El Magazín Cultural

La impotencia y la rabia de Clemencia Echeverri

En su más reciente obra, “Nóctulo”, habla de los lugares deshabitados, de todo lo que viene y se va. Una entrevista con la artista, en la que cuenta apartes de su vida y qué la mueve al crear.

Alejandra López
01 de mayo de 2015 - 03:37 a. m.
Clemencia Echeverri / Cortesía
Clemencia Echeverri / Cortesía

Una casa abandonada en un pueblo de Caldas que fue tomada por murciélagos es la inspiración de Nóctulo, la más reciente obra de Clemencia Echeverri. Se trata de una instalación, mezcla de video y sonido, que evoca a aquellos que alguna vez ocuparon esa casa. Hay voces y lamentos de la gente que la habitó y en la imagen aparecen personajes como si fueran fantasmas. Símbolos de lo que fue y ya no es. De lo que estuvo y ya no está más. Metáforas del abandono.

“Ella es una artista con gran ética y creatividad. Su obra Nóctulo tiene una fuerte dosis de poesía, además de un innovador montaje”, dice Miguel Ángel Rojas, uno de los artistas más influyentes del arte contemporáneo en Colombia, sobre la obra de Echeverri. Nóctulo, como la mayor parte de la obra de Clemencia, es un intento por aliviar el dolor que le produce todo aquello frente a lo que somos impotentes y hace parte de la evolución de la obra de esta artista nacida en Salamina, Caldas, que es, sin duda, uno de los referentes más importantes del arte contemporáneo actual.

Su raíz está en Salamina, viene de una familia paisa de siete hijos. ¿Qué recuerdos tiene de esa niñez?

Nací en Salamina, pero cuando tenía siete años nos movimos a Medellín. Mis padres y mis hermanos nunca perdieron el vínculo con Caldas. Los primos y parientes cercanos están allá. Mi mamá siempre quiso que las mujeres nos dedicáramos a cosas relacionadas con el arte. Nos metieron a clases de pintura, de música; mi primera profesora de piano fue Teresita Gómez, pero no pude con el piano, así que terminé en esto.

Empezó estudiando comunicación social y luego se pasó a artes visuales...

Me atraía mucho lo mediático, todo lo de la televisión, que en esa época era aún muy lejano. La radio me atraía. Fui como la tercera generación de comunicadores de la Bolivariana. En paralelo a la comunicación asistía a clases de pintura. Todavía conservo una caja de pasteles que le compré a una compañera del colegio cuando tenía diez años. Terminé la carrera y entré a la Universidad de Antioquia a hacer artes plásticas y visuales. De ahí me fui un año a hacer una primera maestría en pintura, pero era carísimo y mis padres no lo podían pagar. Luego, en el 94, siendo profesora de la Universidad Nacional en Bogotá, solicité un apoyo para hacer la maestría y me fui a Inglaterra.

Fue docente durante muchos años. ¿Llegó tarde a la producción de su obra?

Mi primera exposición de pintura en la galería La Oficina, de Medellín, fue en 1982. Pero a los artistas en Colombia siempre nos ha tocado trabajar en otras cosas. La mejor escogencia para que la obra no se afecte y para estar todo el tiempo investigando, estudiando y fortaleciendo la obra es la academia.

En general, su obra está atravesada por temas relacionados con el conflicto, es una especie de “estética de la violencia”...

La obra de videoinstalación Versión libre, de 2011, respondió a las constantes mentiras con que nos manipulaban por los falsos positivos desde 2008. Me fui a Medellín y entrevisté a dos grupos de desmovilizados, tanto de guerrilla como de paramilitares, buscando de viva voz testimonios por la verdad. En la obra Supervivencias y sacrificio, de 2013-2014, mi interés respondió al saber que un amplio número de personas de la zona de San Félix, Caldas, y de la vereda de Curubital, y mi hermano en particular, fueron múltiples veces extorsionados por el frente 47 de las Farc, bajo el mando de Karina e Iván Ríos. Por muchos años invadieron esa zona del departamento pasando de las montañas de Sonsón, Antioquia, hacia el norte de Caldas y apoderándose de una región solitaria, silenciosa y humilde para confrontar a los campesinos y ejercer presión sobre los ganados degollándolos y quemándolos en los patios de cada finca.

Su obra “Treno” evoca los cuerpos que bajan por el río Cauca. ¿Cómo fue el proceso de investigación? ¿Habló con la gente de Fiscalía, Medicina Legal, con los habitantes de los pueblos aledaños al río?

Esa obra no surge de la premisa de que en Colombia los ríos se han llevado todos los muertos. No. Surge de una llamada que me hizo una trabajadora de una finca en La Felisa, Caldas, a decirme que a su hijo se lo habían llevado la noche anterior y que yo cómo podía ayudarla. Yo estaba en Bogotá y le dije que no podía hacer nada. Pero me pasó un corrientazo de saber que había una persona reclamando ayuda y no se la podía dar. A los dos días me fui para allá. Al llegar a la finca, vi desde la casa el río Cauca que pasa cerca. Y oí las voces de queja, de reclamo, pidiendo ayuda. A partir de ahí la obra empezó a configurarse. Luego me fui con personas de la región a hacer un ejercicio de llamado, cada uno llamando a alguien que se le hubiera perdido.

¿Qué pasó con la señora que la llamó? ¿Vio la obra? ¿Fue útil para ella de alguna manera?

El hijo apareció. Vieron la obra. Pero no sé si les haya ayudado. No creo que la obra vuelva hacia los actores que participaron en ella. No creo que la obra haya sido hecha para ella y su hijo. Fue hecha para todos nosotros. Es un trabajo simbólico que reconstruye otra memoria.

Antes que una influencia de la plástica misma, usted tiene una fuerte influencia de la filosofía...

Sería muy arrogante de mi parte decir que la influencia de mi obra viene de la filosofía. Respeto mucho el trabajo de los filósofos y los filósofos contemporáneos me parecen una gran compañía, casi siento que tengo con quién conversar sobre preguntas que me surgen en el trabajo. Desde hace unos diez o doce años organizamos en la Universidad Nacional de Bogotá un grupo de trabajo para establecer la Maestría de Artes Plásticas y Visuales, donde trabajamos textos de Agamben, Deleuze, Sloterdijk, Didi-Huberman y Ranciere, entre otros. De ahí mi interés en seguir esas voces. En literatura me he acercado a escritores como Kertész, Sebald, Beckett, Rulfo, Hrabal, Gabo, Primo Levi, con tonos y ritmos poéticos donde la metáfora es contundente. Desde el cine también siento que he tenido influencia, especialmente de directores como Bela Tar, Alexander Sokurov, Kurosawa, Godard, Chris Marker e Hiroshi Teshigahara.

Doris Salcedo, Beatriz González, Miguel Ángel Rojas, Óscar Muñoz y José Alejandro Restrepo son artistas que tratan temáticas muy parecidas a las suyas. ¿Se siente identificada con ellos de alguna forma?

Me siento muy cerca de las preocupaciones. Con algunos más y con otros menos. Empecé a construir mis obras desde mi propio mundo, pero me siento muy cómoda de coincidir con estos artistas que menciona.

¿Cómo llegó al video? Primero hizo pintura y escultura...

La primera obra de video que hice fue casi íntima. Se mostró en el Salón Nacional de Artistas. Era la historia de una casa en Chapinero que iban a tumbar para ampliar una vía. La dueña la iba a sacar en partes para reconstruirla en Chía. Cuando me lo contaron me pareció desgarrador. Le propuse a la dueña hacer un video para empezar a seguir el proceso. Fue un punto de quiebre en mi carrera.

Usted vivía en Medellín en la época del narcoterrorismo. ¿Qué le dejó ese tiempo?

Pablo Escobar compró una casa al lado de la de mis padres y a medianoche llegaban plata, motos, coca. Nos tocó toda esa novela que se armó en Medellín, cuando lo único que uno hacía era ver que eso no lo tocara.

Alberto Sierra, uno de los curadores más influyentes en Medellín, le hizo la vida imposible. ¿Qué pasó con él?

Yo trabajaba en el Museo de Arte Moderno de Medellín y hubo unos desacuerdos de manejo que rayaban con la ética porque él era curador del museo y a la vez dueño de una galería. Había un conflicto de intereses que planteé en la junta directiva y la junta propuso retirar a Alberto. A raíz de eso no me volvió a tener en cuenta para nada. A mí me parece que manejó las cosas casi como un monopolio en Medellín, en una estrechez y una limitación mental en la que sólo había cabida para cuatro artistas y nadie más. Eso perjudicó mucho la escena del arte en la ciudad. Para mí, haber podido venir a Bogotá y retirarme de eso que estaba pasando fue muy positivo porque hice mi trabajo. No sé si Alberto Sierra ha hecho muchos tachones en mi nombre, no sé qué tanto me ha perjudicado.

¿Cómo es su proceso creativo? ¿Pasa por ver noticieros, oír radio, leer prensa, recortar noticias que le llamen la atención?

Desde hace muchos años llevo un detenido archivo de prensa y revistas que recorto cada mañana. Pero uno va identificando esos procesos creativos en la medida en que va enlazando unas obras con otras. No hay una metodología establecida. Pero hay algo que coincide y es el evento que se manifiesta, por prensa o porque me lo cuentan o porque me tocó vivirlo, y es un evento que me da rabia, que me hace sentir impotente.

¿Son la rabia, la impotencia y el dolor lo que la mueven a crear?

Sí. No trabajo de manera temática. Trabajo sobre eventos que me mueven y me confrontan.

Su obra más reciente, “Nóctulo”, está inspirada en una casa en Caldas que estuvo deshabitada mucho tiempo y que fue tomada por murciélagos. ¿Cómo es esa historia?

Es la representación de todas las casas deshabitadas. Es una pieza particular porque contiene dos elementos. Uno: la pérdida, la memoria, aquella cosa que se queda también en el sonido, en las voces de personas que siguen llamando, lo que va quedando del horror. Son lugares abandonados a los que no es fácil volver. Y lo otro es lo que encontré cuando vi la casa. Llegué a esa casa tomada por los murciélagos y vi la vida que hay en esa casa desde el animal. Me pareció espectacular la imagen que vi. Vi sonido y movimiento. Vi que había vida más que muerte. No sólo vi el dolor y la pérdida sino la naturaleza en revitalización constante. Me puse a investigar a los murciélagos y encontré que son animales sembradores, que vuelan en la noche a través del ultrasonido —que es el sonido que hay en la obra— y ese sonido le produce al animal un eco para poderse orientar. Esa es una metáfora extraordinaria. El eco. Todo lo que viene y va. Lo que se devuelve.

Una de las cosas que más llaman la atención en su obra es el montaje...

Me interesa mucho el problema del espacio. Para que cada obra aparezca en un espacio de acuerdo a los intereses e intenciones necesita de unos recursos técnicos que estén al mismo nivel de las ideas. Y en eso trabajo muy duro.

En la música, en la literatura, siempre están los grandes temas de la humanidad, como la soledad, el dolor, el odio, el amor, la muerte... ¿Tiene algún tema que la obsesione?

Hay temas como la escasez, la carencia, la impotencia, la posición del ser humano frente al poder, frente a sus circunstancias, lo que le es difícil sobrevivir. Salir de una dificultad, sentirse vencido por las circunstancias. Todo eso puede llevar a situaciones de dolor, de muerte, de esperanza.

 

Por Alejandra López

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