El Magazín Cultural

La vida que es (Opinión)

Los días donde la vida se siente como vida son tan escasos como inmortales. Recuerdo casi con devoción aquel sábado que entramos a esa librería, el viaje por carretera, el domingo de películas que nos acuchillaron el pecho. Parece que existe una vida que recuerdo como si no fuera mía, que ya veo tan lejana; pero que supe sentir tan bien que no olvido. 

Juliana Londoño
14 de junio de 2019 - 12:50 a. m.
El sistema, en una de las empresas del Siglo XIX de Hartmann_Maschinenhalle.  / Cortesía
El sistema, en una de las empresas del Siglo XIX de Hartmann_Maschinenhalle. / Cortesía

En esa vida, he creado un pacto. Uno poderoso: el de la escritura. Intento, como un gladiador, no perder la batalla, entrar al campo con la convicción de que voy a lograrlo, sudar la noche anterior. Cuando pienso en eso, en mi vida utópica, no puedo menos que imaginar cuán fácil me era agarrar una hoja y llenarla con palabras. Cuán libre era cuando aún no había negociado mis quimeras. Supongo que nos pasa a todos: antes sí y ahora no. Con tantos asuntos, con tantas personas. 

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En todo caso, por obvio que suene, en los días vivos está la vida. Lo letal es que los contabilizo: no me alcanza el tiempo para volver a la librería, para leer ese libro, pienso, no me alcanza el tiempo para repetir la película que me desacomodó el pecho, me digo, no me alcanza el tiempo para madrugar a estar en la carretera aunque me vea de acuerdo con el poeta que dice que casi todas sus felicidades tuvieron que ver con el viento en la cara. No me alcanza el tiempo para disfrutar de lo simple, de los días donde siento la vida como vida, porque los demás se me van en el afán de lo banal, en parecer un pulpo que acapara cada vez más ocupaciones.

El pacto se va desmoronando, me dejo para después —siempre para después—. Me lo prometí, casi como un secreto, porque pensé que eso —escribir— era lo que quería ser. Me he dado cuenta de que quizás me falta coraje. Excusarme en que carezco de tiempo es, en definitiva, una cobardía. Quizás nos pasa a todos: vamos queriendo lo que vamos siendo y no lo que íbamos a ser. Me atrevo, por momentos, a justificar mis hojas en blanco, a defenderme a pesar de mí misma.

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Y sin embargo, en la cofradía de las contracciones, quiero creer que sigo de pie para algo distinto que desmoronar el pacto que hice entre el universo y yo. Quiero creer que tendré suficiente. Solemos querer más, pero suficiente se me antoja una palabra precisa. Suficiente voluntad para entender que la vida no puede ser trabajar sin más. Suficiente valentía para decir no. Suficiente coherencia para no silenciar mi intuición. O, quizás, suficiente determinación para aceptar que venderle el alma al sistema es una decisión. A convivir con el diablo, se aprende. A darle la cara a las decisiones, también.

Por Juliana Londoño

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