El Magazín Cultural
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Lanzar la red y esperar

'La sirga’, la primera película del colombiano William Vega, es un poema que habla de los estragos de la guerra.

Paula Santana
23 de agosto de 2012 - 10:13 p. m.
El personaje de Alicia navega entre la belleza de un paisaje y el horror inminente de la condición humana.  / Cortesía Laboratorios Black Velvet
El personaje de Alicia navega entre la belleza de un paisaje y el horror inminente de la condición humana. / Cortesía Laboratorios Black Velvet

Una niebla espesa, un silencio ensordecedor y una soledad claustrofóbica se posan sobre todo el lugar. Apenas se ve. Las figuras se desvanecen y las sombras se deforman con la bruma. Fue en agosto de 2005 cuando William Vega llegó a La Cocha, una laguna en medio de los Andes, y quedó asombrado con su majestuosidad. Desde entonces se obsesionó con sus misterios y las historias de sus habitantes.

“En medio de la neblina conocí a personas tan enormes como sencillas. Ese velo vaporoso permite conocer poco a poco el lugar. Sin prisa. De repente, sobre la laguna soplan vientos que despejan las montañas que la circundan, y es así como también van apareciendo las historias”, dice el caleño, que encontró en este territorio, ubicado en la vertiente oriental del Nudo de los Pastos, a 20 kilómetros de la zona urbana de Pasto, la historia para su primera película, La sirga.

En las riberas de la inmensa laguna conoció a poblaciones de pescadores y agricultores, descendientes de antiguas culturas indígenas, campesinos que trabajan para mantener vivas sus tradiciones y que se rehúsan a desangrar la tierra.

Se encontró con “líderes cansados del destino desolador que augura el desequilibrio ambiental, causado por la extracción del carbón y la pesca indiscriminada. Hombres y mujeres que entienden que la tierra no es una herencia de sus padres sino un préstamo de sus hijos”, afirma el caleño, graduado de Comunicación Social en la Universidad del Valle, especializado en guión para cine y televisión en la Escuela Superior de Artes y Espectáculos TAI, de Madrid.

La cinta, que participó en la última edición del Festival de Cannes, cuenta la historia de Alicia, una niña desplazada por la violencia, que se embarca en un viaje por el páramo de Quisinmayaco huyendo del incesante recuerdo de la guerra y el asecho de la muerte. Vestida con un saco de lana y unas botas pantaneras, logra abrirse camino por los terrenos fangosos, soporta el frío inclemente y se deja caer cuando por fin llega a la costa del gran espejo de agua. “Ahí, como los viejos pescadores, echará la red, una sirga, para ver qué atrapa”, cuenta Vega.

Joghis Arias, la actriz que interpreta a Alicia, recurrió a su propio dolor para darle forma al papel. A los ocho años tuvo que escapar con su madre de la guerra librada en Florida, Valle, y refugiarse en casa de su abuela materna en Florencia, Caquetá. El conflicto cobró la vida de su padre y la de su abuelo, pero, a pesar de las malas experiencias que le ha jugado la violencia, se levanta todos los días dispuesta a exorcizar los fantasmas del pasado.

“Es la realidad de muchas personas en Colombia, así nos toca. Pero la originalidad de esta película es que en ningún momento vemos la violencia; la sentimos al acecho. Alicia no es sumisa, ni débil, ni tonta. Sólo está como a la espera, como se muestra en las escenas donde aparece sonámbula. Está a la espera del momento para irse y volver a comenzar”.

En un lugar donde pasa mucho y a la vez nada, Alicia intenta rehacer su vida en un hostal carcomido por la humedad ubicado a orillas de la laguna y que pertenece a Óscar, el único familiar con vida que le queda.

“Es la fábula de una niña que se convierte en mujer y que en ese doloroso proceso entiende que los ciclos consisten en prueba y error. En su viaje, tanto interno como externo, entenderá que nunca somos del todo desgraciados, así como tampoco somos del todo felices”, agrega Arias. Su personaje es turbio, complejo, marcado por el desasosiego.

Así como la niebla, los personajes de la película siempre parecen ocultar algo. Se transforman en su travesía mientras se mueven en los laberínticos caminos de la confusión y el miedo. “Porque así somos, incompletos como Alicia, quien parece condenada a no encontrarse. Pendientes, siempre con algo por resolver que luego se convierte en otro asunto y otro y otro”, comenta Vega, a quien no le interesan los intérpretes sino explorar la acción de los actores en su entorno.

Algunos con formación, otros sin ella, los actores de La sirga nunca se llevaron los libretos a su casa para memorizarlos hasta el cansancio. Los trabajaron en la inmediatez del rodaje, donde vieron aparecer sus propios gestos, los que no están manipulados y que son más cercanos a la realidad.

“No se trata de sugerir a los actores cómo deben sonreír o cómo deben estar tristes porque no es real. Alargando las tomas, quiero llegar a un momento en que el actor ya no sepa si estamos rodando o no”, explica el director. Aprendió a dejar que la película, por momentos, superara su relato.

Por Paula Santana

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