El Magazín Cultural

Jérôme Ruiller: ¡Ahí está ilustrado!

Con creaciones coloridas y construcciones sutiles, este escritor y dibujante nacido en Madagascar se quedó con el apetecido tesoro del gusto infantil. Papá, mamá, Anita y yo, Hombre de color y Por cuatro esquinitas de nada han sido sus trazos más populares.

Juan Carlos Piedrahita
01 de mayo de 2017 - 02:00 a. m.
Ilustración: Jérôme Ruiller
Ilustración: Jérôme Ruiller

Jérôme Ruillier quería llegar alto con la práctica del alpinismo, su pasión inicial, pero escaló más rápido empleando la ilustración como utensilio primordial. Para subir montañas necesitaba de un equipaje adecuado, unos arrestos incontrolables y la cautela para no perder el equilibrio en un instante. Para dibujar, tan sólo debía recurrir al papel, al lápiz; y a su imaginación, que desde siempre superó cualquier cumbre por empinada que estuviera.

El deporte de las cuerdas, las clavijas y los arneses quedó relegado al lugar del pasatiempo, mientras que la ilustración trepó con la suficiente consistencia para ubicarse en ese privilegiado sector destinado a la profesión. Estudió Artes Decorativas en Estrasburgo, Francia, queriendo contar historias y arropando su propuesta narrativa con trazos, líneas y colores. La escritura necesitaba un compañero y, según Ruillier, el cómplice más fiel podía ser el dibujo.

Un ilustrador es, ante todo, un buen observador. Es un fisgón consagrado con los sentidos bien alerta. Y eso es Jérôme Ruillier, una persona que está pendiente de los gestos humanos y de las actitudes de los animales para traducirlos al complejo lenguaje de la imagen ilustrada. Su tarea se centra en el hecho de nutrir el esbozo de cada escena que quiere plasmar y así ha sido su cotidianidad desde que la mesa de dibujo le ganó el pulso a la montaña.

De su puño y letra escribe las historias y elabora las ilustraciones que van a embellecer el relato. Cuando el trabajo está en su fase final, hace que algunos de los cuadros recién concebidos lleguen hasta el computador para hacerles retoques para complacer al exigente gusto de sus seguidores incondicionales, un selecto grupo conformado, en su mayoría, por niños y jóvenes.

Jérôme Ruillier no cree en el discurso recurrente de los adultos que dicen que todavía son niños. A él lo que lo mueve para hacer su trabajo es la emoción que le produce elaborar un buen libro o recrear historias para los lectores con manos pequeñas pero con grandes deleites.

La ilustración es una especie de pasión infantil en la edad adulta, y por eso asume la responsabilidad de abordar temáticas complejas como los valores de la amistad, el sinsentido de los prejuicios y la xenofobia.

“Cuadradito quiere jugar en casa de sus amigos Redonditos, pero no pasa por la puerta porque... ¡la puerta es redonda, como sus amigos! ¡Tendremos que recortarte las esquinas!l le dicen los Redonditos. ¡Oh, no!, dice Cuadradito. ¡Me dolería mucho! ¿Qué podemos hacer? Cuadradito es diferente. Nunca será redondo...”. Con este fragmento de Por cuatro esquinitas de nada, una de sus propuestas más divulgadas, Ruillier se aproxima con ideas y trazos a los sentimientos de niños y jóvenes. 

Un ilustrador tiene la obligación de realizar una narración a través de imágenes, refiriéndose a anécdotas, poemas, textos literarios o sucesos cotidianos. Por tratarse de una labor creativa, su cabeza debe enriquecerse en todo momento. 

Esa es la razón por la que Ruillier lee siempre y está atento a lo que pasa en el día a día, porque es ahí donde están determinados los trazos de muchos de los personajes que figuran en álbumes como Papá, mamá, Anita y yo, Hombre de color y Aquí es mi casa.

“Personajes esquemáticos creados con cartulinas y simples tramas de colores son capaces de transmitir las claves de la convivencia”, asegura Jérôme Ruillier, quien está casado con la también ilustradora y escritora Isabelle Carrier, su aliada en muchas apuestas laborales y la responsable de que haya llegado a la conclusión de que no hay nada mejor que los relatos para niños cuando se tiene la intención de que los mayores los comprendan también.

Por Juan Carlos Piedrahita

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