El Magazín Cultural

Las miradas del Haijin

Juan Camilo Puentes, poeta haiku, es uno de sus representantes con mayor solidez literaria por cuanto corresponde a particularidades estéticas y temáticas, forma y métrica dentro del género en nuestro país.

Umberto Senegal
19 de febrero de 2017 - 04:42 p. m.
Las miradas del Haijin

Hasta donde conservo información sobre nuevos poetas de haiku en Colombia, cuyo acercamiento a dicha forma poética es de equilibrada delicadeza dentro de requerimientos clásicos de dicha poesía, simplicidad, asimetría o sutilidad, entre otras, el quindiano Juan Camilo Puentes (Armenia, 1992) es uno de sus representantes con mayor solidez literaria por cuanto corresponde a particularidades estéticas y temáticas, forma y métrica dentro del género en nuestro país. A sus 23 años de edad, publicó el libro Una mirada en el horizonte (Armenia, septiembre de 2015) donde reúne 575 haikus (5-7-5) cuya contextura zen sitúa al autor en relevante lugar del haiku colombiano. Más que la madurez y aptitud, la firmeza temática cuando con regularidad métrica particulariza un lugar de Japón o un sitio regional de su país nativo empleando el tradicional número de sílabas, es notable su inmediata y despersonalizada percepción de cuanto es el haiku al vislumbrarlo y asimilarlo, vivirlo y escribirlo, características relevantes en alguien tan joven y distante físicamente de aquella vetusta cultura donde arraiga y florece dicha forma poética:

El yamabushi

ha hecho de la montaña

su monasterio.

Este libro, donde con igual persistencia se fusionan aware y sabi, wabi y yugen como estados de ánimo imprescindibles del gusto zen, furyu, al percibir momentos vitales sin propósitos, sucediendo por sí mismos, de los cuales pueda estar consciente el individuo, en este caso el poeta quindiano, parece escrito por una persona que viviera en Japón. Estudiante de zen que frecuentara, en plan de búsquedas estéticas o reticencias poéticas, de ritmos vitales y sobre todo del vacío característico del haiku, territorios donde estudian y trabajan con esta forma literaria.  Conjetura uno a Juan Camilo visitando venerables templos Soto Zen por Sapporo, Kanazawa o Nagoya; embelesado con el jardín de bambús en el templo Hokokuji, cerca de Tokyo o despertando ferviente en un shukubo para asistir a mañaneros oficios de los monjes. Entrando piadoso a templos shinto o taoístas; trabajando con algún koan o haciendo sazen; observando ferviente, lugares históricos, montañas, jardines y bosques y monumentos relacionados con la historia del haiku. Juan Camilo no solo evoca, convive con detalles poéticos de tal cultura reflejados tanto en los contextos históricos de sus haikus como en las flexibles pinceladas literarias de aquello que germina milagroso frente a sus sentidos:

Un haiku danza en

un pergamino antiguo.

Ya no es otoño.

Examinado desde otro sesgo, se piensa en Juan Camilo absorto, con minuciosa profundidad, en específicos tópicos de la poesía, del arte y la religiosidad japoneses. Es lo primero que se aprecia y registra en este libro: conocimiento teórico, entusiasta indagación en la historia y desarrollo del haiku japonés. Como si su autor hubiese vivido espaciosas temporadas en algún pueblo nipón; meditado en alguna de las exigentes escuelas zen del lugar; asimilado sermones de algún iluminado roshi o contemplado el florecimiento de los ciruelos en Monte Yoshino; o como si hubiera estudiado en alguna de las docenas de escuelas de haiku que allí enseñan, custodian o reviven el haiku, este joven colombiano viaja con sus sentidos, imaginación y espíritu,  por sendas del haiku sintiéndose auténtico haijin, ciñéndose a exigencias formales y temáticas propias de quienes no caen en artificios de un poema breve que, por escribirlo en tres renglones y hablar del paisaje con economía de palabras, muchos escritores del género consideran haiku. Tozan preguntó a Zenne: “¿Cómo son las cosas?”. “Exactamente como son”, respondió el maestro. Así las ve el poeta:

Soy la hoja que

se desprende en silencio

de los follajes.

Las 20 páginas del glosario final, esclarecedoras de gran parte de haikus que mencionan personas, usanzas, animales, objetos o elementos de escritura, manifiestan al poeta que identifica sus intenciones literarias revelándole al lector dónde y cómo vivió su experiencia poética. Especie de confidencia para esclarecer hitos de su floreciente peregrinación poética por dicha forma literaria, recordándose y diciéndole al lector también, cómo se transforma la conciencia del individuo cuando en el haiku este vivencia un camino de realización. Haiku-dô. Sendero, no de soberbia intelectual para acrecentar yoes o considerarse imprescindible poeta, sino para convertirse en receptor sencillo y lúcido del mundo. De cualquier modesto rincón desde donde el poeta contemple el juego efímero de la existencia y trate de ir más allá del Shomon Zen, aquel conocimiento del zen a través de libros, satori mediante textos y palabras y no a través de la experiencia total del cuerpo y el espíritu.

¿Quién eres? Dijo

el maestro. Yo dije:

este momento.

Son estos espejos de momentos con los que se encuentra el lector a partir de los primeros haikus del libro. Juan Camilo habría caminado sin vacilaciones, atento a sus personales pasos y a los de ellos, con Basho, Issa, Shiki o Santoka. Este poeta parece haber aprendido de Motoore Norinaga que el aware es cualquier clase de emoción producida por cosas, escenarios y situaciones externas al poeta:

Un concierto de

cuclillos me sorprende

en mi ventana.

Su contemplación del mundo sucede desde estados de melancólica aceptación de la transitoriedad, que le permiten descubrir lo extraordinario de lo cotidiano en sucesos en apariencia sin tal magnitud espiritual:

El faisán llega

a la rama del árbol

suspira y se va.

Vislumbro en cada

gota de agua el Sutra de

la impermanencia.

Colombiano compenetrado con elementos de la cultura japonesa, forjándolos parte de su horizonte natal, Armenia. Montañas y veredas del Quindío. Verdes y azules, dorados del paisaje calarqueño y trasluces del valle de Cocora. Al describir sus emociones con ellos, no son elementos extemporáneos de su poesía, foráneos o exóticos, sino la versificación estética de la universalidad del haiku, cualesquiera que sean sus temas y testimonios de las percepciones más allá de nombres y lugares, con miradas estéticas o místicas no privativas del japonés ni del oriental, sino producto de estados de unificación y contemplación donde resplandecen las cualidades intrínsecas del ser-como-es en su naturaleza búdica. Virtudes del milagro de la existencia y el asombro del poeta, afrontando la transitoria eternidad de las cosas:

Nadie percibe

lo que descubrió la flor

hacia el satori.

Al final  de las

escalinatas, una

puerta: el satori.

Cenestesia del instante donde la naturaleza es absorbida por diversos sentidos, intercambiando funciones:

Oír el agua, el

prado, el ave, la hoja

y la sonrisa.

Este poeta confirma, con su íntima percepción del mundo, que la poesía no es tanto una entelequia, discurso intelectual pleno de sobresalientes metáforas o razones metafísicas sino también aquello que está aquí, compartiendo el universo, mostrándosele al haijin entre los espacios que dejan las palabras y los pensamientos:

La poesía:

el monte, el ave, el río

mientras escribo.

Escenario que puede estar en Japón. O en España, donde en la actualidad reside el autor. O en cualquiera de los sosegados pueblos del Quindío. Su originalidad no impide que a sus haikus se asome el espíritu de algún maestro del haiku, Issa, por ejemplo, aunque de acuerdo con el purista y ortodoxo Vicente Haya, “si se quiere hacer florecer el haiku fuera de la cultura que le da origen, el modelo debe ser Buson, porque su obra carece de la menor pretensión”:

Amor tan grande

el del lirio del campo

y el de los padres.

 ¿A dónde irá

la mariposa cuando

viene el invierno?

La mariposa

medita encima de las

hojas del bonsái.

 Incluso el breve

gorrión vuela para ser

como Manjusri.

Asimila con sencillez diversos carices del paisaje, la historia y la religiosidad niponas, en un proceso elegante de simbiosis espontánea como si, permeado por la sensibilidad de trascendentales maestros del zen, no quisiera apartar sus ojos de aquello que a estos los despertaron y conmovieron. El satori no tiene propietarios:

El Yamabushi

ha hecho de la montaña

su monasterio.

 Sobre el tatami

un shamisen reposa,

monotonía.

 En Kushinagar

se vierte la alegría

y la tristeza.

 En alto porcentaje de sus haikus llega al máximo de suavidad zen, limpia su mente de discriminaciones racionales y juegos literarios, capaz de escuchar la respiración del macro y el microcosmos cuando más acá de toda intelectualización lírica tiene satoris poéticos como este, que Issa haría suyo:

La golondrina

conoce su lugar

en el samsara.

 O uno más, no distante de los sentimientos y miradas de Busón:

¡Felicidad!

La flor en el jardín

¡la primavera!

 En cada poema de Juan Camilo, y en unos más que en otros, hay enfocadas búsquedas y acertados hallazgos propios de tal expresión literaria. Desde los temas, hasta el lenguaje empleado; desde impresiones físicas, hasta pensamientos filosóficos sobre la vida y la muerte, la vejez, el vacío, el tiempo y el amor, cuanto enuncia mediante el haiku, es producto de sus intuiciones, su estudio del género y su percepción alerta de la vida y del mundo. Revela aquello que la naturaleza le confiesa interior o externamente porque su palabra, en este caso, viene de lo externo hacia lo interior  estimulado por el empuje del haiku y sin aferrarse a ideas, viendo donde hay que ver y diciendo solo aquello que debe decirse para no depreciar el valor del instante consigo mismo ni con el lector que llegue a sus haikus:

¡Oh! Primavera,

verano, otoño, invierno.

¡Oh! Primavera.

Importante recordar la advertencia de Blyth: “Un haiku no es un poema; no es literatura; es una mano que hace señas, una puerta semiabierta, un espejo limpio. Es una forma de volver a la naturaleza, a nuestra naturaleza búdica”. Juan Camilo mira hacia donde señala el dedo:

 Maravilloso

es el cerezo porque

dura un instante.

 En primavera

Avalokitesvara

renace en la flor.

En la fructuosa, discordante y fecunda bibliografía del haiku colombiano, esta obra por sus méritos literarios estéticos, su penetrante comprensión de lo que es dicho modo poético, bien dentro de los moldes clásicos o sin desdeñar heterodoxas propuestas germinadas al enraizar el haiku en occidente, se sitúa dentro de la más destacada producción de haiku colombiano a lo largo de su historia. Con fondos, circunstancias, espacios, personajes e historia de Japón junto a nuestro entorno colombiano o latinoamericano, Puentes integra un tornasolado cuadro poético que asimila culturas unificadas en el haiku, demostrando por este medio que la unidad de lo bello no tiene barreras ni condicionamientos literarios. Erige, en la evolución del haiku colombiano, un elemento nuevo que no niega, no riñe ni choca con nuestra identidad: los matices nipónicos que contribuyen a incrementar los tonos nacionales en la construcción del haiku. Ve aquello que Busón descubría a diario:

Ir por el mundo

ver en cada montaña un

amanecer

Capaz de escribir un haiku que, sin perder su consistencia, perpetúa al Miguel Hernández de las tres heridas: la de la vida, la de la muerte y la del amor. La poesía, los poetas y los poemas, ocupan cuerpos diferentes para mostrar el milagro de la vida. Ya no tres heridas, sino tres abluciones en un haiku que emerge no solo de la contemplación directa del mundo, sino de la admiración que la poesía de otros autores puede inspirar. Juan Camilo lo registra:

Tres abluciones:

la del agua, la del sol,

la de las hojas.

 Igual puede escribir otro haiku, recordando a Borges:

Esta es la mano

que en el aire ha trazado

el último verso.

Poemas que no enturbian la originalidad de quien, por sí mismo, ve y descubre aquello que otros advirtieron. El milagro poético no es exclusividad de nadie ni de ninguna religión. Un mismo haiku, propio o ajeno, puede llenarse de nuevos matices cada vez que un haijin lo descubre en la naturaleza, en su casa, por el andén donde camina, en un libro que lee o por senderos de la montaña. Haya, en su crítico libro Aware (Barcelona, 2013), menciona la “falta de importancia que se da entre los poetas japoneses a escribir un haiku casi idéntico a uno ya célebre”. Osho, Krishnamurti o Basho, caminantes, escuchan joviales al fresco haijin colombiano cuando este, agnóstico, reconoce que:

Entre todas las

religiones prefiero

la del arroyo.

 ¿Mi religión?

contemplar  la floresta y

su panteísmo.

 El arco iris

me guía suavemente

hacia el nirvana.

 En este libro hay exploraciones y hallazgos importantes como aportes al haiku en Colombia. Desde los temas hasta la forma para medir los versos y distribuir sus palabras ajustándolas al 5-7-5; desde la impresión concreta que algo puede incitarle hasta la forma como le induce a la reflexión filosófica y la interiorización espiritual, todo aquello que encuentra ayuda a que su poesía exprese lo señalado y evocado por un haiku. Exacto. Sin comentarios. Intuye y escribe revelándonos cuanto la naturaleza le devela con sus formas, colores, perfumes o sonidos:

Todo es más bello

con la efímera luz del

amanecer.

Sus referencias a pormenores orientales de tipo histórico o mitológico, pueden leerse como sucintos sermones zen de índole poética, dirigidos a un auditorio de monjes preparados para el silencio; o a un discípulo peregrinando por pueblos y montañas al lado de su maestro. Sin deformar la presencia centenaria de tal estrofa, se desplaza cómodo y sin contradicciones técnicas entre el haiku ortodoxo y las nuevas propuestas japonesas, europeas o americanas:

Cuando Benzaiten

tañe su  biwa todas

las aguas fluyen.

 Logra excelentes haikus cuando en ellos reluce la presencia de algún personaje del ámbito budista o zen junto a un animal, un objeto, un paisaje o elemento que refuerzan el impacto de lo humano como hecho histórico:

Incluso el breve

gorrión vuela para ser

como Manjusri.

También pueden leerse muchos de los haikus, y aquí se apartan un poco de lo tradicional, como una definición, una reflexión directa donde el poeta habla consigo mismo y con aquello que de improviso resplandece ante sus sentidos:

El encanto de

oír al ruiseñor

sobre la rama.

Cuando Siddharta

pasaba por el campo

la flor brotaba.

Experimentar al escribir un haiku con solo verbos. Siete, donde compendia la historia del hombre y la humanidad:

Nacer, crecer,

jugar, amar, llorar,

reír, morir.

Se sirve de este tipo de poema para  interrogarse a sí mismo sobre la vida, la muerte, la soledad, el paso del tiempo, el amor o los sentimientos, sin pretender respuestas, dejando que el poema insinúe eso que el lector imagina o presiente. Guardo la impresión de que muchos de sus haikus fueron resultado de posibles prácticas personales de meditación Soto o Rinzai, consecuencias no de la creación intelectual sino de horas y días afrontando determinado koan, elementos que lo visibilizan y descuellan entre la valiosa bibliografía del haiku colombiano e hispanoamericano:

El mismo koan

En todo lo que veo

Inclusive en mí.

Por Umberto Senegal

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar