El Magazín Cultural
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"La literatura entabla diálogos"

Irene Vasco, autora de 25 libros para niños y jóvenes, cuenta su experiencia como escritora y habla sobre 'Mambrú perdió la guerra', uno de sus trabajos más recientes.

Juan David Torres Duarte
05 de septiembre de 2013 - 10:38 a. m.
Irene Vasco. /Tomada de Internet
Irene Vasco. /Tomada de Internet

Hija de Gustavo Vasco, cofundador de la revista Mito, y Silvia Moscovitz, Irene Vasco ya cuenta 25 años escribiendo literatura para niños. Un cuarto de siglo atrás, también, fundó la Librería Espantapájaros, uno de los centros de iniciación para muchos escritores de ese género. Además de su trabajo literario, Vasco se ha desempeñado como tallerista en varias zonas del país, donde ha conocido historias sobre el modo en que las personas leen y atrapan su entorno a través de los libros. ‘Mambrú perdió la guerra’, publicada por la editorial del Fondo de Cultura Económica en 2012, es el retrato de un niño en plena guerra. Sobre este y otros asuntos habló con El Espectador en su casa.

Hay un buen trabajo en la construcción del personaje de ‘Mambrú perdió la guerra’, Emiliano, un niño de trece años. ¿Qué propósito tenía con ese personaje? ¿Cómo lo construyó?

Es un pregunta dificilísima. No tengo un propósito. Solo necesito contar historias. Hay una historia que me da vueltas n la cabeza y cuando la tengo más o menos armada, el personaje comienza a hablar solito. Yo siempre quiero escribir libro en tercera persona. Pero los personajes comienzan a escribir el libro, solitos. Y finalmente todo es en primera persona. Quizá yo me conecto de alguna manera con algunos de los niños para los que estoy escribiendo. Cuando escribo, necesito un interlocutor ideal para contarle la historia. Pero es el personaje el que se conecta no yo. Y comienzan a contarse esa historia. Lo que yo hago es ponerme al servicio de la historia.


Como un intermediador…

Exacto. Y duro mucho tiempo en eso. No puedo escribir rápido o que me digan: “Mande un cuento porque estamos haciendo un antología sobre los niños y el espacio”. Puedo pensar tres años y no se me ocurre nada. Pero cuando algo me marca… puede durar cinco años, y es el personaje el que sale a contar la historia.

La voz de ese personaje es muy madura. No tiene juicios ingenuos, sino que da cuenta de su mundo de una forma muy madura. ¿Usted cree que la literatura infantil debería mostrar seres un poco más razonables?

Este es un niño de trece años. Mis nietos se interesan por las noticias, intervienen en las discusiones. Creo que en este mundo contemporáneo, viven con una madurez que hace 60 años no había. Los niños comíamos en la cocina, no interveníamos en nada, nada nos interesaba, nos trataban como chiquitos. Pero ahora un niño de trece años que no esté conectado, no me lo imagino.


De hecho el personaje tiene ese mismo afán…

Sí, y si no tiene internet y celular y su computador… Cualquier niño urbano vive eso. Si tú vas a los barrios, a las comunas, los niños también tienen su celular. Eso es muy democrático. Y todos quieren estar conectados.


El libro también está atravesado por el conflicto interno. También en ‘No comas renacuajos’, de Francisco Montaña Ibáñez, se toca el tema. ¿La literatura infantil ha cambiado para mostrar el entorno que rodea a los niños?

Sí. Salimos de la literatura infantil que estaba relacionada con mitos y leyendas, que estuvo hasta los años sesenta, setenta. Primero la revista Chachito y etcétera, luego las leyendas y mitos. Y a principios de los ochenta, la literatura infantil se movió a temas urbanos, más fuertes, como en el resto del mundo. Los autores que nacimos en esa época como autores también tuvimos mejores lecturas. Llegaron libros de autores europeos que nos golpeaban. Antes todo era tan local, tan pequeñito. Voy a decir algo muy egocéntrico. Yo tuve la librería infantil Espantapájaros, que cumpliría 25 años si no hubiera quebrado. Eso nos sirvió mucho a todos, porque nos nutrimos: Yolanda Reyes, Triunfo Arciniegas, llegaban los escritores y podíamos leer todo eso que llegaba, con temas que no imaginábamos en la literatura infantil.

Tal vez algunas personas piensen que el conflicto no sea un tema adecuado para los niños. ¿La literatura serviría para mostrar ese mundo que parece sólo de los adultos?

Pero es que los niños están en la guerra. Los niños la viven. Puede que muchos no vivan las bombas y las minas en su cuerpo, pero todo el tiempo están yendo los noticieros, están oyendo del paro y no hay colegio porque los campesinos están peleando por sus derechos. Nada es ajeno a ellos. Y ellos quieren saber. Y la literatura es una muy buena manera de entablar diálogos, de iniciar conversaciones más simbólicas sobre la vida y la muerte, la violencia y la paz, la libertad y el secuestro.

Muchos de estos libros son de iniciación, tanto para niños y jóvenes. ¿Qué trabaja cuando hace un libro para niños y otro para jóvenes?

Para comenzar, la historia ya marca. Los conflictos y los desgarramientos de los niños. En el caso de Mambrú, no podía contar esa historia en un volumen corto. Necesitaba un libro donde pudiera desarrollar la historia y un lenguaje más grande. La historia misma se encargó de decirme para qué da. Hay libros como ‘Jero Carapálida’, que es un libro para niños de ocho o nueve años, que se identifican con las situaciones familiares. Cada libro tiene su manera de ser contado. Siempre estoy intentado escribir historias —dice, mostrando un cuaderno de notas—. Aquí comienzo y hay historias que se quedan en la mitad, de repente cambio de personajes y las abandono. Pero siempre estoy tratando de que la historia avance.


¿Cómo es su proceso de escritura entonces?

Depende. Hay libros de los que tengo la escaleta perfecta y sigo paso a paso. Por ejemplo éste —dice, mostrando de nuevo el cuaderno con algunas anotaciones—: tengo todo el resumen del libro y sé qué va a pasar en cada capítulo. Y de repente la historia se paraliza y no va para ningún lado. Ahí paró, pero la otra —señala una nueva página— era una historia que tenía urgente para contar. Y ya es un manuscrito que está en revisión. No era el que yo quería escribir. El que tengo listo en la cabeza, es el que no sale.

Buena parte de estos libros tienen ilustraciones, ¿qué papel cumple ese elemento en su trabajo?

Es indispensable. Los niños, los más chiquitos, aún no leen letras, se les leen los cuentos, pero están leyendo las imágenes. Tienen que ser imágenes de buena calidad, que vayan más allá de lo que las palabras están diciendo, que sean una puerta de entrada al arte, la estética.

Por Juan David Torres Duarte

 

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