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Las formas del desarraigo

En “Días del libro”, Alfredo Molano, Patricia Nieto y Juan José Hoyos conversaron con el periodista Diego Agudelo sobre el silencio y la confesión en las historias del conflicto armado.

Manuela Saldarriaga Hernández
19 de mayo de 2016 - 04:50 a. m.
Alfredo Molano Bravo, quien dijo que no habrá paz si no cambian los modelos de tenencia de tierra, entre otras cosas. / María Paulina Pérez
Alfredo Molano Bravo, quien dijo que no habrá paz si no cambian los modelos de tenencia de tierra, entre otras cosas. / María Paulina Pérez
Foto: MARIA PAULINA PEREZ

La atenta exposición de la arboleda selvática colombiana, la descripción de los estrechos cañones, al pie del cañón, del Llano llano y, para mí, las tan sagradas cordilleras. El enunciar con nombre propio, uno tras otro, hombres de infantería que creo despreciar –y a veces no–. Cuánto diera por seguir el camino de sus pasos, conocer con mis piernas la comarca que él ha andado, llegar como vertiente al río todo, aunque untado de sangre, untado esté... Cavilé y caminé con cuánta prisa para escucharlo hablar de cerca. Cavilo con los pies y camino con la cabeza y ahí está: tan minúsculo en alzada, con su mirada dulce, y espesa, y adusta. Su secreta disciplina de sociólogo, frente a mí, y en voz alta. Un lujo escabullirme en mi quehacer, pese a que no se me ha negado, y que he podido hacerlo en ocasiones atrás cautivada por decenas de escritores foráneos, pero ninguno me había jalado como aquél.

‘El infierno detrás de las montañas: las formas del desarraigo’ invitaba con una nota al pie: “Hay caminos que no se emprenden por placer ni turismo, sino por esas sombras que acechan en la noche, por el visitante misterioso que una vez llama a la puerta y hace que todo cambie para siempre”.

A la primera pregunta de Diego Agudelo, en apariencia insulsa, de qué ha sido y qué es escuchar, respondieron todos –en el orden respectivo– y dejaré a salvo lo siguiente (a continuación palabras ajenas): Molano aseveró que al estar lleno de juicios, es inminente el juzgar a quien nos habla mientras lo hace. Su primera historia la escribió después de una visita que hizo a Neiva, donde estaban unos campesinos de Pato que acababan de marchar porque habían sido bombardeados. Hombres, mujeres, niños, perros, gallinas. Todos juntos. Sin habérselo propuesto, encontró a una mujer “con una cantidad de niños alrededor que le daban vueltas como polillas a un bombillo”. Aseguraba que ella los miraba con una atención envolvente, vigilante, y le hablaba con una belleza e intensidad, con una manera de relatar su propia historia, y la de todos, pese a que se habían ahogado unos nietos atravesando el río –lo que tocó sus fibras más profundas– y se olvidó, entonces, de grabar, esto como decisión propia. Lo escribió en la primera persona del singular utilizando la figura y la emoción que esta mujer le trasladó sobre un desplazamiento que venía de atrás de la cordillera.

Juan José Hoyos confesó, enseguida, que lo primero que lo hizo preguntarse por la escucha fue una experiencia con unos indígenas emberas a los que les habían quitado sus tierras a comienzos de los 50, y por su relación con el heredado de un hacendado, le fue posible participar de un encuentro en el que se les retornaría la tierra a los indígenas (o una parte de ésta) por los montes limítrofes del suroeste de Antioquia: Caldas y el Chocó. Asistiría a una ceremonia precedida por un jaibaná que bendeciría la tierra y recuerda mucho que caminando unas tres horas con un indígena que mientras lo guiaba no decía nada, le preguntó el fotógrafo que también iba a su lado: “Oíste, ¿de qué vas a escribir vos?, ¿estos tipos por qué son tan callados?”. Hoyos hizo la pregunta al indígena y le contestó: “Para qué hablar si no hay un amigo que escuche”. Fue ahí cuando el silencio se pronunció. Arribaron. Estuvieron tres días en silencio, con pena hasta de tomar nota. “Esa lección jamás se me olvida. Me hizo pensar en que la labor de escucha en el periodismo es el silencio de un indígena”.

Patricia Nieto contestó con un retorno a sus vivencias. Todo comenzó por su interés por los infanticidios en el siglo XIX, un tema del que hizo una reconstrucción a partir de prensa como un ejercicio de visitar otra época y llevarla entonces (1987) a buscar historias de infanticidio desde la perspectiva forense. ¿Cómo era que se practicaba la autopsia a cadáveres de niños? “Aprendí que uno debe tener muchos ratos de silencio, sin apresurarse a la pregunta, darle tiempo a que la persona elabore su discurso –que en este caso es también del horror y del dolor–. No entrevisté a las madres, solo a los forenses, y es importante dar tiempo para que la gente se pregunte a sí misma, escuchar, y luego hacer preguntas”.

El periodista trajo a la conversación un testimonio de Osiris, personaje del libro Desterrados (2001), de Alfredo Molano, y preguntó por lo que suscitó en él la siguiente cita: “(...) para nosotros podría ser mejor que no supieran nuestra historia, pero si no contamos, ni hablamos, todos nuestros muertos van a quedar muertos para siempre (...)”. Molano no desconoció que en muchos de los relatos que ha hecho con algunas comunidades, el efecto ha sido semejante al acto de mirarse en un espejo; a veces precisan una cosa en particular y en general hay una transformación de la persona cuando cuenta, cuando pregunta, cuando es capaz de revolcar, de sacar, de organizar y de entrenar. “Es una experiencia; hay un efecto casi de confesión cuando la gente habla. Quieren perpetuarlo”.

Recordó Nieto que por un suceso muy atroz, como fue el de la masacre de Machuca (Segovia, Antioquia, 1998), empezó a hacer el experimento de poner a las víctimas a escribir por su propia incapacidad para contar. “Oler, pasar hambre porque no había alimentos, ver cómo el bosque, los animales, las personas, todos, todos estaban quemados, el haber entrevistado a tantos y llegar a mi casa con todo ese material, y empezar a dudar de si lo debía escribir, y de cómo contar esa historia –puesto que lo que yo escuchaba eran relatos de personas en un estado de trauma, delirantes, si se me permite la palabra, de incoherencia, de personas que no estaban en sí–; se me hacía muy difícil, y pensaba si ellos se reconocerían o reconocerían en esas líneas sus testimonios… Empecé a pensar que no sería en la oralidad, porque somos hijos de contadores de historias y fueron como 50 personas las que escribieron durante seis meses y publicamos 26 relatos que demostraron que todos podemos no solo dar testimonio, sino también escribir”.

Juan José Hoyos, quien tuvo la oportunidad de entrevistar a Pablo Escobar, mencionó en el coloquio la recomendación que este último le hizo de contar la historia de Ramón Cachaco, que vestía de traje verde, zapatos blancos, corbatas amarillas, personaje con el que se puso a pensar en un montón de historias que no se habían contado, tal como la del primer laboratorio de procesamiento de heroína que hubo en Colombia: una familia importante de El Poblado, estudiantes de Química en Alemania, que tenían un negocio donde sus trabajadores creían que trabajaban en una perfumería. De esta historia (con locaciones en Estados Unidos, Cuba e intervención del FBI) no resultó un libro, pues lo que lleva de él está ahora inédito por problemas de censura infligida por políticos, impasse que ocurrió cuando el asunto se fue acercando a la historia contemporánea. Dijo Hoyos: “en Colombia los políticos son tan corruptos que corrompieron a los narcotraficantes y llegan a ser muchas veces hasta más criminales”.

Por supuesto el diálogo tocó las lides del actual proceso de paz, en el que ha participado Molano como asesor y crítico. Entre los muchos aspectos interesantes que advirtió, y que ha manifestado en sus constantes radiografías del conflicto armado colombiano, aseguró –esto en medio de interesantes cronologías del sistema político– que, así como diferentes acciones están anudadas por miembros del Ejército de la fuerza pública; tal como lo gestaron tiempo atrás, lo pueden deshacer ahora. “Así desaparezcan la guerrilla y los paramilitares, mientras no haya medidas legales a la tenencia de tierra, a la estructura de la propiedad, seguirán usurpando”, añadió. Con respecto al tema, Hoyos hizo alusión a una gran empresa hídrica que por apropiación del recurso en El Peñol, quiere hasta desenterrar los muertos del cementerio, siendo éstos, en su gran mayoría, cadáveres hasta ahora no reconocidos por sus familiares.

El periodista cerró tras un cauce con fuertes meandros entre contenidos narrados por los invitados de “delfines”, reformas bipartidistas y ejemplos de nuestra humanidad bélica bastante deprimentes, y consultó: “¿Narrar el dolor particular es necesario para escribir el relato de colombianidad?”. Patricia Nieto está convencida de que somos una generación con una vinculación a las acciones políticas muy breve, que crecimos en el miedo y eso desarticuló la colectividad. “Pienso que seguimos siendo una sociedad muy domesticada políticamente y una de las sociedades más pasivas del continente. Estamos acomodándonos al sistema que impone el modelo político de la región y el miedo viene en pareja del vaciamiento del sujeto político, donde cualquier intento de debate se marca como sugestivo y donde sólo se quiere ser un profesional eficiente en el sistema que se está imponiendo; es una estrategia de control. El arte permite salirse de, pero muchos colombianos de mi generación encontraron una manera de protegerse incorporándose a éste como una estrategia de conservación natural. Lo que se está perpetuando es ese desarraigo del país, que creo que es un problema de cultura política, en las ideas, y hace que seamos unos ciudadanos de tercera.”

Hoyos dijo que la información es uno de los campos en los que se libra la guerra. Alfredo Molano, sin embargo, cree con respecto a la resistencia civil que si es contra la paz, la alternativa necesaria es la guerra y el peligro es inminente.

 

Por Manuela Saldarriaga Hernández

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