El Magazín Cultural

La ópera se v?olvió ‘mainstream’ (IV)

La ópera que sonaba en cortes reales ahora suena en cines. La de los eruditos, se escucha en reality shows. La que duraba tres horas, hoy dura lo mismo que una canción de pop. La ópera culta se ha vuelto mainstream. Presentamos la tercera parte de esta serie.

Laura Galindo M. / @LauraGalindoM
06 de febrero de 2017 - 04:11 p. m.
Plácido Domingo.  / AFP
Plácido Domingo. / AFP

-Yo me llamo Plácido Domingo– dice Alejandro Vesga, el participante más joven del reality colombiano Yo me llamo.

Nessun dorma! Nessun dorma! Canta Alejandro con una mano extendida y la otra abajo del pecho. Ma il mio misterio è chiuso in me. Amparo Grisales, la jurado más controversial del programa, se pasa los dedos por el cuello y despega los labios en uno de sus provocadores gestos de diva. Il nome mio nessun saprà! No, no. Giaccomo Puccini, su ópera Turadont y su tanta veces cantada Nessun Dorma suenan por primera vez en la televisión colombiana. Dilegua, o notte! Tramontate, stelle! Tramontate, stelle! La imitadora Luz Amparo Álvarez, jurado también, se seca los ojos con el roce de su dedo índice. Jairo Martínez, el único hombre en la mesa calificadora, esboza una sonrisa. All’alba vincerò! Vincerò! Vinceró! Alejandro aprieta el micrófono con la mano izquierda y lanza el “Si” agudo que salía tan bien en los Los tres tenores. Llegan los aplausos y los jurados se deshacen en cumplidos.

Que sí, le dicen. Que “me recuerdas a ese Plácido joven de años atrás”. Que “te estás acercando cada vez más al color de la voz”. Que “ya tienes muchos de sus gestos”. Que “estuviste maravilloso”. Alejandro no dice nada. Asiente, esboza una sonrisa y la cámara se cierra alrededor de sus ojos. De su mirada limpia y penetrante. De esos ojos negros, profundos y capaces de convencer a las mil personas que llenan el teatro Astor Plaza de que un bumangués de 19 años, con músculos y pelo a los hombros puede parecerse al tenor español Plácido Domingo. El público aplaude histérico. “Ese es, ese es”. “¡Plácido! ¡Pla-ci-do!”.

- ¡No! ¡Plácido Domingo y yo no nos parecemos en nada! Él es el mejor tenor de la historia según la BBC de Londres– dice Vesga divertido, cinco años más tarde-. Yo pensé que era un reality de cantantes. Cuando me dijeron en la fila que tenía que imitar a alguien, dije: bueno, entonces me llamo Plácido Domingo.

Yo me llamo es un reality show de la compañía Caracol Televisión. Cada temporada, concursantes de todo el país compiten por ser la mejor versión de algún cantante reconocido. Celia Cruz, Roberto Carlos, Shakira, Ricardo Arjona, Pink. La lista es larga. Todas las noches, durante el prime time, los jurados califican el parecido. La voz, los gestos, la imagen.

El programa está al aire desde el año 2011, tiene ya cuatro temporadas, dos premios India Catalina a Mejor programa de entretenimiento, uno a Mejor nuevo formato y un premio TV y Novelas a Mejor reality. Quien gana recibe 276 mil dólares y los más populares encuentran empresarios dispuestos a patrocinarlos, managers que quieren venderlos y una carrera musical en el mundo de las versiones de bajo presupuesto.

La primera temporada se estrenó el 22 de agosto del 2011 y tuvo 25 imitadores.  Marc Anthony, Helenita Vargas, Rafael Orozco, Roberto Carlos y Rubén Blades entre los más recordados. Antes de contarse entre los participantes, cada uno pasó por tres audiciones en su ciudad, dos para el equipo de producción y una tercera para los jurados del programa. Entre los seleccionados de Bucaramanga estuvo Plácido Domingo -Alejandro Vesga-, quien para ese entonces era estudiante de canto lírico en la Universidad Industrial de Santander.

- El enganche de Yo me llamo en la primera temporada fue Plácido. Él fue el punto de partida para que nos convirtiéramos en el quinto programa con más rating en la historia de Colombia – asegura Jairo Martínez-.

Para el compositor y productor musical Nicolás Rodríguez el éxito de Vesga y su versión de Plácido Domingo sigue el mismo patrón de Paul Potts, Susan Boyle y los demás cantantes de ópera en realities. En primer lugar, se trata solo de un fragmento. Dos minutos de un aria que puede durar ocho, dos minutos de una ópera que puede durar tres horas. “Los mejores goles sin tener que verse el partido completo”, citando de nuevo a Roberto Herscherr. Luego, la aparición de una voz educada en medio voces empíricas. El público desconoce que quienes cantan así con seguridad han estudiado en conservatorios, pasado por universidades o escuelas de música. Quien los ve desde su casa se maravilla y le atribuye todo al talento. Y por último, la humanización de esos personajes. Calaf, el príncipe que canta Nessun dorma en Turandot, no le dice nada a un televidente del siglo XXI, pero un vendedor de celulares o un joven tímido y atractivo, sí.

- La historia del participante pesa mucho. Todo lo que tuvo que hacer para llegar a concursar. Cómo es su vida normal y como va a mejorar si gana. Todo lo que lo hace especial. Esas cosas siempre generan empatía – explica Nicolás-.

Alejandro no ganó y las razones son tres. Es difícil llamarse Plácido Domingo en un concurso donde todos se quieren llamar J. Balvin o Juan Gabriel. Preparar un aria de ópera requiere mucho más tiempo y estudio que una canción de música popular y, la mayoría de las veces, la semana que da el programa no es suficiente. Vesga no era un tenor lírico profesional, era un estudiante de tercer semestre con todo por aprender. “Tenía muchos errores ritmo, de fraseo, de afinación. Engolaba todo el tiempo”, dice ahora. Y Colombia no es un país de ópera. Es un país de vallenato, de cumbia, de porro. Incluso podría ser un país de salsa, de baladas o rancheras. De tropi-pop o rock en español para los más jóvenes. Pero no un país de ópera.

De la sala se van a luces. Un vaso con ojos pide apagar los celulares durante la función. En la silla de enfrente, una mujer descansa su cabeza sobre el hombro de su acompañante y a mi lado cruje un paquete de papas fritas en las manos de quien intenta abrirlo. Aun a oscuras, suenan los primeros acordes de Turandot, la última ópera del italiano Giacomo Puccini.  Huele a crispetas. Huele a salsa de tomate. A Caramelo. Una luz tenue ilumina la sala y, en la pantalla, una multitud marcha en Pekín. Hombres y mujeres de la China imperial se abren paso hasta el balcón de uno de los mandarines del Emperador Altum para escuchar su proclama. La princesa Turandot se casará con aquél que responda correctamente a los tres enigmas impuestos por su padre.

¡Oh, baby, baby! How was I supposed to know, that something wasn’t right here. Britney Spears suena en el timbre de un celular. La sala murmura, y algunos giran la cabeza buscando al impertinente. De vuelta a Pekín, el príncipe Calaf se dispone a probar suerte por el amor de Turandot. Liú, una esclava de su antiguo reino que lo ha reconocido, le suplica que no lo haga. Signore, ascolta!, signore, acolta! Liù non regge più! (¡Señor, escúcheme!, ¡señor, escúcheme! Liú ya no puede más) Si no acierta los tres enigmas, será condenado a muerte por el rey.

- Al ver que el público de la ópera era un público disminuido, el director de la MET  - Metropolitan Opera de Nueva York -decide llevarla a otros escenarios con ayuda del cine digital. Es así como Cinecolombia se vuelve su socio, cuenta Nancy Bounde, Directora de contenido alternativo de Cinecolombia, la empresa que desde hace ocho años transmite la programación de una de las compañías de ópera más importantes en el mundo-.

Las ventajas de la ópera en cine son obvias. El precio de las entradas es mucho menor que el de la ópera en vivo y es posible ver los montajes de grandes escenarios estando a millones de kilómetros. Escuchar desde Bogotá a la soprano Diana Damrau, una de las más importantes del momento, cantando en Nueva York el papel de Leila en Les Pêcheurs de Perles. O asistir desde Bucaramanga a la La Bohéme dirigida por Paolo Carignani en el Lincoln Center. Las desventajas, desde luego, también son obvias. Todo siempre es mejor es vivo.

Cada temporada, entre octubre y mayo, Cinecolombia presenta diez títulos elegidos entre los veinticinco que programa la MET. De cada uno trasmite una función en directo, que ocurre en simultáneo con la del Lincoln Center, y otra en diferido. El costo para la empresa colombiana es realmente alto. Por razones tecnológicas no es posible tener diferidos sin directos y para los segundos es necesario pagar un satélite, un back up en caso de que se caiga la señal y un director que conozca muy bien el montaje.

- No es un ejercicio en el que la empresa esté generando una ganancia económica real, es más una apuesta cultural por los espectadores –dice Bounde.

Si se llenaran las doce salas del país en las que se puede ver ópera, cada función tendría 1200 asistentes, 2700 menos que solo una de las diez que hace el MET por cada título en Lincoln Center. “La ópera es algo de nicho. De gente conocedora, melómanos, académicos. Personas que han tenido contacto con la música, que la han vivido y, a veces, estudiado”, dice Nicolás Rodríguez. “El público de la ópera es un público viejo. A la juventud le llega más la champeta, el reguetón, el rock”, dice Jairo Martínez. “Es un público adulto, fiel y apasionado, pero difícil de hacer crecer”, dice Nancy Bounde.

Nessun dorma! Nessun dorma! De vuelta en Pekín, en la pantalla, en el cine. Ma il mio misterio è chiuso in me. El príncipe Calaf ha resuelto los tres enigmas. Il nome mio nessun saprà! No, no. Turandot ha perdido y debe casarse, pero no quiere. Calaf, hasta ahora el Príncipe desconocido, propone un cuarto enigma. Si ella adivina su nombre, él morirá voluntariamente. La princesa tiene hasta el amanecer. Dilegua, o notte! Tramontate, stelle! Tramontate, stelle! Turadont impone la pena de muerte para quien conozca el nombre del príncipe y no lo revele. Liú, la esclava, prefiere inmolarse antes de traicionar a su señor. All’alba vincerò! Calaf, conmovido por la muerte de su esclava, le reclama a Turandot su frialdad. Vincerò! Resignado, le revela su nombre, pero antes le roba un beso. Vincerò! Mientras dura, los primeros rayos de sol interrumpen la noche. Calaf se ha salvado y el corazón de Turandot es suyo.

Por Laura Galindo M. / @LauraGalindoM

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