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Para la guerra, nada

Colombiana, oriunda de Girardot y radicada en Barcelona, Gómez escribe canciones contra la industria de la guerra, pero más que eso, canta contra la violencia.

Sorayda Peguero Isaac
29 de septiembre de 2014 - 02:00 a. m.
Marta Gómez buscó la colaboración de más de 50 artistas de América para su disco.   / Carlos Kontreras
Marta Gómez buscó la colaboración de más de 50 artistas de América para su disco. / Carlos Kontreras

Para el viento una cometa/ para el lienzo un pincel/ para la siesta una hamaca/ para el alma, un pastel/ para el silencio una palabra/ para la oreja un caracol/ un columpio pa la infancia y al oído un acordeón/ para la guerra, nada.

Marta escribió cuatro versos, en una tarde. Después de infructuosos intentos por encontrarle entendimiento al sinsentido, fijó su atención en esos pequeños-grandes inventos, en esas cosas minúsculas que marcan el tono y la melodía que acompaña los recuerdos memorables. “Sólo cosas bonitas, sólo cosas para ser felices. Para la guerra, nada”. Marta Gómez —Girardot, Cundinamarca— lo cuenta con inocencia casi infantil. Se enteró leyendo las noticias: “Se llama la Cúpula de Hierro, Iron Dome. Los israelíes lo tienen para protegerse de los misiles. Es un sistema que detecta cuando viene un misil y lo destruye en el aire. A mí me impactó eso. Me dije: ¿Cómo puede ser que se inventen una cosa de tal proporción? ¿Cuánta gente dedica su vida a inventarse cosas para la guerra? Armas más potentes, bombas de todo tipo. Imagínate. Los estudios que deben hacer de física, matemáticas... Pensar que hay todo un equipo de seres humanos trabajando para esto. Qué triste, ¿no?

Iron Dome es el primer sistema de defensa aéreo del mundo que tiene la capacidad de detectar y destruir misiles y artillería de corto y mediano alcance. La Cúpula de Hierro forma parte de los logros tecnológicos alcanzados por “Rafael Advanced Defense Systems”, una empresa con sede en Haifa, Israel; dedicada desde 1948 a la investigación y el desarrollo de tecnología de defensa. El número de su plantilla de empleados se acerca a los 7.000. Según los datos que figuran en su página web, la empresa es el empleador más grande del norte de Israel. En 2013 su cartera de pedidos ascendió a 4,3 millones de dólares y obtuvo un beneficio neto de 101 millones de dólares. Su estructura organizacional incluye diseños de sistemas submarinos, terrestres y aéreos.

“Tengo relación con Israel. Se trata de una relación personal, no política. Visito el país con frecuencia. Y no entiendo. Leo las noticias, veo documentales en la televisión, por internet, y no entiendo. Lo pienso cuando voy allá: ¿Cómo en este mismo pedazo de tierra hay un conflicto tan fuerte? ¿Por qué no se puede convivir aquí? Esto es terrible”.

Para el sol un caleidoscopio/ un poema para el mar/ para el fuego una guitarra y tu voz para cantar/ para el verano bicicletas y burbujas de jabón/ un abrazo pa la risa/ para la vida una canción / para la guerra, nada.

Sucedió cuando apareció la imagen de un niño izando una cometa, durante una presentación del Cirque du Soleil en Barcelona. “Viendo elevarse la cometa le dije a Julio —marido de Marta—: cuánto trabajo hay también ahí. Alguien ha tenido que dedicarse a analizar el viento, la física, la velocidad… Me quedé pensando en eso. Y le comenté que quería componer una canción sobre esa clase de inventos”.

Marta buscó la complicidad de algunos de sus amigos artistas y también la de sus seguidores en las redes sociales. Pidió apoyo para escribir más versos y para rescatar de la indiferencia inventos de aspiraciones nobles. Cosas simples, para el divertimento, para la alegría. “Sólo cosas bonitas, sólo cosas para ser felices. Para la guerra, nada”.

La ecologista y escritora estadounidense Rachel Carson, autora de La primavera silenciosa —considerado como el primer libro divulgativo sobre los efectos del impacto ambiental—, expresó en sus últimos años de vida que si pudiera hacer un regalo a cada niño que nace sería “un sentido del prodigio tan indestructible que duraría toda la vida, como un antídoto infalible contra el aburrimiento y los desencantos de los años posteriores y la alienación de las fuentes de nuestra fortaleza”. La capacidad de maravillarnos es un derecho de nacimiento. Lo ejercemos con gran entusiasmo y naturalidad durante un tiempo, cuando todavía no hemos empezado a ocuparnos de cosas serias y monótonas. Después se queda vibrando, muy bajito, como el sonido de un gong que alguien golpea en alguna parte, un lugar lejano. Un lugar en el que todos éramos santos de pantalón corto y la guerra no era más que un juego.

¿Cómo se hace una cometa? Se necesita papel de seda, hilo, varillas de madera, cuerda, pegamento… Pero, ¿cómo se hace? Lo estaba pensando cuando abrí la ventana de ese oráculo de encomiendas imposibles: “San Google”. Tecleé “cómo fabricar”, y antes de completar la frase, cuando todavía no había escrito en la barra de búsqueda la palabra “cometa”, apareció en pantalla una lista de opciones. La primera de todas: cómo fabricar una bomba.

Para el viento un ringlete / pa’l olvido un papel / para amarte, una cama / para el alma un café / para abrigarte una ruana y una vela pa’ esperar / un trompo para la infancia y una cuerda pa’ saltar / para la guerra, nada.

La primera vez que escuchó Canción en harapos, Marta empezó a plantearse preguntas, a cuestionar el fondo de sus inquietudes: “¿Cómo puede uno hablar de lo que no ha vivido?”. Y pensaba que era cierto lo que decía la canción de Silvio Rodríguez: “Qué fácil es protestar por la bomba que cayó a mil kilómetros del ropero y del refrigerador. Qué fácil es escribir algo que invite a la acción contra tiranos, contra asesinos”. Es fácil, es mucho más fácil si la vidriera y el comedor están a tiro de piedra. A pesar de sus dudas, había algo que Marta tenía claro: necesitaba escribir sobre cosas que ocurrían, y contar y cantar historias que, aunque jamás formaron parte de su experiencia, la conmovían. Algunos años después, Marta conoció al escritor William Ospina —Herveo, Tolima—. “Él me ayudó a entender. Recuerdo que utilizó una metáfora muy bonita, de un pescador. Comprendí que cuando nace en mí el deseo de contar una historia, pongamos el ejemplo del pescador, no estoy tan interesada en contar cuánto gana, cuántas horas al día trabaja, cuál es la rutina que sigue cada día… Yo no sé nada de eso; y no es que no me interese, pero lo que yo quiero contar es a qué huele el pescador, qué piensa, qué siente, por qué está triste. Quiero ponerme en su piel, y ya está”.

Para el cielo un telescopio/ una escafandra para el mar/ un buen libro para el alma/ una ventana pa soñar/ para el verano una pelota y barquitos de papel/ un buen mate pa’l invierno/ para el barco un timonel/ para la guerra, nada.

“Para la guerra, nada” es un proyecto que empezó con una dosis recomendada de inconformidad, con preguntas para las que no existen respuestas convincentes, con la imagen de un niño izando una cometa y con cuatro versos que ya se han multiplicado por diez. Es un canto compartido, de júbilo y esperanza, una colección de momentos, de cosas chiquititas que, como escribió Eduardo Galeano, “no acaban con la pobreza, no nos sacan del subdesarrollo, no socializan los medios de producción y de cambio, no expropian las cuevas de Alí Babá. Pero quizá desencadenen la alegría de hacer, y la traduzcan en actos. Y al fin y al cabo, actuar sobre la realidad y cambiarla, aunque sea un poquito, es la única manera de probar que la realidad es transformable”.

Por Sorayda Peguero Isaac

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