El Magazín Cultural

La lucha de Nina Simone: vigencia trágica

Una obra realizada en honor a Nina Simone fue el puente para que su hija y su nieta visitaran el país.

Álvaro Restrepo
12 de septiembre de 2017 - 02:00 a. m.
A Simone se le conoció con el sobrenombre de “High priestess of soul”. / AFP
A Simone se le conoció con el sobrenombre de “High priestess of soul”. / AFP
Foto: AFP

“Mi vida ha sido un conflicto permanente entre negros y blancos... yo encontré mi paz y mi equilibrio entre las teclas negras y blancas de mi piano”... Esta contundente y reveladora frase de Nina Simone resume a la perfección lo que fue la parábola vital de la llamada "sacerdotisa del soul": la mujer que quiso ser la primera pianista clásica negra de los Estados Unidos y que no pudo lograrlo, pues no fue admitida –¡por negra!– en la prestigiosa escuela de Curtis en Filadelfia. O quizás sí lo logró: a pesar del dolor que siempre manifestó por este acto de racismo puro (¿o de supremacía blanca?) que vivió en carne propia, ella afirmaba desafiante: “Yo no hago jazz o soul... lo que yo toco es música clásica negra”. Pocos días antes de su muerte, a los 70 años, recibió el título Honoris Causa de la escuela que la discriminó y le causó la herida más honda de su vida. Este tardío mea culpa de Curtis, representado en el diploma que la convertía en una agonizante Dr. Nina Simone, fue apenas un símbolo más de esta lucha sin cuartel que fue la vida de Nina por los derechos civiles de los africanos americanos y los afrodescendientes del mundo entero.

Siendo apenas una niña, cuando dio su primer recital de piano, se cruzó de brazos y se negó a iniciar hasta que le permitieron a sus padres sentarse en la primera fila para escucharla tocar a Bach. Cuando, años más tarde, dio un concierto histórico en el Carnegie Hall, se lamentó de que su repertorio no estuviera compuesto por obras de su bienamado Johann Sebastian... Sin embargo, gracias a que fue discriminada como pianista clásica, Nina descubrió sus dones como cantante y compositora y pudo poner su genio de intérprete del teclado al servicio de su alma insondable y de su voz andrógina: de su dolor profundo.

Redescubrí la música (y la vida) de Nina Simone gracias a Leonard Cohen. Estábamos con Marie France Delieuvin, codirectora de El Colegio del Cuerpo, preparando nuestro homenaje a Kazuo Ohno y el propio Cohen, cuando Marie France encontró en Youtube una alucinante versión de Suzanne, uno de los clásicos del gran poeta canadiense. Se trata de un documento bellísimo: una sobria filmación de 1969 ¡en blanco y negro! en el Teatro Sistina de Roma, que nos ofrece a una bellísima Nina, acompañada de un guitarrista y un percusionista, en una interpretación –casi en ritmo de calypso– de esta emblemática y nostálgica balada cohenita.

Esta versión de Suzanne me hizo descubrir no sólo a una Nina embrujadora y misteriosa, sino a la bailarina y gran cuerpo escénico que también fue.

Conocer la vida de Nina es penetrar en las entrañas de uno de los movimientos políticos y humanos más potentes y dolorosos del siglo XX: la lucha por los derechos civiles de los negros en los EE.UU. y en el mundo. Nina fue protagonista de primera línea de los momentos más altos y álgidos de esta epopeya que aún no termina. Cuando pensábamos que las victorias de Nelson Mandela y de Barack Obama habían sido giros sin retorno hacia una nueva era en la historia de la humanidad y que por fin quedaban atrás siglos de la peor de las infamias y de las ignominias, esa misma humanidad elige a un impresentable Donald Trump como sucesor del legado del elegante y digno Obama y se recrudecen en el sur los movimientos supremacistas blancos, el KKK, los neonazis y otras maldiciones y vergüenzas irredimibles. Nina, al igual que Mandela, Malcom X y muchos otros, pensó que la lucha armada era el único y último camino que le quedaba a su gente para liberarse de sus opresores. Afortunadamente ella encontró su paz y su equilibrio entre las teclas de su piano y logró lo que logra el arte: un canal para expresar la rabia, la indignación, el dolor y la tristeza sin tener que recurrir al derramamiento de sangre... de la propia sangre y la de los otros...

En el año 2016 el Observatorio Distrital Anti Racismo nos pidió una acción de danza para unirse a las voces de denuncia en contra de recientes eventos de discriminación en Cartagena de Indias, la ciudad del apartheid silencioso. Este ha sido un tema medular en eCdC desde su fundación: varias de nuestras obras se han ocupado de él. En el año 2014 creé un performance en el Convento de Santo Domingo (Centro de formacion de la cooperación española) en homenaje a otro gran intelectual, pensador y luchador por los derechos de los afrodescendientes: el poeta y hombre de Estado de Martinica Aimé Césaire. Palabrademar se llamó esta acción. Decidí entonces retomar elementos de esta pieza y, a partir de mis descubrimientos y deslumbramientos sobre la vida y obra de Nina Simone, mezclar todo en un solo manifiesto que llamé Negra/Anger, mágico anagrama que me reveló el corrector de mi iPad y que define a Nina Simone como ningún otro: la rabia artística como fuego transformador y sanador de la heridas más profundas.

***

Hace unos meses, estando con nuestra compañía en París, me enteré por azar del concierto que la única hija de Nina, Lisa Simone Kelly, ofrecía en el suburbio de Vesinet. Por el conmovedor documental de Netflix What happened miss Simone, nominado al Óscar en el 2016, supe de la existencia de Lisa. Allí escuché sus dolorosos relatos sobre el carácter endiablado de su madre y el abandono y violencia que había soportado durante su infancia y adolescencia. Me atreví a escribirle una carta contándole de mi obra en homenaje a su Nina y de nuestro trabajo en eCdC. Al día siguiente recibí la más entusiasta, generosa, amorosa, calurosa respuesta que he recibido en toda mi vida. Nos invitó a todos a su concierto, nos recibió media hora antes en su camerino y nos dedicó en público la función. Unos días más tarde le envié el enlace de nuestra pieza en video, así como de otras obras de nuestro repertorio, y su entusiasmo no hizo sino crecer. Hasta el punto de sorprenderme un día con el anuncio de que había comprado tiquetes de avión para ella y su hija Reanna, pues necesitaba ver en vivo y en directo de dónde nacía nuestro trabajo, de que se nutría y qué nos había llevado a hacer lo que hoy hacemos.

Ayer, el mismo día en que terminó el tsunami papal, el día en que cumplo mis primeros 60 años, aterrizó en Cartagena la heredera de sangre y de talento de la gran Nina Simone, con su nieta... Ayer presentamos en el emblemático Castillo de San Felipe, en una función para invitados especiales, nuestro homenaje a su madre. Hoy es ella quien está de cumpleaños y la llevaremos a la isla de Barú para celebrar y agradecer su presencia. Lisa Simone es también una gran cantante y bailarina. Aún está en el proceso de encontrar su propia voz y el origen de su fuego, más allá del legado cósmico de su madre. El día que la conocimos en París nos dijo: “Mi madre fue el ser más solo y más triste de este mundo. Yo no quiero cantar únicamente a partir del dolor y de la rabia... ¡quiero celebrar la vida, la luz y la alegría!... Yo pude sanar mis heridas y es ese el surtidor de mi arte”.

Bienvenidas Nina, Lisa y Reanna Simone a Cartagena de Indias. Que la rabia, el fuego y la alegría sumados y decantados nos inflamen, nos consuelen y nos inspiren.

Es para todo ello que el arte fue creado.

Por Álvaro Restrepo

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