El Magazín Cultural

José Luis Gallo en concierto: entre estrenos y cantos

Reseña sobre la presentación de José Luis Gallo, guitarra (Colombia) en la Sala de Conciertos de la Biblioteca Luis Ángel Arango. Gallo también visitó Quibdó, Santa Marta, Ipiales, Cúcuta, San Andrés, Leticia, Riohacha, Manizales y Honda.

Alexander Klein*
17 de marzo de 2018 - 08:25 p. m.
El guitarrista José Luis Gallo estrenó durante su presentación en la Sala de Concierto de la Biblioteca Luis Ángel Arango las obras “Quarive”, “Canción de cuna para Nito”, y “El jardín de las delicias”. / Gabriel Rojas © Banco de la República
El guitarrista José Luis Gallo estrenó durante su presentación en la Sala de Concierto de la Biblioteca Luis Ángel Arango las obras “Quarive”, “Canción de cuna para Nito”, y “El jardín de las delicias”. / Gabriel Rojas © Banco de la República

El domingo 4 de marzo, la Sala de Conciertos de la Biblioteca Luis Ángel Arango fue testigo de un evento raro y extraordinario. Tras leer que se trataba de un recital de guitarra a cargo de José Luis Gallo –músico con estudios académicos en instituciones como la Pontificia Universidad Javeriana y el Conservatorio de Lyon de París– me fui preparado a escuchar los usuales arreglos de guitarra de las invenciones y fugas de Bach y, cómo no, las piezas obligadas de Heitor Villa-Lobos. Todo me lo imaginé, de paso, interpretado por un personaje vestido de negro, quizás con corbatín, en el tono serio que caracteriza la llamada “música académica”.

Pues bien, apenas dieron las once de la mañana, la puerta del camerino que da al escenario se abrió y de ella salió un señor joven, libre de prejuicios, vistiendo una camisa gris con pepitas, pantalón azul oscuro, zapatos café claro y –lean bien– medias azules claras con figurines en colores vivos que se veían en toda su gloria gracias al espacio que la talla del pantalón dejaba entrever entre el calzado y las rodillas. Para mi gran sorpresa, este personaje era José Luis Gallo, el guitarrista que actuaría en el concierto.

Después de esta sorpresiva y original entrada en escena, Gallo se ubicó en un asiento metálico que revelaba varios años de uso generoso y, sin decir una palabra, empezó a tocar su guitarra con un desembarazo y relajación que dio un excelente preámbulo para lo que vendría después. Poco tengo que decir de su técnica: limpia y con tendencia hacia una enorme libertad de tempo, Gallo demostró ser un artista consumado, consciente de la partitura pero siempre dispuesto a agregarle su toque personal.

En un programa que incluyó nueve obras, debo decir que lo que más me dio felicidad –aparte de las medias del intérprete y el número generoso de obras poco conocidas del siglo XX– fue presenciar nada menos que tres estrenos mundiales de obras contemporáneas: Quarive, de Carlos Lora Fálquez, Canción de cuna para Nito, del propio José Luis Gallo, y El jardín de las delicias, de Camilo Giraldo Ángel, todos colombianos, quienes además estuvieron presentes en el auditorio.

La importancia de este suceso, desde luego, no puede ser subestimada. ¿Cuántos conciertos de música académica hay por año en Colombia en el que se estrenen obras de compositores nacionales? Para aquellos que todavía se preguntan por qué Colombia no levanta cabeza en el mundo de la composición, la razón es precisamente porque hay muy pocos espacios, y muy pocos músicos libres de prejuicio, que toquen obras de compositores vivos. Es así de sencillo.

Por esta razón, he calificado el concierto de José Luis Gallo como un evento raro y extraordinario, pues el propio intérprete fue quien tomó la iniciativa de dar a conocer estas joyas escondidas de la música colombiana, declarando incluso que para él era algo como un pecado que los músicos se quedaran «tocando música de solo gente muerta». Y digo “joyas”, además, porque las tres obras fueron sobresalientes: Quarive, dividido en dos movimientos, revive la melodía popular en el ámbito académico y, junto a ella, los ritmos heredados de África que caracterizan mucha música colombiana, ambos ingredientes utilizados sin rodeos ni elucubraciones innecesarias.

El Jardín de las delicias, por su parte, es toda una lección de originalidad y lirismo sin recaer en la rancia obsesión por la disonancia que caracteriza la música contemporánea de Colombia. Al escuchar el estático tercer movimiento, me convencí de que la composición académica en Colombia tiene futuro. ¡Qué lirismo! ¡Y qué escritura tan rica! La voz compositiva de Giraldo, en esta obra en particular, me hizo pensar en el compositor Ned Rorem, cuyas obras son también un ejemplo de cómo escribir música atonal sin caer en los clichés de los tritonos y las segundas menores por doquier.

Junto a estas obras sobresalió también la Canción de cuna para Nito de Gallo, quien con toda modestia declaró que su obra no tenía ninguna pretensión académica. De lenguaje tonal sencillo y directo –a veces oscilando únicamente entre dos acordes–, y con un carácter reflexivo e hipnótico, esta bella canción sin palabras conmovió al público también por su naturaleza programática, luego de que el propio intérprete declarara que la había compuesto para su hijo, quien está próximo a nacer.

Cercano a concluir el recital, Gallo sacó más sorpresas y anunció, con la misma modestia anteriormente descrita, que iba a cantar y tocar la conocida Zamba de la viuda. Con este gesto, el intérprete comprobó no solo haber superado las barreras dogmáticas que a veces hacen de la música académica un género elitista, sino haber superado los propios prejuicios que existen en el medio respecto a la acción de cantar, recordándonos que el canto está en todos nosotros si decidimos liberarlo de los prejuicios sociales que nos callan desde edad joven.

* Profesor de cátedra de la Universidad de los Andes. Autor y editor de las obras completas de Oreste Sindici (1828–1904).

 

Por Alexander Klein*

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