El Magazín Cultural

Fotos de Leo Matiz ingresaron a la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos

Detalles de una gestión cultural que resalta el valor del artista colombiano en el exterior. El viernes 7 de abril se hizo entrega, en la división Hispánica de la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos, de cuatro fotografías de Matiz que entraron a formar parte de una de las colecciones más extensas del mundo.

Pilar Cabrera
14 de abril de 2017 - 10:59 p. m.
Vendedor de periódico, de 1960, una de las fotos emblemáticas de Matiz. 
 / Leo Matiz
Vendedor de periódico, de 1960, una de las fotos emblemáticas de Matiz. / Leo Matiz

Macondo. Luces. Sombras. Centenario. Se reveló un diálogo en imágenes y palabras entre siete generaciones de la familia Buendía con las imágenes captadas por la lente de un gran artista de la fotografía.  Esta actividad realizada en conjunto entre, la Fundación Leo Matiz, Trashumante y la Embajada de Colombia en Washington, curó 20 fotografías que fueron exhibidas el pasado 6 de abril  en la residencia del Embajador de Colombia en Estados Unidos, como homenaje a dos grandes nacidos en Aracataca y la conmemoración de medio siglo de la primera edición de Cien años de soledad.

Hasta ese momento ya había muchos motivos de orgullo por tener a Leo Matiz y a García Márquez, dos cronistas de Macondo en el mismo escenario. Sin embargo, esta historia de gestión cultural llegó hasta la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos, donde  el gran artista nacido en 1917, ingresó a formar parte de una colección de talla universal.

Mis impresiones sobre un momento brillante para el arte colombiano. El viernes 7 de abril en la mañana visitamos la división Hispánica de la Biblioteca del Congreso para hacer entrega de las cuatro fotografías de Matiz que entraron a formar parte de una de las colecciones más extensas del mundo. La biblioteca consta de tres grandes edificios que albergan mas de 37 millones de libros y aproximadamente 158 millones de documentos.

El viento alrededor de estas monumentales construcciones es helado, no parecía la primera semana de abril. El frío postergó para la próxima primavera el espectáculo de las flores de los árboles de cerezo, tan características del paisaje de esta ciudad, que aparece como una lluvia de flores color rosa.

Al entrar en el Edificio Jefferson prácticamente uno se queda sin aliento. El hall de entrada nos recibe con una vitrina de una de las tres Biblias de Gutenberg en perfecto estado que se conocen en el mundo. Representa el primer libro impreso con tipos móviles de metal (1455) es un símbolo de la transición de la Edad Media hacia el mundo moderno y un “inmenso paso en la emancipación de la mente humana”.

Del otro lado, una vitrina con la Biblia Gigante de Mainz que representa la culminación de cientos de años de transcripción de textos a través del manuscrito, escrita durante quince meses y finalizada en 1453.

Catalina Gómez es nuestra anfitriona, especialista en Artes Visuales  y Literatura Latinoamericana, con Maestría en Cultura Visual, trabaja para la división Hispánica y tiene, entre otras, la interesante tarea de proponer la adquisición de piezas que merezcan el honor de entrar en una colección que está a disposición del público.

El Gran Vestíbulo del Edificio Thomas Jefferson se construyó en estilo del renacimiento italiano, tiene dos plantas y unas impresionantes escaleras. En la entrada nos encontramos con Alejandra Matiz Directora de la Fundación Matiz con sede en México y en Bogotá, y Soledad del Río, una curadora que la acompaña para no perderse este reconocimiento. Nuestra anfitriona nos llevó hacia el recinto exclusivo de la colección y sala de lectura de Latino América, España y Portugal. En el camino miramos maravillados, desde afuera la sala que alberga los libros más valiosos, tras recorrer largos y elegantes pasillos.

En la sala de lectura se respira un ambiente castellano. Tiene además dos vestíbulos decorados con murales (pinturas y dibujos gouache) que por invitación realizó en 1941 el brasileño Candido Portinari con la idea de que la sala de la división iberoamericana tuviera en cuenta a los países donde se habla castellano y portugués. Nos sentamos en una mesa de trabajo rodeados de cientos de libros.

Alejandra, hija del maestro Matiz, procede a abrir el tesoro que cambiaría en los siguientes minutos de dueño. El paquete  contenía las  fotografías escogidas por un comité curatorial de la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos para formar parte de la emblemática colección.

Historia, fidelidad, negativos…

El grupo de cinco fotografías fue impreso en Bogotá, en papel Hannemühle, Photo Rag Baryta de 325 gramos, que tiene una garantía de durabilidad de 240 años , en el taller de la artista Juanita Carrasco, conocida por su experiencia en este tipo de labor y quien trabaja mancomunadamente con algunos de los más destacados fotógrafos colombianos.

Con el apoyo de la italiana Noris Lazzarini, quien viajó a Colombia invitada por la Fundación Matiz para revisar la impresión de las imágenes, y de la mano de su equipo de trabajo, Carrasco cuidó cada detalle para respetar la fidelidad de lo que quiso registrar el artista, sacando a la fotografía del mundo digital, y del negativo para plasmarla de manera artesanal en el papel.

Las fotografías vienen protegidas como si fueran lo que son, un tesoro. Nos ponemos guantes y enseñamos el contenido del paquete.  Cinco fotografías seleccionadas con esmero, entre los cientos que son el legado del fotógrafo mas importante de nuestra historia. Por supuesto entre ellas se encuentra su fotografía mas icónica: La Red o El Pavo Real del Mar, tomada a un pescador extendiendo su atarraya en la Ciénaga Grande de Santa Marta en 1945, luego una fotografía de una niña corriendo sobre un puente “Palafitos” como la bautizó el maestro.

Seguimos descubriendo el contenido del paquete con una imagen de la zona bananera y una de obsequio que se titula “El Quijote Mexicano” -la única que no fue tomada en Colombia y que pertenece a la etapa en la que el gran artista de la lente vivió en México, hacia 1941.

Por último se encuentra el retrato titulado por Matiz “Niño vendiendo revistas”. La imagen de un infante en un puesto de revistas que refleja el estilo de vida de la Bogotá de los años 60, al parecer ubicado en la Avenida Jiménez a la altura de la carrera quinta. Se aprecian las revistas Time y Life -publicación de la que casualmente Matiz fue reportero gráfico durante su estadía en México- el diario La República, un aviso que dice: “Comando de Juventudes Conservadoras”. El niño tiene una olleta de chocolate en su mano y se esta agachando aparentemente para atender a un cliente. Al lado una campesina con alpargatas está concentrada en los productos de su venta. Esta imagen fue la última en entrar en la selección cuyo objetivo persigue tener una muestra representativa del registro fotográfico realizado por Matiz sobre Colombia.

Los técnicos y curadores revisan minuciosamente el material entregado, la calidad de impresión. Emocionados pero en silencio esperamos el veredicto final. Luego de confirmar que la entrega cumple con todos los requerimientos, comentamos entre nosotros sobre la importancia que reviste este acontecimiento para Matiz y para Colombia, no sólo por encontrar la inmortalidad de pertenecer a una de las más importantes colecciones del mundo, sino por el acceso que puede tener el público a disfrutar de esta colección, admirarla y estudiarla. Por azar, o por cualquier otro motivo,  esta adquisición se da justo a los seis días del centenario del natalicio de Matiz en Aracataca, en el lomo de un caballo.

Al final nos hacen una visita guiada en la que nos cuentan sobre las maravillas que alberga la biblioteca. Nos tomamos unas fotografías del grupo para registrar este momento histórico. En un mundo obsesionado por las selfies, fotos digitales, instantáneas carentes de magia, nos  preguntamos los privilegiados que vivimos esta transacción cultural, si las nuevas generaciones apreciarían la importancia de preservar el acervo cultural de estos tiempos. Esa pregunta de repente carece de  sentido. El único sentido y motivo de orgullo es confirmar la trascendencia de un arte que llegó a Washington, para conservar el legado de un gran maestro.

 

Por Pilar Cabrera

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