El Magazín Cultural

Las mujeres que habitan a La Maga de "Rayuela"

La Maga es uno de los personajes principales de "Rayuela", novela de Julio Cortázar publicada en 1963. Un homenaje a este personaje y a las mujeres que quizás lo inspiraron.

Nancy Paola Moreno
08 de marzo de 2017 - 04:49 p. m.
La escritora argentina Alejandra Pizarnik viaja a París en 1960. Dicen que conoció a Julio Cortázar sobre el Pont de Arts, lugar favorito de La Maga. Otros aseguran que ella fue a buscarlo a la oficina de la UNESCO.   / Cortesía
La escritora argentina Alejandra Pizarnik viaja a París en 1960. Dicen que conoció a Julio Cortázar sobre el Pont de Arts, lugar favorito de La Maga. Otros aseguran que ella fue a buscarlo a la oficina de la UNESCO. / Cortesía

Lucía, o mejor aún, La Maga, se niega a aceptar lo aceptable. Es la revelación del desorden a causa del fracaso de las leyes en su vida. De ese caos construye un orden misterioso, inaccesible y quizás mágico. Es la negación de aquellas lecciones aprendidas y replicadas por la mayoría de niñas en el mundo: Debes ser virtuosa y serás una gran madre y esposa. No era enseñar. Adoctrinaron, las niñas crecieron y sufrieron a causa de esa sentencia inculcada.

La Maga es el retrato de una suma de imperfecciones que pudo ser luz. Adora el color amarillo y los cigarrillos Gitanes. No quiso creer en aquel invento humano de la perfección. Su misterio la convirtió en una mujer vital y compleja. En una eterna pregunta que jamás se extingue. Sufre irremediablemente al regresar a sus recuerdos, pero es capaz de nadar extensos ríos metafísicos que ningún hombre comprendería.

No termina de entender aquello de ser madre. Y sin duda alguna, en el capítulo 68, la carta que escribe a su hijo Rocamadour está habitada de una ternura y amor desbordadas. Su melancolía obliga al lector a seguir las Instrucciones para llorar. Es imposible no recordar aquel chiquillo transformado en dientecito de ajo, nariz de azúcar, arbolito, caballito de juguete.

Vive con Horacio Oliveira. La Maga sufre con sus juicios implacables e hirientes porque ella llora al escuchar una canción que le recuerda a Rocamadour, su torpeza en asuntos intelectuales o porque no entiende que la vida es mucho más que las novelas que acostumbra leer. Sin embargo, aquel hombre culto no logra doblegar el espíritu femenino del mundo Maga. Y es que no hacía falta hacer parte de las más distinguidas discusiones académicas o filosóficas para que Rosa Parks un día no se levantara de un asiento de autobús porque un hombre blanco debía sentarse allí. Luego se hizo historia.

Y empezaron a entender que, sin dejar de ser ellas, harían pequeñas revoluciones, porque sólo así no podrían traicionarse. Que una pequeña convicción era suficiente para no renunciar y dejar de sentir las culpas heredadas, ya que la mujer debía ser perfecta para ellos.

Sin ser consciente, La Maga se convierte en testigo y espía en la búsqueda del mundo de la razón de Oliveira. Más allá de la ficción, algunas mujeres han sido relacionadas con este personaje, que ha cautivado a varias generaciones de lectores.

Edith Aron: La Maga que niega serlo

El 6 de enero de 1950 toma el barco llamado Conte Bicamano. En la misma embarcación viajaba Julio Cortázar hacia París. Allí se vieron por primera vez cuando el escritor argentino tocaba piano. El mar quedó atrás, ella se quedó en Cannes.

Tiempo después, Edith Aron llegó a París. Apenas se reconocieron en una librería. Los días siguientes la casualidad volvió a reencontrarlos en la función de cine Juana de Arco. Y más adelante en los Jardines de Luxemburgo. Julio Cortázar concluyó que cuatro coincidencias bastaban para entablar una relación. El azar no podía ser sólo azar. “¿Encontraría a la Maga? La Maga que sonreía sin sorpresa, convencida como yo de que un encuentro casual era lo menos casual en nuestras vidas”.

Edith Aron era traductora. Ayudó a Julio Cortázar a encontrar trabajo como empacador en una exportadora de libros judíos, que quedaba en la esquina de su casa. Era el pretexto para que el escritor la visitara en la hora del almuerzo. “Me decía que le hiciera una ensalada azul. Yo no tenía idea de qué era eso. Entonces él tomaba cualquier ensalada y la llenaba de estampillas azules. Hacía todo el tiempo ese tipo de juegos, en los que yo nunca me sentí a la par. ¡Me acomplejaba porque él sabía tanto y yo sabía tan poco!”, dice Edith Aron en una entrevista mientras menciona el nombre de Aurora Bernárdez, un fantasma que Cortázar había dejado en Buenos Aires y que siempre estuvo presente. Tenía claro que el reencuentro de la pareja significaba perderlo.

Edith Aron comenta para el diario El Clarín: “Él me escribió diciéndome que había basado su personaje en mí, y nos pasaban, es verdad, cosas espontáneas como las de la novela. También hay algunos episodios, como ese en el que encontramos un paraguas viejo en las calles de París y le damos una ceremonia de entierro, que ocurrieron más o menos como los cuenta. Pero la Maga es un personaje literario”.

Niega ser La Maga y dice que Rocamadour nunca existió, o mejor aún, que fue una metáfora simbolizando la extinción del amor a Edith Aron. Nunca entendió por qué Cortázar no la tuvo en cuenta para traducir sus libros del alemán al español. "No necesito decirte quién es Edith, vos lo habrás adivinado hace mucho, ¿verdad? Entonces, ¿vos te imaginás Rayuela traducida por ella? (...) En Rayuela, te acordás, la Maga confundía a Tomás de Aquino con el otro Tomás. Eso ocurriría a cada línea”, le escribió Julio Cortázar al traductor Paco Porrúa en 1964.

Aurora Bernárdez, La Maga esposa

A finales de 1953, Aurora Bernárdez llega a Francia. Se casa con Cortázar y 14 años después se divorcian. Fue reconocida como una de las mejores traductoras de obras al español.

Al fallecer el 8 noviembre de 2014, el escritor nicaragüense Sergio Ramírez escribió: “Ha muerto Aurora Bernárdez, la Maga de Rayuela, la Maga de Cortázar, un mito de la literatura que habrá de acompañarnos".

Alejandra Pizarnik, mucho de La Maga

La escritora argentina viaja a París en 1960. Dicen que conoció a Julio Cortázar sobre el Pont de Arts, lugar favorito de La Maga. Otros aseguran que Pizarnik fue a buscarlo a la oficina de la UNESCO. 

Su encuentro hizo nacer una amistad cómplice en parte por su atracción al surrealismo. “Te quiero viva, burra, y date cuenta que te estoy hablando del lenguaje mismo del cariño y la confianza –y todo eso, carajo, está del lado de la vida y no de la muerte. Escribíme, coño, y perdoná el tono, pero con qué ganas te bajaría el slip (¿rosa o verde?) para darte una paliza de esas que dicen te quiero a cada chicotazo”, le escribía Cortázar poco antes del suicidio de la poeta.

Alejandra Pizarnik sentía que La Maga tenía mucho de ella. “Me olvidaba decirte que la Maga de Rayuela me hizo recordarte, en algunos relámpagos”, le escribía su amiga Ivonne Bordelois. Tras el suicidio de Pizarnik, Cortázar afirmó que La Maga fue escrita antes de conocer a la escritora.

Por Nancy Paola Moreno

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