El Magazín Cultural

La confederación de las almas

Esta es la historia del protagonista del libro “Sostiene Pereira”, uno de los personajes más recordados de la literatura de Antonio Tabucchi.

Isabel-Cristina Arenas
10 de febrero de 2016 - 11:12 p. m.

Estanislao Gutiérrez escribía “lea”, en letra cursiva, en todos los lugares posibles: la ventana empolvada de un carro, un vidrio empañado, el espacio libre de un poste de la luz o el pavimento; su arma era el dedo índice o una tiza. Lo vi algunas veces hace más de quince años en Bucaramanga, cerca de la Universidad Industrial de Santander. Siempre estaba muy bien vestido y tenía un aire al Pereira que interpretó Marcello Mastronianni en Sostiene Pereira, del director Roberto Faenza y basada en el libro homónimo de Antonio Tabucchi.

“¿A usted le interesa la muerte?”, le pregunta Pereira a Monteiro Rossi, un joven con ideales políticos definidos o un amor ciego por su novia. Rossi está cansado del tema, pero acepta escribir las necrológicas para la sección cultural de El Lisboa, el periódico “apolítico e independiente en el que trabaja Pereira. Así comienza la historia de uno de los personajes más recordados de la literatura. Antonio Tabucchi (Pisa, 1943–Lisboa, 2012) hablaba del espacio privilegiado que precede al momento del sueño; era allí en donde él recibía las visitas de sus personajes y en el que tuvo lugar la de Pereira, el periodista católico que no creía, ni quería creer, en la resurrección de la carne.

La redacción cultural de El Lisboa, un cuartito pequeño y caluroso, estaba ubicada en la Rua Rodrigo da Fonseca 66, cerca de la Alexandre Herculano. Era agosto de 1938, la dictadura de António de Oliveira Salazar en Portugal había comenzado hacía seis años, y España estaba en plena Guerra Civil. Un poco más lejos, Hitler y Mussolini al mando, y la Segunda Guerra Mundial a punto de estallar. Los periódicos internacionales llegaban a Lisboa con dos días de retraso y los diarios nacionales hablaban de una exposición cualquiera inaugurada por el gobierno y no sobre civiles muertos o violación de derechos. Las cortinas de humo que existen en todas partes.

Con la película En la ciudad blanca (1983) del director suizo Alain Tanner se puede hacer un recorrido, a ratos selfie-movie, por las empinadas calles de Lisboa. El actor Bruno Ganz, reconocido por interpretar a Hitler en El hundimiento (2004), es quien camina por la ciudad después de bajarse de un barco. Esas mismas calles empinadas no eran un impedimento para que Pereira, quien sufría del corazón, saliera de su casa en el 22 de la Rua da Saudade y tomara el tranvía hasta llegar al Café Orquídea. Si salía de su oficina podía ir a pie. Allí el mesero, Manuel, le contaba las noticias del mundo y el periodista comía su tradicional omelette a las finas hierbas y limonada.

Pereira se excusaba, para no expresar su opinión, en que él sólo era el director de una página cultural. Sin embargo, este periodista decidió, digamos, cambiar de alma, y darle prioridad a ciertas ideas políticas que no lo dejaban en paz desde que había conocido a Monteiro Rossi. Por otra parte, Antonio Tabucchi nunca guardó silencio y siempre fue muy crítico con su país de origen. "Los mercados europeos han 'despedido' a Silvio Berlusconi. Es un alivio saber a un monstruo semejante apartado de la vida pública", dijo en su último artículo en El País de España. Vivió la mayor parte de su vida en Lisboa y llegó a escribir un libro directamente en portugués, Requiem, que cuenta la vida de un hombre muerto que camina por la ciudad y se reencuentra con personas importantes de su pasado, obra también adaptada al cine por Alain Tanner en 1998.

Pereira creía firmemente que las razones del alma eran las más importantes y con esta base se estableció la relación padre-hijo, periodista-aprendiz que tuvo con Monteiro Rossi. Escribió lo que creía necesario para serle fiel a esta nueva alma. Mientras tanto, Estanislao Gutiérrez seguía escribiendo una y otra vez la misma palabra que borraba la lluvia, el viento o algún transeúnte que no diera importancia a su mensaje. El señor Gutiérrez ya debió haber fallecido, así como Mastronianni y como Tabucchi. De estos dos últimos se puede encontrar información en Internet; del “lea” escrito en letra cursiva solo queda el recuerdo en quienes lo vimos. Ojalá alguien le hubiera tomado una fotografía a su, espero no, efímera revolución.

Por Isabel-Cristina Arenas

 

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