El Magazín Cultural

La verdad es puro cuento

El caminante dice que va por un bosque, pero podría ir por un lago o, por qué no, por el paraíso terrenal. Los hechos son aquello que digamos que son. Ya lo probaron hasta la saciedad desde los filósofos griegos hasta el estupendo Yuval Noha Harari en su obra "De hombres a dioses".  

Mauricio Navas Talero
17 de septiembre de 2019 - 08:22 p. m.
Imagen de una de las escenas de "La vida es bella", con Roberto Benigni como protagonista.  / Cortesía
Imagen de una de las escenas de "La vida es bella", con Roberto Benigni como protagonista. / Cortesía

Creer que lo que se cree es la verdad es un impulso tan irrefrenable como el de cerrar los ojos ante un amague de golpe.  “Es más fácil creer que pensar”, por eso, seguramente hay más feligreses en iglesias que filósofos en las universidades.  Solamente la verdadera inteligencia permite al individuo detectar la diferencia entre lo que se desea y lo que es.

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Eso es la inteligencia: la capacidad de detectar la realidad objetiva y nombrarla para actuar en consecuencia.  No lo es la cita de autores de memoria, ni la solución de ecuaciones de cuarto grado. La inteligencia es la observación más precisa posible de la relación entre el hombre y la circunstancia.

Me dijo alguna vez en mi cara Rodolfo Llinás, que la tragedia de Colombia es que no hay pensamiento.  ¡Esa es la tragedia! Los colombianos nombramos las cosas como más nos place y sin pudor vamos inventando una realidad etérea, venenosa y tóxica.  Como aquella que inventa el padre de "La vida es bella" a su hijo en el campo de concentración Nazi, para evitarle el dolor de la tragedia. 

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La diferencia con la fábula de la cinta es que los colombianos ya no vamos a salir nunca de esta mentira de mil cabezas que nos inventamos y que vivimos a diario con millones de habitantes “zombificados” que construyen en su imaginación una realidad delirante en la que un criminal se erige redentor y un grupo de delincuentes se encarnan como paladines de una verdad que se vuelve infernal cuando los llamados a oponerse, aturdidos por las palabras, aceptan como partido político e ideología a una turba de corruptos y asesinos.

Por Mauricio Navas Talero

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