El Magazín Cultural

"La traducción es mi forma de amar al otro": Anezka Charvátová

La traductora al checo de Roberto Bolaño y Mario Vargas Llosa desglosará su trabajo en la Feria del Libro de Bogotá.

WILLIAM MARTÍNEZ
07 de abril de 2017 - 03:00 a. m.
Anezka Charvátová ha traducido al colombiano Juan Gabriel Vásquez y a varios latinoamericanos al checo. / Cortesía
Anezka Charvátová ha traducido al colombiano Juan Gabriel Vásquez y a varios latinoamericanos al checo. / Cortesía
Foto: Jan_Krikava

La primera novela latinoamericana que Anežka Charvátová agarró en sus manos fue La ciudad y los perros, de Mario Vargas Llosa. Tenía 18 años. Se preparaba para los exámenes de admisión de la Universidad Carolina, en Praga, República Checa, donde estudiaría francés y español.

Varias cosas la deslumbraron de esa novela que ayudó a abrir las puertas al boom latinoamericano. El fondo: un mundo cruel y al mismo tiempo tierno de adolescentes cuya educación sentimental fue mutilada por un colegio militar. La forma: nunca había leído un libro en el que los lectores tuviesen un papel tan decisivo en la interpretación de los hechos.

Sobre este libro escribió un ensayo para su examen de admisión. Fue aceptada. Asistió a las clases de Hedvika Vydrová, profesora de literatura hispanoamericana que la arrastró a este lado del Atlántico. Las historias de América Latina, dice, tienen la vida y la fuerza avasallante que en la Europa cansada ya poco se ven. Son ríos desbordados que asolan todo, agrega, pensando en La vorágine, la novela de José Eustasio Rivera, que cumplió 92 años de publicación y que Óscar Pantoja y José Luis Jiménez acaban de adaptar a la novela gráfica.

Junto a Michi Strausfeld, traductora al alemán de Cien años de soledad, Pedro Páramo, entre otras obras cumbre de la literatura de Hispanoamérica, y Valerie Miles, cofundadora de la revista Granta en Español, Charvátová es una de las traductoras invitadas a la Feria Internacional del Libro de Bogotá (Filbo). La filóloga traza una radiografía de la literatura latinoamericana en suelo checo, habla de sus traducciones, los errores que más le han dolido y su definición del oficio: traducir es su manera de comprender y amar al otro.

¿Cuándo se dio cuenta de que quería ser traductora?

Cuando empecé a estudiar idiomas, no sabía si me interesaba más la literatura o la lingüística: estaba fascinada por las lenguas románicas, me gustaba comparar las palabras en francés, español, italiano, rumano y buscar sus orígenes, me encantaba la historia de la gramática y la etimología. Pero mientras más leía literatura latinoamericana, más me sentía atraída por ella. Al terminar mis estudios, supe que quería hacer algo vinculado con la literatura: trabajar en una editorial, por ejemplo.

Luego me ofrecieron el posgrado en el Instituto de Literaturas Mundiales, donde se hace investigación teórica, y me di cuenta de que mi interés es mucho más pragmático: no escribo artículos teóricos, quiero hacer llegar los libros a un público más vasto. Un día un colega me dio a leer Antes que anochezca, de Reinaldo Arenas, para que le diera mi opinión al editor, si debía publicarlo o no.

Dije que había que publicarlo, que iba a ser como una bomba por esa energía subterránea y ese humor socarrón y subversivo que ningún régimen autoritario podía soportar. Al final, me encargaron la traducción. Yo había estudiado en Cuba y la literatura cubana disidente me interesaba mucho, así que encantada aproveché la oportunidad y supe que la traducción es lo que más me gusta.

¿Qué tanto leen los checos, y en general Europa del Este, a los escritores latinoamericanos?

Hubo un gran auge que coincidió con el boom. En los años 60 se tradujo muy rápido a varios autores y tuvieron éxito: Vargas Llosa, García Márquez, Borges, Cortázar, Fuentes, Benedetti, Carpentier. El interés por estos autores se vio felizmente acompañado por la apertura política de la Primavera de Praga (la liberación de Checoeslovaquia del régimen soviético) y así se pudieron publicar autores polémicos y censurados.

Después de la invasión de las tropas del Pacto de Varsovia, en agosto de 1968, muchas cosas cambiaron para peor. Pero seguía publicándose literatura latinoamericana, entre otras cosas por la amistad de Checoeslovaquia con Cuba y con los países llamados feamente en vías de desarrollo.

Para los checos, los latinoamericanos representaron la aparición de una literatura de calidad en el páramo de lo permitido oficialmente. Y muchos de esos escritores se volvieron autores de culto: Julio Cortázar y su Rayuela (publicada en checo en 1972, con una tirada muy baja y sin el nombre del traductor, prohibido en aquel entonces); las novelas de Vargas Llosa, que se seguían publicando incluso después de su pelea con el castrismo; la gente hacía colas para comprar Sobre héroes y tumbas, de Ernesto Sabato.

¿Y qué tanta acogida tuvieron los libros de García Márquez?

Cien años de soledad, por ejemplo, apareció en checo en 1971 (curiosamente lo tradujo el mismo traductor de Rayuela, Vldimír Medek, y esta vez lo pudo firmar). Su primer tiraje fue de 2.000 ejemplares y enseguida se agotó. Hoy ya tiene ocho ediciones. Después, otros libros suyos aparecieron en tiradas mucho más altas: Crónica de una muerte anunciada tuvo 30.000 ejemplares en 1981 y El amor en los tiempos del cólera 92.000 ejemplares en 1988.

¿Qué otros autores colombianos se han traducido al checo?

Después del año 2000,  a Santiago Gamboa (Perder es cuestión de método y Necrópolis), Sergio Álvarez (35 muertos), Juan Gabriel Vásquez (El ruido de las cosas al caer y Las reputaciones), y Fernando Vallejo, con La virgen de los sicarios, que está traducida pero todavía no ha salido de la imprenta.

¿Qué pasó con la literatura latinoamericana después de la caída del Muro de Berlín y del comunismo en Checoeslovaquia?

Hubo una crisis: los lectores checos estaban hambrientos por leer lo que no se podía conseguir en la dictadura comunista. Los autores checos exiliados o silenciados, como George Orwell, fueron los que más se publicaron, y nacieron muchísimas editoriales, que inundaron el mercado de libros de calidad dudosa. Al final la gente dejó de leer o leía menos que antes: podía viajar, hacer otras actividades.

En el nuevo milenio, las editoriales volvieron a publicar a autores latinomericanos, pero ya no tanto como antes de 1989. Ahora publican lo que les ofrecen los agentes en la Feria de Frankfurt (Alemania), prevalece la literatura anglosajona, y se publican un poco más los escritores de la Península Ibérica, que están más cerca y pueden venir para promocionar sus libros.

¿Cómo es su relación con los escritores que ha traducido?

En general no mantengo mucho contacto con los autores que traduzco. Arenas y Bolaño ya estaban muertos cuando empecé a traducirlos, a Sabato y a Vargas Llosa no me atrevía a molestarlos porque era una traductora joven que apenas empezaba. Además, creo que la traducción no se soluciona preguntándole a los autores, que muchas veces no saben explicar el porqué de alguna expresión ni tampoco el significado de una metáfora enrevesada. De Bolaño se contaba que si alguien le preguntaba el significado de una metáfora, escribía tres páginas complicándolo todo mil veces más.

El problema no es la comprensión del texto original, sino la posibilidad de decirlo bien en checo, utilizando otro material lingüístico; solo si tengo una duda muy concreta que no puedo resolver sola, ni con la ayuda del tío Google, le pregunto al autor. Pero creo que la traducción tiene que ser autónoma; es una obra de arte en otro contexto.

Si hubiese podido hablar con Roberto Bolaño sobre la traducción de 2666, la cual recibió en 2013 la máxima distinción de la Asociación de Traductores, ¿qué le hubiese preguntado?

Le hubiera preguntado por qué el mismo personaje de la novela tiene al comienzo los ojos azules y dos páginas más tarde grises: ¿fue una intención o un descuido? ¿Hay que corregirlo o dejarlo? Como no pude consultarlo, lo dejé y lo comenté en el epílogo que añadí.

¿Cuál fue el mayor desafío de traducir esa novela?

En Bolaño complican sus metáforas, poco claras, sobre todo en el capítulo de Amalfitano. No sabemos si lo que se dice allí es la expresión de la locura del personaje o es solo una metáfora que el lector entiende mal o no entiende. Mi deber fue comprenderla y luego expresarla en checo para que mantuviera el mismo vigor y la misma ambigüedad.

También los mexicanismos, que no son fáciles de entender fuera de México. En mi charla sobre Bolaño en Bogotá voy a dar algunos ejemplos muy divertidos, como las expresiones “te rugen las patrullas” o “es muy viernes tirando para el sábado”.

¿Qué lee en sus ratos libres?

A veces tengo la impresión de leer solo lo que tengo que leer: las traducciones, libros para escribir críticas, para dar clases, para presentar autores en la radio. En las pocas ocasiones que leo por placer, trato de mantenerme al tanto de la literatura checa – también para no perder el contacto con el desarrollo del idioma literario– y leo en español las novedades de la literatura latinoamericana. Casi no leo traducciones de otros idiomas, padezco la enfermedad profesional de leer con el lápiz en la mano, corrigiendo sin cesar.

En ese cruce de culturas, ¿qué palabras del español le han gustado?

Uf, hay muchísimas. Me encantan los diminutivos (chaucito, un tintico, ahoritica) y las metáforas lexicalizadas, siempre tan exageradas (está muy rico, para cortarse las venas).

¿Cuál es el error de traducción que más le ha dolido?

En la traducción de la última novela de Umberto Eco, Número cero, tenía que cambiar un juego de palabras para que se entendiera en checo. Fue sobre la mala pronunciación de algunas palabras inglesas. Y puse un ejemplo que aquí se usaba mucho, la mala pronunciación de Youtube. No me di cuenta de que en el contexto de la obra, ambientada a finales de los 80, Youtube todavía no existía. El corrector tampoco se dio cuenta y se publicó así. Y los lectores luego preguntaron si el anacronismo fue de Eco o mío.

¿En qué momento una traducción comienza a ser obsoleta? ¿Cree que algunos de sus trabajos han perdido vigencia?

No sé. Las traducciones envejecen más que la literatura original, por el desarrollo del idioma. Sin embargo, mis traducciones no son tan viejas, y me alegra siempre que mucha gente siga leyendo Antes que anochezca, la primera que hice, y diga que les gusta incluso más que mis traducciones más recientes. Pero no es mi mérito, es el mérito de la energía del libro.

¿Por qué la traducción le ha permitido comprender y amar al otro?

En checo hay un dicho: “Cuántas lenguas conoces, tantos hombres eres”. Cuando traduzco estoy hablando otro idioma, siento que me convierto en otra persona, cambio mis gestos, mis expresiones, incluso el carácter: no soy la misma en checo, en francés o en español. Así, convirtiéndome en otro, logro meterme dentro de él y comprenderlo. Y al comprender al otro, se le puede amar: amar desde el mismo nivel, no desde arriba ni desde abajo. La traducción me permite comprender al autor mucho mejor que solo leyéndolo o disecándolo en una reseña. Muchas veces nos dimos cuenta de esto con mis estudiantes: leyendo no se perciben todas las finezas de las cuales uno se da cuenta cuando tiene que expresarlo en otro idioma.

Por WILLIAM MARTÍNEZ

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