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Gonzalo Arango: El profeta de la nada

El domingo pasado, cuarenta años atrás, falleció en un accidente automovilístico el escritor antioqueño Gonzalo Arango, fundador y gestor de ese movimiento.

Fernando Araújo Vélez
01 de octubre de 2016 - 02:00 a. m.
Gonzalo Arango, quien junto con los nadaístas escandalizó a la sociedad colombiana de los 60.  / Nátaly Londoño
Gonzalo Arango, quien junto con los nadaístas escandalizó a la sociedad colombiana de los 60. / Nátaly Londoño

Proclamaban la irreverencia, y así, como irreverentes, iban por Medellín y Antioquia y Colombia derrumbando creencias, clavándoles puñaladas a los viejos absolutos y a las antiguas doctrinas, a los herederos de fórmulas, a los dueños del mundo y a sus sucesores, a las obras canónigas y a los cánones de la buena urbanidad y del buen obedecer. Un día reventaban la moral y a los moralistas tomándose la Basílica Metropolitana de Medellín con sus pelos largos, sus ropas andrajosas y su mirar y hablar pecaminosos; al día siguiente lanzaban sus consignas en papel higiénico o saboteaban un congreso católico.

“Nosotros fuimos a comulgar en un día muy solemne: la clausura de la Gran Misión. Lo hacíamos como una prueba íntima a la que sometíamos nuestro nadaísmo. ¿Soy capaz de ir a comulgar o no? Pero como entramos a la Basílica en grupo y como teníamos el pelo largo y como la gente nos conocía… cuando comulgamos salimos al atrio. Éramos Alberto Escobar, Diego León Giraldo, Jaime Espinel, Luis Darío González, Antonio Restrepo, Darío Lemos y yo, Eduardo Escobar. Gonzalo no estaba. Cuando salimos, la gente armó una gran confusión. Unos decían que sí habíamos comulgado.

“Otros decían que no podíamos haber comulgado porque éramos ateos. Se formó un gran malentendido. El hecho es que terminamos presos y excomulgados. Para nosotros fue aterrador porque el Senado de la República, la Asamblea de Antioquia, la organización de madres católicas, la cofradía del Niño Jesús… todo el mundo escribía a El Colombiano exigiendo que nos castigaran ejemplarmente. Los testigos habían visto horrores: unos decían que habíamos danzado sobre las hostias. Otros, que las habíamos metido entre unos libros y las habíamos escupido. Finalmente, uno de los principales testigos reconoció que había visto la escena desde unos 40 metros y que estaba borracho”.

El juez del caso reprendió al borracho. Le dijo que su testimonio no servía para un carajo. Los otros testimonios también habían estado viciados. Los nadaístas salieron libres para seguir su camino de escándalos y provocaciones, y pasados unos días, luego de varias reuniones en el café Cachifo, en donde planearon todo y consiguieron unos químicos que harían detonar en el paraninfo de la Universidad de Antioquia, se apostaron a las afueras del claustro principal con la intención de sabotear el Congreso de Escritores Católicos. Entraron diseminados entre decenas de monjes y monjas que iban a escuchar a Eduardo Mendoza Varela, a Otto Morales y a Antonio Panesso Robledo.

Habían convenido actuar apenas terminara el discurso del gobernador, Jaramillo Sánchez. Sin embargo, Gonzalo Arango se adelantó y lanzó cientos de manifiestos entre la gente y salió a las carreras. Sus compañeros lo imitaron, detonaron los químicos y salieron corriendo. Algunos volvieron para ver qué había ocurrido, y se encontraron con las monjas y los monjes y curas vomitando, con los ojos irritados, y a los intelectuales con sus discursos, impertérritos ante el desorden y los gritos y el llanto. Tiempo después, Gonzalo Arango relató los sucesos en un libro, Las memorias de un presidiario nadaísta, que publicó por entregas en Contrapunto, un semanario que editaba Jaime Soto. Ya para entonces había escrito que “Crear una obra de arte no se mide con un reloj, es arbitrario. Cada obra se escribe durante toda la vida”.

Toda su vida había sido escribir, porque toda su vida había sido un pensar y observar y sentir y pelear. Luchó y dejó su vida cuando escribió “ustedes, por estar leyendo la crónica social… las recetas de cocina y el manual para portarse bien en sociedad… por estar alelados mirando la televisión o las estrellas… y baboseándose con las poesías a miss universo… ustedes, los poetas que fabrican sobre el diccionario de rimas un poema quincenal… (…) ustedes, los críticos de arte y literatura que han leído la citolegia y a kant, y que confunden a gonzaloarango con un paciente de la sicología, a garcilaso con don blas de lezo, la unión libre de bretón con la unión nacional de ospina pérez, un ataque al corazón con la crisis de la poesía… ustedes, en general, no saben nada de nada… y tienen una idea falsa de lo que es el nadaísmo cuando piensan que somos la amenaza material del orden burgués…”.

Luchó y dejó su vida cuando proclamó en 1957, por ejemplo, que “Se ha considerado al artista como un ser más cerca de los dioses que del hombre. A veces como un símbolo que fluctúa entre la santidad o la locura. Queremos reivindicar al artista diciendo de él que es un hombre, un simple hombre que nada lo separa de la condición humana común a los demás seres humanos. Y que sólo se distingue de otros por virtud de su oficio y de los elementos específicos con que hace su destino”. Y se la jugó por la vida sin límites cuando afirmó que el nadaísmo no tenía límites, y por lo tanto, no podía aventurar una definición, pues las definiciones eran en sí mismas un límite. Había nacido como Gonzalo Arango en Andes, Antioquia, el 18 de enero de 1931. Murió como gonzaloarango el 25 de septiembre del 76 en una carretera cercana a Gachancipá. Vivió, rompió, jugó, peleó, dejó.

Por Fernando Araújo Vélez

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