El Magazín Cultural

ID – Cirque Éloize: Una dosis de danzas urbanas y música electrónica

Sin payasos ni animales de circo, este espectáculo para toda la familia logró renovar las artes circenses mediante una magistral mezcla de danza, teatro, bicicletas, patines, lazos, coreografías, breakdance y hip-hop.

Lucety Carreño
29 de marzo de 2016 - 05:58 p. m.
Acróbatas aéreos del Cirque Éloize en uno de sus números. / Cortesía: Festival Iberoamericano de Teatro de Bogotá.
Acróbatas aéreos del Cirque Éloize en uno de sus números. / Cortesía: Festival Iberoamericano de Teatro de Bogotá.

 El director y creador, Jeannot Painchaud, del iD – Cirque Éloize, de Canadá, estuvo acompañado de un gran elenco, con grandes y maravillosos talentos. La función mostró el amor -al estilo “Romeo y Julieta”- entre jóvenes de tribus urbanas opuestas, que se enfrentaban constantemente en duelos de hip-hop (movimiento artístico y cultural) y Breakdance (danza urbana originada en la década de los 70´s). Los duelos llamaban la atención principalmente de los niños, quienes perdían la mirada en cada uno de los movimientos que hacían los artistas.

Las escenas mostraban impecables coreografías con saltos de cuerdas y gimnasia acrobática. La diversidad de colores hacían que cada número de la obra fuera mágico y lograba una armonía, que se refleja en la alegría de sus espectadores; aplausos, ojos fijos en la tarima y más aplausos.

Mediante proyecciones de mapping y 3D, recreaban en su escenografía una ciudad surreal, sobre cuyas fachadas grafiteadas los artistas retaban la gravedad, brincaban, se lanzaban del muro al suelo y viceversa, acompañados de los ritmos originales de la banda sonora de trip-top (genero de música electrónica originado a inicios de la década de los 90´s en Reino Unido), compuesta especialmente para la obra, que hacían vibrar al asistente y con cada ritmo.

A medida que iba transcurriendo el show, también cambiaban las proyecciones de mapping que iban acorde al número, y conseguían que el espectador mantuviera los ojos bien abiertos, debido a que generaban expectativa por saber qué vendría después.

El asistente a la función se podía quedar boquiabierto, cuando las luces se apagaban y solo quedaba encendida una, que iluminaba a la contorsionista, quien movía su cuerpo de una forma tan sutil que era increíble mirar cómo jugaba con su cuerpo, una pierna encima de la cabeza mientras la otra se movía lentamente. Ella, haciendo y siendo arte, se lograba acomodar como una araña. Su cuerpo, totalmente elástico causó impresión y asombro.

A pesar de que la obra tuviera una duración de 110 minutos, la función provocaba en el espectador altas dosis de risas, asombros y adrenalina. En especial, cuando los artistas lograban grandes hazañas en el freestyle (estilo libre) y cuando las luces se prendían lentamente, pues daba la impresión de que había finalizado pero era para que el elenco y el público interactuaran. Risas, personas de pie o escondiéndose para que no los pasaran al frente, permitía una especie de complicidad entre los artistas y los asistentes.

Los asistentes, al ir retirándose de la Gran Carpa de las Américas, hablaban de los momentos que más los impactaron; los niños, por su parte, les hablaban a sus padres, abuelos o familiares, de las asombrosas hazañas de los jóvenes artistas y los fascinantes bailes de danzas urbanas.

Por Lucety Carreño

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