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Historias reales ganan el Nobel

Este año, Svetlana Alexiyévich, periodista bielorrusa, recibió el Premio Nobel de Literatura. Es la decimocuarta mujer en recibir la distinción.

Camila Builes
09 de octubre de 2015 - 03:29 a. m.

Svetlana Alexiyévich recibió la llamada diez minutos antes del anuncio público. Estaba en su casa de Minsk, la capital de Bielorrusia, adonde regresó porque “necesitaba oír las voces de la calle”, cuando el teléfono sonó y detrás de la bocina una voz rústica le anunció que era la ganadora del Premio Nobel de Literatura de 2015. Luego dijeron, dijo Sara Danius, académica sueca, frente a camarógrafos y periodistas de todo el mundo: “Sus escritos polifónicos son un monumento al sufrimiento y al coraje en nuestro tiempo”. Ella calló.

Nació en Ucrania, hija de un militar soviético de origen bielorruso. Estudió periodismo en la Universidad de Minsk. Trabajó en distintos medios de comunicación, los mismos que la han ignorado durante años bajo el régimen de Alexandr Lukashenko. Ha sido mirada con frialdad por los nacionalistas locales por escribir en ruso y no en bielorruso, lo que, según ella, la hace sentir “en un gran vacío”. Tiene 65 años. Hace parte de una serie de escritores que han sido privados de su medio, escritores muertos, emigrados o envejecidos prematuramente.

“Creo que conozco a este hombre, que lo conozco muy bien, que he vivido con él muchos años. Él soy yo, yo y mis conocidos, amigos, padres (…) Ahora vivimos en distintos estados, hablamos en distintas lenguas, pero no nos puedes confundir con nadie. Nos reconocerás enseguida. Somos la gente del socialismo, iguales y diferentes del resto de la gente, tenemos nuestro léxico, nuestras ideas del bien y del mal, de los héroes y los mártires, tenemos una relación particular con la muerte (…), estamos llenos de envidia y de prejuicios. Venimos de allí donde existió el Gulag…”. Es el prólogo de El fin del hombre rojo, obra en la que Alexiyévich habla del “hombre soviético”, producto del plan para transformar la naturaleza humana en el laboratorio del marxismo-leninismo, que sigue existiendo en Rusia, Bielorrusia, Turkmenistán, Ucrania, Kazajistán y el resto del territorio de la antigua URSS, según la escritora.

Alexiyévich deja fluir las voces: monólogos y diálogos en torno a las experiencias del “hombre rojo” o el “homo sovieticus” y también postsoviético. Las crónicas de la bielorrusa profanan las técnicas de la ficción para que la realidad sobrepase la invención por mucho. Crea la sensación en el lector de dudar de la veracidad del relato por su forma particular, clara y sencilla de contarlo. La obra de Alexiyévich gira en torno a la Unión Soviética para descomponer este concepto en destinos individuales y compartidos y, sobre todo, en tragedias concretas. Estas tragedias suelen encontrarse en las víctimas, en el terreno del drama, desoladas vivencias que como eje central encuentran a la muerte.

En 1989 publicó Tsinkovye Málchiki (Los chicos de cinc) sobre la experiencia de la guerra en Afganistán. Para escribirlo recorrió el país entrevistando a madres de soldados que perecieron en la contienda. En 1993 publicó Zacharovannye Smertiu (Cautivados por la muerte) sobre los suicidios de quienes no habían podido sobrevivir al fin de la idea socialista. En 1997 le tocó el turno a la catástrofe de la central nuclear de Chernóbil en Voces de Chernóbil.

“A veces me parece oír su voz. Oírle vivo. Ni siquiera las fotografías me producen tanto efecto como la voz. Pero no me llama nunca. Y en sueños, soy yo quien lo llamo.

Las siete. A las siete me comunicaron que estaba en el hospital. Corrí allí, pero el hospital ya estaba acordonado por la milicia; no dejaban pasar a nadie. Sólo entraban las ambulancias. Los milicianos gritaban: los coches están contaminados, no os acerquéis. No sólo yo, todas las mujeres vinieron, todas cuyos maridos estuvieron aquella noche en la central” (fragmento de Voces de Chernóbil).

“Vivo con el sentimiento de derrota, de pertenecer a una generación que no supo llevar a cabo sus ideas”, afirma Alexiyévich, quien, a partir de los relatos de las víctimas que ha dejado el intento fallido de una sociedad alternativa, logra reconstruir a través del periodismo las versiones que no fueron escuchadas en su tiempo y que fueron segmentadas para que en el mundo occidental escucháramos las versiones oficiales y no precisamente las reales. Pero la obra va más allá de las voces que recoge. Combina la realidad del periodismo con el esfuerzo creativo de la autora para entretejer las historias en un producto que es el híbrido entre lo literario y lo narrativo. Alexiyévich documenta un sufrimiento en gran parte ignorado por los occidentales que formulan políticas para esta parte del mundo.

“Respeto el mundo ruso de la literatura y la ciencia, pero no el mundo ruso de Stalin y Putin”, dijo durante una rueda de prensa retransmitida en directo por internet, declaración que convierte su discurso en un desafío, no sólo a un gobierno que cada vez se asemeja más a los occidentales, sino a una manera de escribir. Svetlana Alexiyévich se convierte en la mujer número catorce en recibir el premio más importante de la literatura mundial, premio que este año galardona a una periodista, lo que nos hace suponer que nuestra realidad es cada vez más increíble que la ficción.

Por Camila Builes

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