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'En Bogotá no mataban a nadie, mucho menos a un político como Gaitán'

Este jueves, 13 de octubre, a las 6 de la tarde en la librería Café Ibáñez la periodista Lida Marcela Pedraza Quinche presentará su libro "Voces del 9 de abril". El Espectador reproduce un capítulo.

Lida Marcela Pedraza Quinche
12 de octubre de 2016 - 08:49 p. m.
'En Bogotá no mataban a nadie, mucho menos a un político como Gaitán'

Las novelas del Bogotazo: Literatura social y/o política
 
Ya se ha mencionado que las novelas del Bogotazo han sido clasificadas por algunos críticos colombianos como literatura de ciudad y/o novela urbana; sin embargo, estas novelas también pueden ser leídas como novela social y novela política, sobre todo El día del odio y La calle 10. José Antonio Osorio Lizarazo escribió en 1938 en su ensayo La esencia social de la novela, que la novela debería ser social, es decir, que su función era despertar una sensibilidad y una justicia sociales. Para Osorio Lizarazo la novela social posee para Osorio Lizarazo el sentido de denunciar los problemas y las angustias de la multitud.  Puede presentar las actividades de la vida de una colectividad: 
 
(...) desde el rufián que no tuvo oportunidad de enderezar las concepciones de su entidad moral, hasta el campesino que vive apegado a la tierra en un oscuro y perpetuo sacrificio, estrangulado por sus explotadores; desde el obrero, que desenvuelve en las ciudades un vivir monorrítmico  y sin alegría, hasta el funcionario que arrastra una existencia vana y artificial, que llega a ser inútil por su escaso valor contributivo a la armonía, a la prosperidad, a la riqueza comunes (126).
 
De las novelas de Osorio Lizarazo también se puede decir que hubo en ellas un interés por retratar a la ciudad como un aparato de control social de clase. Las novelas del ciclo bogotano, entre ellas El día del odio , constituyen un testimonio verosímil de la actividad de los sujetos urbanos, donde los personajes novelados son considerados como si fueran sujetos históricos. 
 
Por su parte, la novela La calle 10 del escritor Manuel Zapata Olivella, posee gran familiaridad con El día del odio, ya que el mismo Zapata Olivella reconoció como parte de sus influencias literarias la obra de José Antonio Osorio Lizarazo.
 
En una entrevista que aparece en el libro de José Luis Garcés, Manuel Zapata Olivella, caminante de la literatura y de la historia, el escritor costeño responde:  
 
Yo creo que muchas de mis primeras novelas, me estoy refiriendo a Tierra mojada y a La calle 10, están muy influidas por la concepción novelística de José Antonio Osorio Lizarazo, aun cuando en La calle 10 yo me aparto de todos los escritores del momento en Colombia, porque utilizo el método behaviorista, que había descubierto en algunas lecturas de los Estados Unidos, leyendo, por ejemplo, Camino del tabaco. Había en la novelística norteamericana el interés de que el autor se inmiscuyera lo menos posible en el relato y que asumiera la postura de un simple camarógrafo que miraba los hechos sin intervenir en una forma decisiva en el pensamiento de los personajes, que en  cierta manera continúa siendo la actitud del escritor latinoamericano de coger los personajes como portavoces de sus propias ideas, de su propia vida y de sus propias experiencias (...) y esto en el caso particular de La calle 10 es muy cierto porque yo cogí mi cámara y la puse en la calle 10 y comencé a filmar durante siete años, durante mis estudios de médico, teniendo como sede la facultad de medicina que estaba en la calle 10, rodeada de prostíbulos, de plazas de mercado, de tranvías, de iglesias, etc. Todo esto está en La calle 10 fotografiado y fue un primer intento de la nueva novela, como lo dice Gochum, en la novelística colombiana. En 1952 fue publicada esta novela, a pesar de que yo la comencé a escribir en los mismos días del 9 de abril de 1948 (104-105).
 
Las anteriores posiciones de los escritores con respecto a las intenciones que tuvieron al momento de construir las historias,  permite considerar que estas novelas son sociales, ya que retratan las angustias de las clases más deprimidas. Tanto Osorio Lizarazo como Zapata Olivella, y aun Gómez Dávila, logran novelar el ambiente característico de las clases más bajas, con lo que encierra su psicología, su tragedia y las aventuras que viven en la capital. Las novelas, principalmente El día del odio y La calle 10 revelan la separación de dos ciudades: la de los cinturones de miseria; de la “otra ciudad”, en la que viven los poderosos y soberbios. Estas obras consagran en sus páginas el dolor de los “despojos humanos” de la sociedad, y reconstruyen con una fuerza testimonial los escenarios por donde transitan las oscuras vidas de sus personajes. 
De otro lado, como ya se había advertido en páginas anteriores la jerga cotidiana que utilizan los personajes posee una carga de inconformidad e irreverencia contra el poder central. Estos relatos más que ser novelas históricas, son novelas sociales y políticas. La versión que dan de la historia es aquella que está por debajo de la versión establecida.
Acerca de El día del odio Luis Carlos Muñoz Sarmiento en su ensayo  Los días del odio: Osorio y la Sociedad de control considera que:
 
(...) Obra en la que el discurso histórico está supeditado a la expedición literaria, ajena a los condicionamientos que los hechos dictan a la historia, pues ellos no afectan a la imaginación ni al lenguaje, tampoco a lo que este tiene de aventura. Ya se dijo que se trata del viaje iniciático de un ser anónimo que no tiene que ver con el Poder, asunto carísimo a la Historia, escrita consuetudinariamente por los poderosos, esos hombres informes y faltos de vida. Si bien es una novela sobre el 9 de abril, no sobre Gaitán, lo relevante es la tragedia de aquellos desafortunados que reclaman siempre justicia, sin obtenerla jamás (...) en fin, novela política como denuncia en la lucha contra el conformismo y lo que ha sido rebajado por la desidia, la injusticia, el odio (reverso del miedo) (10).
 
Las novelas del Bogotazo le otorgan a lo histórico sus propios códigos, ya que en sus narrativas hay una resistencia a los dogmas del poder y recrean la vida de personajes anónimos presentes en el 9 de Abril. 
 
El día del odio, Viernes 9 y La calle 10 ese día es reescrito con las historias paralelas que desembocan en el suceso histórico, relatando con bastante verosimilitud la insurrección. Son una nueva versión de la Historia y sus personajes se convierten en sujetos históricos que reflejan el drama de una colectividad . 
 
En el capítulo XI de la novela El día del odio aparece retratada por el narrador la figura de quién era Jorge Eliécer Gaitán:
 
Uno de los pocos hombres que alzaban su pureza y su moral en el horizonte de la mediocridad política despertaba la confianza y la fe de las muchedumbres desamparadas. Provenía de las clases laboriosas que han sido siempre hostilizadas y despreciadas por las clases enriquecidas y su lucha asumía caracteres épicos. Tenía por programa la justicia y agitaba ese gonfalón con presagios de victoria. Su figura personal se alzaba como una amenaza contra la ignominia, contra el privilegio, contra la mentira, contra el fraude entronizados, contra la corrupción política y administrativa, contra la caducidad de los partidos cuya supervivencia sólo se lograba sobre la ingenuidad del pueblo analfabeto, embrutecido por el alcohol, abandonado a su ignorancia y a su orfandad y perseguido sin cesar. (…) Este hombre era Jorge Eliécer Gaitán (...) (139-140).
 
En el capítulo X de Viernes 9, Alfredo el comerciante burgués se sorprende ante la noticia del asesinato de Gaitán:
 
La palabra “asesinar” fue  la única que primero captó, y por algunas milésimas de segundo aún creyó que se refería a él.
 
¿Jorge Eliécer Gaitán, asesinado? ¡No podía ser! En Bogotá a nadie mataban, mucho menos a un político de la categoría de Gaitán, excandidato a la Presidencia de la República y el ídolo del pueblo.  Esto no podía ser más que una “bola” callejera (151).
 
En el capítulo V de La calle 10:
 
Los perros se peleaban el charco de sangre del cadáver de un hombre, que hundía su cara en las aguas negras de la acera. Temió reconocer su propio cadáver, asesinado por Epaminondas. Se detuvo irresoluto para observarlo. No le era del todo desconocido. Sí, era la corpulencia inconfundible de “Mamatoco”. “¡Lo han asesinado!”.  
 
Los acontecimientos históricos se convierten en textos literarios. Como lo sugiere María Cristina Pons en su libro Memorias del olvido. La novela histórica de fines del siglo XX, “la novela histórica no sólo presentaría marcas genéricas propias de ese género, sino que podría presentar rasgos característicos de otros géneros o subgéneros más amplios” (28). Las novelas del 9 de abril son novelas testimoniales que están en el campo de la novela social y política, y antes que pertenecer a alguno de estos géneros retratan la voz de aquellos habitantes que como Tránsito, sumida en la miseria y en el odio por su señora Alicia (quien la había lanzado al arroyo a que se pudriera como una basura) lanza ese 9 de abril de 1948 duras imprecaciones, producto de su desolación: –¡Ah! ¡Gran guaricha mi señora Alicia! ¡Hast’ onde m’hizo cari! (209) (...) –¡Ah, malhaya toparme pu’aquí con mi señora Alicia pa ver cómo tiene las tripas por dentro! (233).
 
En ese último e intenso capítulo de El día del odio el narrador cuenta que era conveniente limpiar la ciudad de un poco de maleantes y de pobres para que los extranjeros que asistían a la Conferencia Panamericana no descubrieran la abrumadora realidad que la circundaba:  
 
La ciudad quería ufanarse de su opulencia, como los nuevos ricos, y construía su prestigio y su fausto sobre una caudalosa falsía y sobre un deliberado encubrimiento. Había que ofrecer una momentánea fisonomía jubilosa y era preciso evitar que los pobres salieran a exhibirse por las calles centrales, reservadas para los ilustres extranjeros que visitarían la urbe con pretexto de la asamblea internacional, donde se forjarían complejas combinaciones capitalistas, precisamente en nombre del pueblo a quien se trataba de eliminar (221). 
 
Osorio Lizarazo, Gómez Dávila y Zapata Olivella se dieron a la tarea de ficcionalizar la historia de los acontecimientos del 9 de abril y cada uno focalizó en distintos aspectos, sin desconocer los testimonios reales del día de  la insurrección. 
 
Estas novelas no forman parte ni de un género ni de un periodo específico, se constituyen en un testimonio social y político, de literatura de ciudad. Hacen visible  la fragmentación social de la ciudad.  Como escribe Borges en su texto sobre Pierre Menard, autor de El Quijote: “la verdad histórica, para él, no es lo que sucedió; es lo que juzgamos que sucedió (...)”. Con el paso del tiempo estas novelas se pueden leer desde otras relecturas. 
 
“La verdad es un relato que otro cuenta. Un relato parcial, fragmentario, incierto, falso también, que debe ser ajustado con otras versiones y otras historias” (30).  Lo afirma Ricardo Piglia. Y  Hans Magnus Enzensberger escribe que no suele recordarse la historia de los historiadores, y que para el pueblo “la historia es y seguirá siendo un haz de relatos. La historia es algo que uno recuerda y puede contar una y otra vez: la repetición de un relato” (14).
 
 
 
 
 
 

Por Lida Marcela Pedraza Quinche

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