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George Harrison: abandonando el mundo material

El 29 de noviembre de 2001, tuvo la última de sus muertes en el mundo material, después de haber pasado en él solo 58 años.

NICOLÁS PERNETT
06 de enero de 2013 - 06:25 p. m.
George Harrison: abandonando el mundo material

A pesar de su reconocida reputación como uno de los músicos de mayor éxito de la historia, como integrante de los Beatles y como artista en solitario, once años después de su fallecimiento, sus canciones y su vida siguen siendo más el testimonio del recorrido de un hombre común y corriente buscando la sabiduría que el legado de una estrella del pop.

Harrison vivió durante una década increíbles experiencias con el grupo de rock más grande de todos los tiempos, logró consolidarse como un excelente compositor con una respetable carrera como solista y se dedicó por años a la búsqueda de su realización espiritual. El resultado de todo esto no fueron únicamente discos de platino o estrellas en el paseo de la fama, sino extractos de conciencia imperecederos que se pueden encontrar en sus canciones. Sin embargo, y a pesar de la creencia comúnmente extendida por los medios, George Harrison no fue simplemente un santurrón metido a estrella del rock o una celebridad con ínfulas de místico, de las que abundad hoy en día.

Nacido el 25 de febrero de 1943, bajo el signo de Piscis, el signo de los creyentes y de las personalidades duales, George Harrison fue un hombre difícil de comprender. Marcado con la fortuna del mayor éxito comercial que haya tenido músico alguno, Harrison fue a la vez un radical inconforme, y al mismo tiempo que jugaba el juego del espectáculo también mantenía una exploración espiritual constante y dedicada. A la vez amante de la jardinería y el silencio que del ruido y la velocidad de los autos de Fórmula 1, podía ser un moralista predicador o un empedernido juerguista y mujeriego, un serio mesías de las escrituras sagradas o un sarcástico burlón de los símbolos de la religión. Combinó largas horas de meditación y de prácticas corporales purificadoras con más de treinta años de adicción al tabaco, lo que al final le produciría el cáncer que acabó con su vida. Tal vez por eso su historia siga siendo tan atractiva: a diferencia de Paul McCartney o Ringo Starr, que todavía hoy actúan el mismo papel de Beatles que en los años sesenta, o de John Lennon, quien adquirió dimensiones cuasi mitológicas como ángel pacifista después de su muerte violenta, George Harrison fue contradictorio y enigmático hasta el final: como cualquier ser humano, como la vida misma.

Después de escuchar a Elvis Presley cantando Heartbreak hotel, en 1956, el joven Harrison se pasó los siguientes meses rasgando día y noche una guitarra tan grande como él, antes de ser convocado por su vecino y amigo Paul McCartney para conformar la banda que estaba armando con John Lennon, un adolescente tres años mayor que George, y quien en un principio vio a Harrison como un niño pegajoso y entrometido, pero con una innegable habilidad para tocar la guitarra con el estilo de Carl Perkins y Scottie Moore, lo que pronto le aseguró un lugar en el grupo.

The Beatles, como finalmente se llamaron, grabaron su primer disco en 1962 y el resto de su historia es bien conocido. Y si bien John y Paul siempre se llevaron la mayor parte del crédito por ser los compositores y los integrantes más carismáticos del cuarteto, George tuvo en cambio una curiosidad infinita y una voluntad inagotable de aprendizaje que lo llevó a dominar la guitarra y el arte de escribir canciones hasta alcanzar el mismo nivel de sus compañeros, en obras como Something o While my guitar gently weeps.

Fue también a través de Harrison que los sonidos de la India se colaron en las grabaciones del cuarteto, y de allí pasaron a la música popular de todo Occidente. Lo que empezó como un inocente jugueteo con algunos instrumentos indios en el set de rodaje de la película Help en 1965, pronto se convirtió para él en un interés inagotable por el lejano Oriente. Por medio de Harrison y de los Beatles, la música y la cultura de la India, antigua colonia inglesa, entraron en su ex metrópoli y en todo Occidente con una fuerza que cambió la relación cultural entre el primer y el tercer mundo. Se puede decir que el auge de la World Music y del multiculturalismo que caracterizan al mundo de hoy fueron prefigurados en aquella escala descendente que George Harrison tocó en el sitar al inicio de la canción Norwegian Wood, grabada por los Beatles en 1965.

Siempre hubo algo en George Harrison que no alcanzó a conformarse con la fama, el dinero y la adoración de millones. Por eso, cuando los Beatles se dieron un pequeño receso después de haber terminado su última gira, Harrison emprendió un viaje por la India de la mano del músico Ravi Shankar, quien lo instruyó no sólo en el manejo del complejo sitar sino también en escrituras védicas y formas de meditación. El joven de apenas 23 años ya no estaría interesado en seguir atrapado en la fama y la fortuna del estrellato; a partir de entonces concentraría sus esfuerzos en reconectarse con su alma y fundirla con dios a través de la música.

No es extraño entonces que George Harrison haya sido el primer Beatle en grabar un disco en solitario, Wonderwall music, en enero de 1968, y que en cierta medida haya sido el primero en abandonar de hecho la banda. En medio de las batallas de egos y de abogados que se empezaban a formar entre Lennon y McCartney, era claro que las emotivas canciones de amor de Harrison, que a la vez funcionaban como cantos a la mujer, a dios o a la naturaleza, no tenían futuro dentro de los Beatles.

Finalmente, para poder sacarse del pecho todas las canciones que había acumulado durante más de cinco años, sacó al mercado en 1970 el portentoso álbum triple All things must pass y demostró de una vez por todas que era un genio musical por derecho propio. Las críticas y las ventas del disco fueron sobrecogedoras y parecía que la muerte de los Beatles había sido lo mejor que podía haber sucedido para el nacimiento del nuevo George Harrison. Su sentido de compasión e inventiva comercial también produjeron en 1971 el famoso Concierto para Bangladesh, aplaudido mundialmente por haber sido el primer momento en que el Rock se combinó con las acciones de beneficencia.

Después de haber agotado la mayoría de sus canciones compuestas durante sus años beatle, y de soportar un humillante juicio en el que fue encontrado culpable de “plagio inconsciente” por la melodía del éxito My sweet lord, Harrison pareció flaquear en una serie de discos de baja calidad en la década de los setenta. No ayudaron mucho a su recuperación los múltiples embrollos judiciales que tuvo que afrontar luego de la separación de los Beatles, ni el divorcio de su primera esposa, Patty Boyd, quien lo dejó por el guitarrista Eric Clapton (el propio Harrison sería pocos años después padrino de su matrimonio).

Pero después de un largo y penoso invierno, el sol volvió a la vida de George Harrison a finales de la década de los setenta con su matrimonio con la mexicana Olivia Arias y el nacimiento de su primer y único hijo, Danhi. Su inagotable sentido del humor y disposición para el trabajo en grupo volvieron a rendirle buenos resultados cuando se alió con el equipo de comediantes Monty Phyton para producir dos hilarantes parodias sobre los símbolos más reconocidos en el mundo: los Beatles, en la película All you need is cash, y Jesucristo, en Life of Brian. Además de estos largometrajes, Harrison logró hacerse a partir de entonces una especie de carrera como productor de cine con la creación de su propia compañía HandMade Films.

Los ocasionales pero resonantes éxitos profesionales que el ex Beatle tuvo no lo atrajeron de nuevo al showbussines; por el contrario, poco a poco, George Harrison, quien ya pasaba las cuatro décadas de vida, se fue alejando de la figuración pública y la aparición de sus álbumes se hizo más esporádica. Nunca volvió a alcanzar el nivel de éxito entre el público y la crítica de All things must pass, pero tuvo picos de creatividad en discos como George Harrison de 1979, Cloud 9 de 1987 y en el póstumo Brainwashed de 2002, así como con los dos álbumes que hizo con los Traveling Wilburys, improvisado grupo de superestrellas creado por George junto a Bob Dylan, Tom Petty, Roy Orbison y Jeff Lynne a finales de los ochenta.

El asesinato de John Lennon (a quien dedicó el hermoso homenaje All those years ago) y el aparente final del sueño de paz y amor hippie que trajo la década de 1980 parecieron retraer cada vez más a George Harrison, quien, al igual que el Cándido de la famosa obra de Voltaire, se dedicó a cultivar su jardín –literalmente- ante la imposibilidad de cambiar el mundo para bien. Harrison se pudo encontrar desde entonces sembrando y cuidando los jardines de su excéntrica mansión Friar Park a las afueras de Londres.

La noticia más perturbadora que se tuvo de Harrison en los últimos años de su vida fue cuando se supo que un desquiciado había ingresado a su morada y lo había apuñalado varias veces en el pecho en diciembre de 1999. El atacante aseguraba estar poseído por el espíritu de George Harrison y tener la misión de asesinarlo, un argumento muy parecido al esgrimido por el asesino de Lennon veinte años atrás. Si bien Harrison logró sobrevivir al ataque, el cáncer de garganta del que se había curado unos meses antes volvió a aparecer poco después en sus pulmones, que habían quedado agujereados por las puñaladas.

Su muerte sobrevino poco después. Pero su total convicción siempre fue que nunca hubo un momento en que no existiéramos como almas y tampoco habrá un momento en el que dejemos de existir, siendo la muerte física sólo un cambio de envoltura dentro de ese camino. Tal como lo dijo en una canción de 1970, George dedicó su vida a aprender este “arte de morir”.

 

Por NICOLÁS PERNETT

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