El Magazín Cultural

Jaime Garzón y la educación que nos sobra

El 14 de febrero de 1997, el abogado de la Universidad Nacional Jaime Garzón, más conocido por su crítica política a través de sus programas Zoociedad, Quac y sus personajes como Godofredo Cínico Caspa y Heriberto de la Calle, realizó una conferencia en Cali en la Corporación Autónoma de Occidente.

Katherinne Castañeda
16 de noviembre de 2014 - 09:12 p. m.
/ Ilustraciones: Gova
/ Ilustraciones: Gova

En dicha conferencia habló sobre la problemática que atravesaba el país en ese momento. Hoy, a finales de 2014, a orillas de lo que muchos en los noventa llamaron futuro, la problemática continúa. No solo se trata del sistema político, también se trata de un sistema educativo del futuro que parece no haber avanzado mucho en contraste con años atrás.

Colombia quizá no sea el único país que tiene problemas con el sistema educativo, y es que como decía Garzón, aquí no nos enseñan lo que necesitamos.

Si comparamos los sistemas de otros países, la educación parte de la premisa “estudia para conseguir un buen trabajo”. Y dicho de una forma más coloquial, estudia para que seas un esclavo.

Colombia sigue siendo uno de los países donde nos educan para pertenecer a un sistema económico donde, si lo pensamos detenidamente primero se paga, por tener empleo. A qué me refiero con esto, sencillo, lo que quiero decir es que invertimos cantidades exorbitantes en educación para al final darnos cuenta de que hemos pagado millones que quizá recuperaremos muchos años después, cuando posiblemente con suerte tendremos 40 años.

Nos educan para pertenecer al sistema, para creer en ciencias exactas que al final terminan confundiendo nuestra propia identidad.

Desde el inicio nos dicen que Dios es el creador de todo, y no es que lo dude porque, aclaro, no soy atea. Sin embargo, es cierto y hasta cómico lo que Garzón aseguraba: “Dios en su infinita grandeza y su inmensa soledad decidió crear el mundo y ahí nació el ser humano”. Desde la perspectiva de él y dicho así, es imposible entender cómo en medio de la contradicción nos intentan enseñar. Desde que empezamos la educación básica, todo lo que aprendemos resulta confuso y repetitivo.

Si Dios creó el mundo, ¿por qué más adelante nos dicen que somos producto de la evolución? Entonces ¿al fin que? ¿somos energía?, ¿somos producto del Bing Bang o nos creó Dios del polvo? La verdad es que en la educación básica nunca se ponen de acuerdo.

Obviamente los más religiosos no aceptan la evolución y desde ahí se podría decir que no tenemos identidad, no sabemos ni de dónde venimos ni para dónde vamos.

Según Jaime Garzón, en Colombia “los ricos se creen ingleses, la clase media se cree gringa, los intelectuales se creen franceses y los pobres se creen mexicanos”. Lo que resulta cierto, vivimos en un eterno sueño americano donde no conocemos nuestra historia pero queremos ser lo que los medios nos venden. Siempre nos creemos más que otro y por eso nos comemos el cuento de que si usamos Ray Ban, Ferrari o Iphone ya no somos clase media y ni siquiera colombianos.

Nos comemos el cuento de que tener mil carros hace parte de nuestros activos, cuando la realidad es que ni siquiera entendemos el sistema económico y que esos mil carros representan deuda, pero bueno esto no trata de economía, o no es el punto al que quiero llegar.

Por supuesto toda la culpa no puede ser de los medios, hay que atribuirle parte del problema al sistema educativo. El colegio no nos enseña a discernir, ni a pensar diferente. Al sistema solo le interesan las respuestas exactas que no se pueden contradecir, como que dos más dos es igual a cuatro.

El problema de la educación actual es que está diseñada para las masas casi como un producto que debe venderse, lo cual termina limitando las diversas capacidades de los individuos.

La educación en Colombia no está diseñada para que pensemos, ni para que seamos líderes. Cuando alguien piensa diferente, se le define como guerrillero, de izquierda, anarquista, ateo, subversivo y un montón de connotaciones de las que muchas veces no tenemos idea. Y digo no tenemos idea, porque yo hago parte de esos millones de Colombianos con prejuicios, tales como el de que los comunicadores estudiamos para ser presentadores, cuando la realidad es otra.

Muchos de los espacios donde se puede pensar se ven limitados a la filosofía, las ciencias políticas, la sociología u otras ciencias del pensamiento; sin embargo estas se enfocan en enseñarnos lo que otros dijeron para que lo aprendamos de memoria como si fuera un himno, excluyendo la posibilidad de desarrollar un pensamiento autónomo, reflexivo y abierto que nos permita llegar a nuevas teorías y discusiones.

Finalmente lo que importa es que nos unamos al sistema de producción para que colaboremos con el supuesto progreso de nuestra tierra, que cada vez se hunde en una burbuja de metrópolis y máquinas.

Educación es lo que nos sobra, pero en Colombia no sabemos qué hacer con ella. Los procesos educativos no han evolucionado en materia de métodos, lo que no permite que percibamos el conocimiento como una forma de libertad.

Vivimos en una sociedad donde la lógica es, como decía Garzón: “Si el niño tiene tres novias es el putas, pero si la niña tiene tres novios es una puta”. Estamos armados de prejuicios con casi todo lo que nos rodea y lo más cercano a identidad que tenemos es el último teléfono del mercado o la última moda viral de la red.

Quizá seamos más contestatarios como decía Garzón, porque 17 años después tenemos blogs, youtube, facebook, twitter y una cantidad de herramientas que permiten a cualquiera expresarse de la forma que quiera. Aún así, esto para los jóvenes no se ha convertido en un modo de participación ciudadana. No hemos hilado que este país es donde vivimos, que es un país hermoso, un país rico pero con problemas.

Aunque contestatarios en las redes, a la hora de elegir nos quedamos en casa porque nos dio pereza, porque llovió o cualquier otra excusa. Lo que como consecuencia resulta en gobernantes corruptos que solo nos dan pan y circo.

A veces pienso que es mejor que Garzón no esté vivo para presenciar lo que hemos hecho con nuestro país, agradezco que no haya visto cómo elegimos e idolatramos a Uribe, y que desde ahí el país está mucho peor.

No somos capaces de cuestionarnos sobre lo que creemos verdad, y lo que es peor, carecemos de memoria. Cada vez que elegimos sobre el futuro del país es como si nos hundiéramos en una hipocresía colectiva, donde olvidamos el pasado que tanta sangre nos costó. Dimos el voto por alguien que nos convenció de que el camino a la paz era el aumento al pie de fuerza y la vigilancia, dejando a un lado el componente social que supuestamente proclama como derecho la Constitución del 91. Su gobierno se escondió bajo el lema “Vive Colombia, viaja por ella”, en un afán de proteger las carreteras y tierras como si en Colombia solo vivieran los más acaudalados. Jaime tenía razón, fue como un presagio y el gobierno de Uribe sólo le dio la razón a lo que entre risas y humor parodiaba Garzón con su personaje Godofredo Cínico Caspa.

Parece que su muerte no ha servido de nada, que a pesar de que cada 13 de agosto lo recordamos con nostalgia, nosotros los jóvenes no hemos tomado las riendas de nuestro país y que efectivamente nadie ha venido a salvarlo.

Menos mal no está vivo para ver que aún no hemos entendido el significado de “nadie podrá llevar por encima de su corazón y hacerle mal a su persona aunque piense y diga diferente”. No esta vivo para ver que lo que hace esta generación del futuro ya no es discriminar, sino hacer matoneo, que en vez de avanzar con la era de la información y la tecnología, ahora tenemos más herramientas para vulnerar el pensamiento y la dignidad de otros.

Afortunadamente no está vivo para presenciar la llegada de los gringos al Tayrona con sus móviles de alta gama para hacerse ‘selfies’ con los wayuu como si ellos fueran la atracción principal de un parque de diversiones.

Ojalá algún día como homenaje a lo que él hizo, salgamos de esta falta de pertenencia y nos demos cuenta de que el poder está en nosotros, que en nuestras manos está el país que queremos, que en nuestras manos está la paz, pero que necesitamos transformar el sistema desde la educación.

Lo más importante es que los colombianos tenemos que encontrar nuestra propia identidad, esa que está oculta en nuestras selvas, en nuestros campesinos y nuestros indígenas. Espero que algún día nos demos cuenta de que somos hijos de una tierra fértil que aún no ha encontrado la libertad.

 

Por Katherinne Castañeda

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