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Leer, escribir, y luego salvarnos

El lema para la edición de este año en la Feria del Libro de Bogotá es la paz y la reconciliación. Se juntan en un mismo recinto esos dos conceptos, con otros dos, esenciales, que son leer y escribir.

Fernando Araújo Vélez
17 de abril de 2016 - 02:00 a. m.

Escribir para plasmar lo que vivimos, para ponerle un sello a un momento y decir esto fue lo que ocurrió, y esto fue lo que sentí y lo que pensé mientras ocurría, y antes y después. Leerlo con el tiempo, ojalá en páginas impresas, pero si no, no importa. Leerlo en un papel cualquiera y en tinta o a lápiz. Lo que cuenta es poderlo leer, y perdernos en cada frase, sumergirnos en las palabras y entre las palabras y en los silencios, porque la lectura nos llevará a escribir y viceversa, y de una forma u otra allí, entre esas letras, podremos ser quienes queramos. Invencibles, eternos, tristes, humildes, anhelantes de paz y reconciliación, o infinitamente pacíficos. Escribir para entender lo que hicimos y lo que no y por qué fuimos incapaces de hacerlo. Leer para luego, con los días, constatar cuánto cambiamos y cómo fuimos transformándonos, y comprender que nuestras decisiones, ni buenas ni malas, fueron el producto de un sinfín de circunstancias que se dieron en ese instante. (Ver especial de la Feria del Libro) 

Escribir y leer y comprender para no juzgar. Escribir siempre, todos los días, porque la memoria es frágil y suele acomodarse, porque lo que nos dicen los demás sobre nuestros comportamientos es sólo su recuerdo y, tal vez, su interpretación, pero sólo nosotros sabemos lo que aconteció y las razones y las sinrazones. Sólo nosotros podremos explicar qué nos llevó a ese beso robado, a ese adiós intempestivo, a una renuncia o a una traición, y sólo con nuestras palabras podremos desentrañar los porqués de los porqués. Leer cada vez que podamos, desde los best sellers criticados, desechados y burlados por los puristas, hasta los escritores de los que se ufanan de leer los escritores, porque cada libro nos llevará a otro libro, y ese otro libro, a uno más, en una interminable galerías de puertas y ventanas que se abren para que pasemos por ellas. Pasaremos por un montón de títulos, Crimen y castigo, Así habló Zaratustra, Bartleby, el escribiente, El guardián entre el centeno, Carta de una desconocida, y de los títulos se desprenderán decenas de hombres y de mujeres y de niños y de frases.

Leer y escribir para concluir que una frase nos puede salvar, que por ella podemos ser un todo en cada cosa, porque las frases nos rasgan, nos hacen desdoblarnos, para terminar por ser ladrones de frases y por entender que las frases son de quien las dice o las escribe, pero también de quien las vive, o que son más de quien las vive que de quien las escribe. Escribir y leer para imitar a Pessoa, por ejemplo, y creer ser Pessoa por unos segundos. Y ser Pessoa y todos los escritores y todos los lectores al mismo tiempo, y preguntarnos por qué la palabra escrita de un hombre muerto está imbuida de verdad. Escribir a las dos, tres o cuatro de la mañana, porque ese proyecto que nos salva del hastío, de la náusea, del olvido y la indiferencia requiere nuestro sacrificio, nuestro cansancio también, nuestras pulsiones y nuestro insomnio. De que el primer paso sea un segundo paso, y luego esos pasos sean miles de pasos que nos lleven a una caminata sin fin, porque en el escribir no hay un fin, sino una infinita sucesión de puntos finales, y no hay más inspiración que la magia que nosotros mismos producimos escribiendo.

Leer escribiendo y escribir leyendo, porque los libros no se acaban cuando terminan. Nos los apropiamos, sí. Los aprehendemos. Nos encontramos y nos desencontramos en ellos y por momentos llegamos a creer que algún día podremos conocer a alguien como lo llegamos a conocer en algún pasaje de Crimen y castigo, por ejemplo. Cada párrafo es un poco de nuestra vida, por eso es único e irrepetible. Cada palabra es la manifestación de lo que hemos vivido, porque en ella están nuestra infancia y nuestro barrio, nuestros dolores y alegrías, nuestros amores y desamores, nuestras angustias y celebraciones. Escribir y leer, siempre, porque una sola palabra tendrá miles de significados según pasan el tiempo y nuestra vida. La paz, la reconciliación, la memoria, el perdón y sus antónimos, ayer, eran distintos de lo que son hoy y de lo que serán mañana, pero eso sólo lo podremos comprobar si alguien las escribió, y si luego alguien las lee.

Por Fernando Araújo Vélez

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