimidados por ella la trataban con condescendencia. En 1976, durante una famosa reunión del gabinete de oposición, Thatcher se preguntó en voz alta si Jimmy Carter sería un buen presidente y agregó: “A veces, el cargo hace al hombre”. El secretario de Asuntos Exteriores repuso: “Sí, recuerdo el comentario de Winston [Churchill]: si alimentas una larva con jalea real se convertirá en una abeja reina”.

A sus espaldas la llamaban Hilda —su segundo nombre— porque sonaba a clase obrera. El gabinete demostraba públicamente su antipatía hacia ella de maneras efectivas pero sutiles. Matthew Parris, antiguo parlamentario y periodista, escribe: “Nadie puede luchar contra los prejuicios expresos y silenciosos de los cincuenta, las risas y los comentarios despectivos de los sesenta, el mal escondido resentimiento y la sutil condescendencia masculina de los setenta y ochenta; no sin obtener una que otra cicatriz”.

Lentamente, Thatcher se enfrentó a los detractores dentro de su propio partido. Durante su tiempo en la oposición realizó dos visitas a Estados Unidos, donde sus atrevidos comentarios, en relación con todo, desde los peligros del socialismo hasta la irrelevancia del movimiento feminista, fueron la sensación. Cuando la prensa estadounidense le preguntó por su deuda ante el movimiento feminista, Thatcher contestó bruscamente: “Algunas de nosotras estábamos haciendo las cosas muy bien mucho antes de que el movimiento feminista siquiera hubiera sido concebido”.

En su segunda visita reprendió a un bien intencionado reportero por llamarla señorita Thatcher. Ella estaba orgullosa de ser esposa y madre. Involuntariamente, los rusos sellaron la nueva imagen dura de Thatcher. Moscú objetó un discurso en el que ella afirmaba que la Unión Soviética estaba “decidida a dominar el mundo”. El periódico militar ruso, La Estrella Roja, la denunció como la “Dama de hierro”, y ahí comenzó el mito. En noviembre de 1976, un oficial del Tesoro de los Estados Unidos informó al antiguo secretario de Estado, Henry Kissinger, de que el canciller alemán, Helmuth Schmidt, se había quejado diciendo: “Es una perra, es dura, carece de alcance y no es una líder”.

La pregunta de si era o no una líder se definió el 4 de mayo de 1979, cuando Thatcher derrotó a Jim Callahan en las elecciones generales. La victoria de Thatcher, que significaba una mayoría de 44 curules, impactó no sólo a Gran Bretaña sino al mundo entero. “Recuerdo que todos estaban secretamente felices de que lo hubiera logrado. Que una mujer lo hubiera hecho. Pensábamos que en cualquier momento tendríamos una mujer presidente en Estados Unidos”, admite Meryl Streep, quien encarna a la señora Thatcher en la película La dama de hierro.

Thatcher entró a la calle Downing con una importante agenda que incluía reducir la inflación, controlar el poder de los sindicatos y, lo más importante, controlar el gasto público. La implementación de estas metas causó controversia, y aún hoy continúa el debate. Lo que no entra a debatirse es el revolcón que sufrió la clase política una vez que hubo una mujer a cargo. Para algunos fue más difícil aceptar el cambio. Poco tiempo después de las elecciones, un nervioso funcionario público visitó las oficinas centrales demandando conocer la identidad de Carmen. Aparentemente, la señora Thatcher tenía reuniones secretas con esa tal Carmen, cada día de por medio y sin la presencia de un funcionario público. ¡Era un tema de la mayor importancia! Se le explicó entonces que con Carmen se hacía referencia a los rulos de la señora Thatcher.

Mujer cuidadosa y pragmática por naturaleza, Thatcher nunca enfrentó directamente los prejuicios de sus funcionarios públicos, aunque en ocasiones hacía pequeñas anotaciones en las listas de Whitehall que decían: “¿Acaso no hay otras mujeres que hagan esto?”. Con frecuencia se le ha criticado que solo nombró a ocho mujeres en cargos oficiales durante su mandato, todas ellas en posiciones de segunda línea. Las razones para ello son mucho más complejas que la ridícula afirmación de que “estaba en contra de las mujeres”. Por el contrario, estaba “a favor” de conservar el poder.

Algunos ministros la acusaron de usar su feminidad a favor. “A veces llegaba a hablar muy agudo, en parte como táctica”, le concede su asesor de Asuntos Exteriores, Lord Powel, quien la acompañó en las buenas y en las malas. Sabía que los hombres educados en escuelas privadas británicas no estaban preparados para discutir con una mujer. Sólo uno o dos de ellos eran capaces de enfrentarla.

Con el paso del tiempo, Thatcher ganó dos elecciones más y su cartera, que en el pasado se había considerado un símbolo de la fragilidad femenina, se convirtió en un símbolo de incomparable poder. En una reunión de gabinete, los ministros llegaron y no encontraron a la señora Thatcher, pero vieron su cartera puesta sobre la mesa. Uno de ellos dijo: “¿Por qué no comenzamos? La cartera está aquí”. La frase “coger a carterazos” se convirtió en una frase popular, cuyo significado es ser aplastado por un contrincante del sexo femenino.

“Sus fortalezas [se convirtieron] en sus debilidades”, escribe Lord Vinson, uno de los gurús políticos de Thatcher en los años setenta. “Para que una mujer llegue a la cima y logre el cambio no puede permitir debate alguno... tiene que batallar como un tanque... y, ocasionalmente, los tanques se equivocan. En el caso de Thatcher, finalmente cayó ante la combinación del impuesto de captación, la división del partido ante una mayor integración europea y su estilo de liderazgo antipático y distante”.

Cuando Thatcher renunció, en 1990, los manifestantes reunidos frente a la calle Downing cantaban “Ding dong, la bruja ha muerto”. Para algunos, Thatcher sigue siendo la bruja malvada, el peor insulto al feminismo. Para los demás, encarna el rol con el cual crecimos, la evidencia de que una mujer puede lograr cualquier cosa si se concentra en ello. El ministro de Hacienda británico, George Osborne, dijo recientemente: “Lo increíble es que [Margaret Thatcher] no es famosa por haber sido la primera mujer elegida primera ministra. Es famosa por haber transformado nuestro país. Todos nosotros aún vivimos en un mundo creado en parte por ella, y con certeza vivimos con el paradigma político que ella creó”.

Durante la pasada Navidad, Lady Thatcher asistió al ballet en compañía de su gran amiga Romilly McAlpine. En el intermedio, una fila de jovencitas apareció en su palco, todas ellas buscando su autógrafo. Lady Thatcher le preguntó a una de ellas: “¿Qué quieres ser cuando grande, querida?”. La pequeña respondió: “Quiero ser como usted. Quiero ser primera ministra”.

Amanda Foreman escribe sobre Thatcher

Amanda Foreman nació en 1968, en Londres, pero se crió en Estados Unidos, donde realizó sus estudios en la Universidad de Columbia. Luego regresó a Inglaterra, para continuar en la Universidad de Oxford.

A finales de la década de los noventa, Foreman publicó un libro que desentrañaba la vida de Georgiana, duquesa de Devonshire (1998), que sería adaptado al cine en 2008 como La duquesa, protagonizada por Keira Knightley.

Además de su trabajo como historiadora y biógrafa, Amanda Foreman se ha desempeñado como periodista de diferentes publicaciones, como la revista Newsweek, para la cual escribió el artículo sobre la política británica Margaret Thatcher, portada de la edición de diciembre de 2011.

Por Amanda Foreman / Especial para El Espectador

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