El Magazín Cultural

La Bienal de São Paulo vive en el Mambo

Con 16 artistas de distintos lugares del mundo, las itinerancias de la Bienal de São Paulo en su versión 32 llegan al Museo de Arte Moderno de Bogotá con incertidumbres que involucran reflexiones de carácter ambiental, social y de pensamiento cosmológico.

Sandra Fernández
28 de julio de 2017 - 09:00 p. m.
Instalación de Ana Mazzei en la Bienal de São Paulo. / Cortesía
Instalación de Ana Mazzei en la Bienal de São Paulo. / Cortesía
Foto: Leo Eloy/Estúdio Garagem/ Funda

Recapitulando raíces, la Bienal de Venecia es la más antigua de su género, además de reconocerse por acoger propuestas internacionales que recorrieron desde su nacimiento (en el año 1895) las diferentes vertientes artísticas que, década tras década, reinventan la noción de crear a través de la visión de los artistas. Sus escenarios predilectos son el parque veneciano Giardini y el edificio Arsenal, donde realizan distintas actividades, desde educativas hasta reconocimientos de quienes participan en el evento.

Siguiendo esta misma línea, originaria de bienales culturales en todo el mundo, Brasil reconoce la ausencia artística en el continente americano, surgiendo en el año 1951 como un nuevo espacio que cada dos años reúne, en un inicio en el Museo de Arte Moderno de São Paulo, y que después se desarrollaría en el parque Ibirapuera, las mejores propuestas internacionales, reconociendo este país como uno de los grandes exponentes artísticos. A la fecha se han realizado 32 versiones distintas, destacando en cada edición una temática que titularía a la bienal y que daría como eje a las obras participantes.

Del 11 de septiembre al 7 de diciembre del año 2016 se realizó la 32ª Bienal de São Paulo, con la curaduría del alemán Jochen Volz, quien para esta versión propone, bajo el nombre Incerteza Viva, una aproximación hacia las condiciones históricas, sociales y medioambientales que se reconocen dentro de un campo de constante cambio, lleno de dudas y de un sentimiento de confusión que es dispuesto a través del arte contemporáneo y cómo, desde allí, puede manifestarse y reinterpretarse desde los distintos contextos en donde se encuentre la obra.

Esta idea, llevada a cabo durante la Bienal de Brasil en el 2016, es puesta en marcha durante el Circuito Itinerante, un evento creado en el año 2011 que busca recorrer distintas ciudades de Brasil y Portugal. Para este año tendrá la fortuna de estar presente en el Museo de Arte Moderno de Bogotá, en la exposición Incerteza Viva, del 29 de julio al 1º de octubre.

“En la 32ª Bienal de São Paulo tomé lo incierto como tema central con el fin de reflexionar sobre las condiciones actuales de vida en tiempos de cambio continuo y sobre las estrategias que el arte contemporáneo puede ofrecer para absorber o habitar estas incertidumbres. Lo que la exposición espera engendrar es un pensamiento cosmológico, de inteligencia ambiental y colectiva, y las ecologías naturales y sistémicas”, explica Volz, curador de la bienal y quien, de la mano del Museo de Arte Moderno, trae a Bogotá 16 artistas de distintos lugares del mundo, entre los que se destacan los colombianos Carolina Caycedo y Carlos Motta. Según la museógrafa del museo, Laura Aparicio, “es interesante ver cómo esta exposición que se había pensado para un espacio específico, para un edificio y que se había recorrido de cierta manera, llega a un país nuevo y se empieza a dialogar con el contexto que hay acá. Entonces entran en un diálogo con el edificio del museo y ahí ya empieza la distribución de las obras pensadas especialmente para el museo. La selección de las obras se piensa mucho más en el contexto colombiano”.

Estos artistas, como parte de la 32ª Bienal de São Paulo que se llevó a cabo en el 2016, llegan a Colombia no solamente para dialogar con un contexto que, más allá de tratar situaciones locales, da pie para generar una misma perspectiva de lo que sucumbe al mundo. Es así como estas incertidumbres, desde el arte contemporáneo, buscan redibujarlas, dar cierto acercamiento a aquellas nociones desconcertantes y angustiantes que agobian por igual a la humanidad entera. En ese sentido, explica el curador alemán:

“Sentir a través de las humanidades y las ciencias, por igual, la incertidumbre, parece gobernar las maneras en que entendemos o ya no entendemos nuestro ser en el mundo de hoy: la degradación del medioambiente, la violencia y las amenazas a las comunidades y la diversidad cultural, el calentamiento global, los colapsos económicos y políticos, las catástrofes naturales, la vida aniquilada por la atrocidad, la enfermedad y el hambre son las historias que nos rodean diariamente”.

Aquel cuestionamiento desde esta perspectiva del curador llega al Mambo con obras que en su mayoría parecen ser instalaciones que orgánicamente se organizan en las tres salas dispuestas del museo, entre los que cabe mencionar el trabajo de la turca Günes Terkol, quien realiza una serie de tejidos suspendidos que presentan una reflexión sobre la igualdad de género; los videos instalativos del brasileño Jonathas de Andrade, quien desde una perspectiva más sensorial y de ambiente etnográfico reescenifica la cotidianidad de un pescador entre lo documental y la ficción, y la colombiana Carolina Caycedo, con su obra A Gente Rio-Be Dammed (2016), en la que evidencia daños medioambientales y sociales a causa de la privatización de las aguas de los ríos con fines lucrativos.

Cada uno de los proyectos que componen la muestra logra adaptar desde el arte una noción de despertar que, desde el desconocimiento o el miedo a enfrentar los disparates que el mundo ha fundamentado para coexistir, logra aparecer como una forma de vida recurrente. Para Jochen Volz, con respecto al arte contemporáneo, “la incertidumbre en el arte apunta hacia la creación, teniendo en cuenta la ambigüedad y la contradicción. El arte se alimenta del azar, la improvisación y la especulación. Deja espacio para el error, para la duda e incluso para los más profundos temores sin evadirlos ni manipularlos. El arte se basa en la imaginación, y sólo a través de la imaginación podremos imaginar otras narrativas para nuestro pasado y nuevas formas en el futuro”.

Por Sandra Fernández

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