El Magazín Cultural

La noche de 12 años: un homenaje a los combativos y soñadores

La película dirigida por Álvaro Brechner, que cuenta los años que el expresidente de Uruguay José Mújica pasó en la cárcel por pertenecer al Movimiento de Liberación Nacional Tupamaros en la década de 1970, expone la deshumanización a la que fue sometido junto a Mauricio Rosencof y Eleuterio Fernández Huidobro.

Andrés Osorio Guillott
04 de enero de 2019 - 08:52 p. m.
El expresidente de Uruguay José Mujica y el director de la película La noche de 12 años, Álvaro Brechner.  / EFE
El expresidente de Uruguay José Mujica y el director de la película La noche de 12 años, Álvaro Brechner. / EFE

"Y si este fuera mi último poema, insumiso y triste, raído pero entero, tan solo una palabra escribiría: compañero”. Este poema, escrito por el novelista y poeta Mauricio Rosencof, define el lazo que lo unió a él, a José Mujica y a Eleuterio Fernández Ñato, tres de los integrantes y referentes del Movimiento de Liberación Nacional Tupamaros y personajes principales de la película La noche de 12 años. 

Antonio de la Torre (Pepe Mujica), Chino Darín (Mauricio Rosencof) y Alfonso Tort (Eleuterio Fernández Ñato) asumen la atmósfera de la represión y el encierro. Los primeros planos, utilizados para fortalecer la sensación de desespero y total aislamiento, nutren una película que se centra en los detalles de una vida tras las rejas, visibilizando momentos que podrían ser intrascendentes, pero que reflejan a cabalidad esos días eternos en los que no pasaba nada más allá de los minutos en que cada uno caminaba en círculo, intentando paliar una realidad llena de desesperanza. La cotidianidad de la luz del sol se había borrado, la mirada atiborrada de estrellas se había perdido y los días de largas conversaciones sobre el devenir de la vida y las utopías desaparecieron por completo. Pocas veces se asomaba un destello tímido de luz. Casi siempre estuvieron sometidos a un encierro que a duras penas comprendía el aire, pues el gris de las paredes, la profundidad de las cárceles y el frío del suelo sofocaban cualquier contacto o percepción con el mundo. El silencio pasó a serlo todo menos la calma. El silencio era aturdidor y era el protagonista.

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“He dedicado cinco años a documentarme. No solo me entrevisté con Mujica, Huidobro y Rosencof; he reunido también testimonios de militares, psiquiatras y neurólogos, que me contaron, por ejemplo, que cuando tus sentidos son reducidos al mínimo, como les pasó a ellos, el cerebro completa con la imaginación la información que no le llega. La elección de este enfoque ha determinado el estilo del filme, que opta por transmitir sensaciones más que por narrar en detalle un momento histórico. Lo importante para mí era que la película fuese un viaje hacia la profundidad de las tinieblas del ser humano”, comenta el director uruguayo Álvaro Brechner en una entrevista publicada por el portal www.fotogramas.es

Pepe Mujica, Eleuterio Fernández y Mauricio Rosencof vieron cómo la muerte y las sombras oscurecían los sueños del Movimiento de Liberación Nacional Tupamaros. La llegada de Juan María Bordaberry a la Presidencia presagiaba la niebla que se avecinaba. Falsos positivos, detenciones arbitrarias y demás manifestaciones de gobiernos autoritarios reflejaron la persecución y la notable intención de desaparecer a quienes cometieron el pecado de pensar diferente y creer en entelequias.

Inspirada en el libro autobiográfico Memorias del calabozo, de Mauricio Rosencof y Eleuterio Fernández, La noche de 12 años pasa a relatar los momentos críticos de cada uno de los disidentes que estuvieron presos entre 1973 y 1985. Su comunicación mediante golpes en las paredes, el desvarío producto de los silencios y la imposibilidad de musitar palabra alguna se muestran en algunos fragmentos de la película para que el espectador adquiera una experiencia cercana a la desolación, al desespero y la penuria de la soledad y el aislamiento.

Quizás el mayor de los retos a la hora de filmar la película para Antonio de la Torre, Chino Darín y Alfonso Tort fue la reducción radical del cuerpo para lograr visualizar el estado de desnutrición en el que terminaron los presos políticos de la dictadura. Chino Darín, quien interpreta al poeta Mauricio Rosencof, comentó sobre la dieta que “más allá de la cuestión estética, el bajo consumo de calorías diarias hace que se te acabe la energía muy rápido y estás siempre en un déficit energético. Esta película de por sí tiene un peso específico en cuanto a la carga emocional; al lugar en el que estábamos rodando; a la historia que nos tocaba contar y además estábamos en los huesos comiendo pocas calorías diarias y con jornadas de 14 o 16 horas en invierno con tres grados. No nos enfermábamos ninguno de los del elenco y se enfermaba la gente del equipo técnico. Yo creo que nosotros no nos enfermábamos porque hay algo de la sabiduría del cuerpo que resiste hasta el último momento. Así que lo pudimos vivir un poco en carne propia; eso nos ayudó a instalarnos en un punto en el que realmente nos sentíamos débiles, realmente sentíamos que nos estábamos volviendo locos, un poquito empezábamos a percibir algo de toda esta cosa que era muy abstracta antes de empezar”. Así, la imagen de los cuerpos sometidos al hambre y a la podredumbre retrata la ausencia de las condiciones básicas de supervivencia.

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Así mismo, Antonio de la Torre, quien interpreta a Pepe Mujica en La noche de 12 años, confesó en una entrevista realizada por Marca que el papel del entonces integrante del Movimiento de Liberación Nacional Tupamaros ha sido el más exigente al que le ha tocado enfrentarse en su carrera artística. A la película, que la definió como “un viaje de ida y vuelta a la locura” no solo por los momentos de psicosis delirante que tuvo que interpretar por la soledad impuesta a Mujica, también la resalta como una producción que erige la convicción y la combatividad de todos aquellos que fueron aislados por el peligro que representaban para “el bienestar y el porvenir de la patria”.

La crítica ha valorado el hecho de no haber politizado la trama de la película. Incluso Brechner afirma en una entrevista para la plataforma cultural Granizo, en Uruguay, que “lo primero que quiero decir es que en ningún momento se me ocurrió que estaba haciendo una película sobre la dictadura y, de hecho, hoy sigo pensando que La noche de 12 años tiene cero por ciento sobre ese asunto. No analiza la dictadura bajo ningún punto de vista. Ese período es solo el marco para analizar a individuos cuyo tiempo vital deja de ser lineal para convertirse en cíclico, con lo que volvemos a lo que decía antes: lo de la lucha de la existencia frente a la esencia. Esto es lo que distingue mi película de algún antecedente como puede ser Estado de sitio, donde existe la voluntad de retratar un determinado momento histórico. Lo mío lo veo más cercano a Jack London, Ray Bradbury o Kafka que a un análisis político”.

Así, el argumento nunca se centra en discursos panfletarios o contestatarios. Y aunque los carteles se alzaron exaltando la valentía de quienes nunca se vieron derrotados, la intencionalidad de Brechner se enfocó en las batallas de cada uno de los personajes contra las circunstancias que buscaban disminuir a su mínima expresión su condición humana, de manera que más allá de ser una película que documenta la época de la dictadura, lo que se quiso mostrar fue el modo en que los oprimidos sobreviven a las torturas y a los espacios infrahumanos a los que son sometidos por parte de los gobiernos que defienden a ultranza sus ideas.

Un partido de fútbol narrado a través de la radio, cartas que enamoraron a mujeres que nunca vieron y algunos instantes para ver el horizonte fueron los símbolos de la esperanza y del reencuentro de la empatía con el mundo por el que nunca dejaron de creer, por los sueños que nunca dejaron vencer  y por las rosas y los poemas que siempre fueron elegidos como unos monumentos a la paz y que terminaron por demostrar que la venganza puede llegar a ser romántica si esta se asume tratando al opresor de la forma que él menos espera y que mejor se acomoda al respeto por la vida y las ideas.

Por Andrés Osorio Guillott

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