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Letras refinadas de Chico Buarque

La situación política, la economía y las injusticias sociales han sido abordadas con sabiduría y convicción por este poeta, compositor, dramaturgo y novelista brasileño.

Juan Carlos Piedrahíta B.
11 de agosto de 2014 - 02:00 a. m.
Letras refinadas de Chico Buarque
Foto: Agência Estado - JOSE PEDRO MONTEIRO

Para Chico Buarque de Hollanda, el músico y el escritor viven bajo el mismo techo, pero en habitaciones distintas. Mientras el primero está consagrado en su estudio pariendo el contenido de uno de sus tantos álbumes, el segundo adquiere un tiquete de visita a lugares ficticios, compra una licencia para agudizar el ojo o anda a la caza de una historia caótica que implora ser transformada en literatura. Pocas veces se cruzan en el camino y cuando lo hacen prefieren no mirarse para evitar entrometerse en ejercicios ajenos. En este momento, el uno es para el otro como una porción del paisaje. Está ahí, se puede ver y hasta tocar, pero no tiene eco.

El letrista, según Chico Buarque, no es poeta, tampoco narrador y mucho menos novelista. Es un simple mecanismo vehicular que cumple con el encargo de elaborar una radiografía de su tiempo para exponerla ante los ojos de los demás. Cualquier pretensión que supere ese mandato casi divino puede verse como una arandela innecesaria, como un accesorio inoportuno que salta a la vista y que es capaz de ir en contra de la armonía. Pero con el mismo rigor con el que el artista brasileño lanza estas afirmaciones, también se siente con la potestad para asegurar que, a pesar de todo, no existen jerarquías entre las artes y que tienen el mismo valor los versos de un poema, los párrafos de una novela y las estrofas de una canción popular.

Todo lo que ha vivido le ha servido para estructurar este pensamiento. Su padre, Sergio Buarque de Hollanda, sociólogo e historiador, le enseñó a no perder el vínculo con la realidad social, a explorar los fenómenos de su comunidad y a valorar el ancestro. De María Amélia Cesário Alvim, su madre, heredó la pasión por la música y con ella tuvo las primeras lecciones informales de piano. Sus padres, ambos muy bien rodeados, recibían constantes visitas de Vinícius de Moraes (1913-1980), así como de otros intelectuales de su país, quienes convirtieron la casa Buarque, tanto en Río de Janeiro (lugar de nacimiento de Chico), como en São Paulo y en Roma, Italia, en un territorio fértil para el surgimiento de manifestaciones culturales.

Durante tres años, Chico Buarque estudió en la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad de São Paulo. En ese tiempo de formación profesional asumió el reto de perfeccionar su escritura en italiano, inglés y portugués. La forma más efectiva que encontró para desarrollar su vena artística fue la elaboración de canciones en esos tres idiomas. También le gustaba hacer traducciones simultáneas, aunque podía permanecer horas enteras buscando el equivalente de expresiones tan propias en su lengua como saudade. La arquitectura le fue útil para forjar los pensamientos y lo guió hasta la forma de otorgarles bases sólidas a las ideas. Tal vez para lo que más le sirvió fue para aprender a darle un lugar específico a cada una de las manifestaciones que podía concebir. El arquitecto fue capaz de dibujar los planos de una mansión imaginaria en la que conviven los distintos saberes que logra dominar el artista y a cado uno le hizo su habitación.

El primero en ocupar un recinto fue el músico. La influencia marcada de Vinícius de Moraes, João Gilberto y Antônio Carlos Jobim provocó que el joven Chico Buarque de Hollanda no se dejara seducir por el rock ni el pop. Tenía el semblante para ser una estrella masiva y para doblegar al público femenino gracias a unos atributos físicos comandados por ojos azules y voz metálica y brillante. Pero no era solamente eso. Tenía también una cabeza bien puesta en su sitio, muchas ganas de contar historias estremecedoras y la voluntad suficiente para oponerse a las decisiones políticas durante la dictadura. Pudo haber sido una figura inflada por la magia del mercadeo y llevada hasta la cúspide del reconocimiento global a partir de su semblante, pero prefirió seguir untándose de tierra y optó por armar con música y letras todas las preocupaciones que lo acechaban.

Por su ímpetu, Chico Buarque fue uno de los responsables de la enorme proyección internacional que la música popular brasileña consiguió durante la segunda mitad del siglo XX. Él tiene su cuota meritoria por haber logrado que una manifestación cultural tan específica como el sonido de su país, cuyo idioma únicamente se habla en dos naciones, tuviera repercusiones en todo el universo. Su carrera artística comenzó de manera oficial en 1964, cuando inscribió en un concurso su composición Sonho de um Carnaval. Luego publicó un minirregistro con los temas Olê, Olá y Madalena, que hicieron parte de su primer trabajo discográfico, llamado, como muchos de sus volúmenes, Chico Buarque de Hollanda (1966). Pero así como tenía material suficiente para lanzarse con éxito al mundo de las notas musicales, también mantenía en reserva las páginas terminadas de lo que sería su debut en el ámbito literario, A banda (1966).

En música, Buarque habla de lo que ve, de lo que conoce, de los padecimientos y las contrariedades humanas; en literatura prefiere más bien inventarlo todo. Incluso para una de sus novelas recientes (Budapest, 2003) contempló la posibilidad de crear un idioma que se pareciera al húngaro pero que dejara anclada la incógnita de su procedencia. En sus canciones le gusta asumir el rol de megáfono para cantar en mayúsculas la inconformidad de quienes no pueden expresarse. Aquí el amor, el desamor y la amistad son elementos profundos que no flotan por su obviedad; mientras sus novelas pueden estar determinadas por una fascinación exclusiva a la que decide darle rienda y, sin contemplaciones, llevar hasta su máxima expresión. El terreno intermedio entre uno y otro saber está abonado por las creaciones teatrales del brasileño, así que el dramaturgo labora y habita en un cuarto contiguo al del escritor y muy cerca de la habitación del músico.

Más de cuarenta discos ha publicado este artista. Novelas destacadas como Fezenda Modelo (1974), Estorbo (1991), Budapest (2003) y Leite derramado (2009) hacen referencia a la agudeza de su producción literaria, y piezas teatrales como Roda viva (1967), Gota d’água (1975) y Ópera do malandro (1978) muestran su compromiso con el arte y con la realidad social. Chico Buarque de Hollanda, el escritor, el músico y el dramaturgo, le abrió un día la puerta a la inspiración y jamás la soltó. 

jpiedrahita@elespectador.com

Por Juan Carlos Piedrahíta B.

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