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Las lecciones de paz en la historia de Colombia

El catedrático javeriano Víctor Guerrero Apráez presentó un valioso trabajo histórico sobre la forma cómo Colombia ha pactado la paz y ha regulado la guerra.

Redacción Ipad
29 de abril de 2016 - 01:34 p. m.

Es lugar común entre historiadores, periodistas o analistas políticos afirmar que Colombia ha tenido muchas guerras civiles y que la violencia ha sido más vigente que la concordia. Sin embargo, la creatividad de los colombianos para hacer la paz, aunque sea menos referenciada, también ofrece un capítulo aparte del acontecer nacional. En ese contexto se enmarca la obra “Guerras civiles colombianas. Negociación, regulación y memoria”, del catedrático de la Universidad Javeriana, Víctor Guerrero Apráez. (Vea acá nuestro especial de Feria del Libro de Bogotá)
 
Sin mayores elaboraciones teóricas pero con una precisión conceptual aterrizada en el recuento de los hechos, Guerrero Apráez desarrolla un valioso trabajo en el que no solo evalúa los acuerdos para concluir la guerra que se formalizaron en Colombia desde 1839 a la fecha, sino que analiza aspectos cruciales para el entendimiento de esos pactos. Los contextos internacionales y sus repercusiones, así como los contrastes políticos y bélicos entre el país y otras naciones. 
 
Nacido en Pasto, educado en Cali, con formación profesional en Bogotá y maestría en Leyes en Alemania, el profesor Víctor Guerrero demuestra en su libro su trayectoria. Fue asesor en la Asamblea Constituyente de 1991; miembro de la delegación colombiana en la Conferencia de Roma de 1998 que permitió la creación de la Corte Penal Internacional y consultor de grupos de trabajo de Naciones Unidas o de la Alta Consejería para la paz, entre otras actividades especializadas. 
 
Una meritoria hoja de vida que explica el alcance de su obra. Por eso señala sin dudarlo que es “rica y crucial” la tradición colombiana en materia de fórmulas de mediación política y búsqueda de la paz. Tan solo en el contexto del siglo XIX, destaca que el primer acuerdo data de 1839 y que se pudieron haber evitado muchos de los males del siglo XX si la obcecación de Rafael Núñez por lograr una aplastante derrota militar en 1885, no hubiera rechazado la exponsión de La Colorada. 
 
Guerrero explica que el término exponsión data de la antigua Grecia y que, cargado de simbolismo, alude a las celebraciones que se hacían para poner fin a hostilidades, disputas o violencias. A lo largo del siglo XIX, desde la guerra de Los Supremos en 1839 hasta la guerra de 1885, hubo muchas exponsiones, la mayoría para resaltar valores como el honor militar, la caballerosidad, u otros aspectos relacionados con el Derecho de Gentes, primera fuente de lo que hoy es el Derecho Humanitario. 
 
La exponsión de Pasto de julio de 1839, la de Los Árboles en 1840, las de Tuquerrés y Sitio Nuevo en 1841, casi todas ellas acompañadas de intensos debates políticos sobre el alcance de las amnistías que también dominaron el panorama político y social en los intervalos de las violencias. El libro del profesor Guerrero Apráez detalla esos acuerdos, y al ser consultado sobre la fórmula que los dominó manifiesta: “el cese de las rebeliones, el mantenimiento de los cargos políticos, o el distanciamiento de las tropas”. 
 
Sin duda, todo proceso de paz tiene un lamentable componente de impunidad, pero también en cada pacto del siglo XIX se advierte que se fue desarrollando un interés progresivo por regularizar los conflictos. En particular, la obra destaca como el Derecho de Gentes fue elevado a rango constitucional en 1863, lo cual explica que la Guerra Civil de 1876, a pesar del número de víctimas y otros actos de crueldad, fue la más regulada y menos intensa del siglo XIX. Ya había unos conceptos en desarrollo. 
 
Los hospitales de sangre, las indemnizaciones, la reparación, el trato a los prisioneros de guerra, la libertad bajo palabra, una serie de opciones humanitarias en medio de la tragedia de la violencia. Sin embargo, el profesor Guerrero advierte que toda esta dinámica se perdió con la Constitución de 1886, impuesta por Rafael Núñez, donde la guerra se borró del léxico constitucional y lo que se impuso fue el concepto de la perturbación del orden público, y con él el Estado de Sitio. 
 
Sin embargo, el trabajo “Guerras civiles colombianas. Negociación, regulación y memoria”, no se queda en el simple recuento de los tratados de paz en los conflictos civiles del siglo XIX. Aborda también el recorrido de la historia colombiana a la luz de instrumentos internacionales que permitieron la limitación del creciente armamentismo o la posibilidad de buscar la solución negociada de los conflictos. Herramientas jurídicas que en los tiempos actuales conservan una enorme importancia. 
 
Por ejemplo, la Conferencia de La Haya de 1907 que permitió impulsar doctrinas e ideas en favor del humanismo en medio de la guerra, como la Cláusula Martens y sus referentes éticos como dictados de conciencia pública alrededor de la paz. En la misma línea de análisis, el Código Lieber, impulsado en Estados Unidos durante su Guerra de Secesión en el siglo XIX, para evitar la degradación de la confrontación que en su momento fue clave en otros territorios de América, y aún hoy puede leerse en beneficio de la paz. 
 
Citando al reconocido poeta colombiano, Porfirio Barba Jacob cuando manifestó que “las guerras civiles son la universidad de los colombianos”, el profesor Guerrero Apráez lo admite pero también advierte que en medio de las hostilidades, los acuerdos, las exponsiones o los pactos para humanizarlas, dejan ver imaginación y valores entre quienes tenían que promover la guerra. Como el Libertador Simón Bolívar y su paso de la guerra a muerte en 1812 al Tratado de Regularización de la Guerra en 1820. 
 
En desarrollo de su obra, el profesor Guerrero aporta dos singulares capítulos de especial interés. En uno realiza un paralelo entre Rafael Núñez y Álvaro Uribe; y en el otro detalla cómo después de la Guerra de los Mil Días entre 1899 y 1902, a título de memoria colectiva se abrió camino en Colombia la consagración al país del Sagrado Corazón de Jesús. Es decir, como él lo denomina, el paso de la insurrección a la resurrección, que dejó un símbolo de imposición de un Estado confesional vencedor en la guerra. 
 
Sobre el primer aspecto, traza un paralelo en el que dos mandatarios en medio de la confrontación plantean disyuntivas similares. A finales del siglo XIX, Rafael Núñez la sintetiza en una frase “Regeneración o catástrofe. Una ruptura que absolutiza al enemigo, lo excluye de cualquier solución a la crisis y cambia la constitución para desarrollar su proyecto. Uribe, a principios del XXI, lo pone en los términos “Reelección o hecatombe”, y a través de su seguridad democrática declara y hace la guerra. 
 
Un símil que cruza por unos contextos particulares en los que Estados Unidos también tiene un evidente protagonismo, donde se advierte una desinstitucionalización progresiva por razones de poder, y donde el lenguaje de la guerra como sistema de gobierno impone una confrontación en distintos planos de la vida social. En pocas palabras Núñez se sentía destinado a ser el refundador de una nación, mientras Uribe, en criterio del profesor Guerrero, buscó su propia refundación de la patria. 
 

En cuanto al episodio del Sagrado Corazón de Jesús, el relato es además de peculiar ilustrativo de lo que vivió Colombia en buena parte del siglo XX. En diversos estratos sociales, la jaculatoria expresiva “Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío”, demostró la forma cómo esta invocación se asentó en la idiosincrasia social o en el poder mismo. Incluso, durante muchos años, a través de una ley existió la obligación legal de consagrar el país al Sagrado Corazón. La historia aparte de cómo este culto fue parte de una reparación colectiva, es digna de evaluarse. 
 
En síntesis, en momentos en que el país debate la posibilidad de un acuerdo final entre el Estado y las Farc y se habla de cómo será el posconflicto, el trabajo aportado por el profesor Guerrero Apráez constituye un insumo importante. Ya han existido otros posconflictos, otras posguerras, y en los avenimientos que también caracterizan la historia de Colombia existe una lección permanente, sobre procesos posibles y ejes estratégicos para avanzar hacia una paz estable y duradera. 
 
El profesor Guerrero Apráez presentó su libro en la Feria del Libro que se desarrolla por estos días en Bogotá, reiterando su invitación a indagar en las dinámicas y lógicas de las guerras del pasado, para entender parámetros y prácticas de regulación humanitaria de las contiendas armadas. Es su primer trabajo de esta índole, y producto de sus investigaciones ya prepara una obra sobre el reconocimiento de la beligerancia, mientras sigue averiguando la vida de Avelino Rosas, un combatiente de la Guerra de los Mil Días cuya saga personal merece rescatarse del olvido. 
 

Por Redacción Ipad

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