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Liturgia de Álvarez Gardeazábal

La obra trata sobre los distintos tabúes en la vida sexual de los clérigos.

Ángel Castaño Guzmán
11 de febrero de 2014 - 11:05 a. m.
El escritor vallecaucano Gustavo Álvarez Gardeazábal presentó su más reciente novela, ‘La misa ha terminado’.  / Archivo El Espectador
El escritor vallecaucano Gustavo Álvarez Gardeazábal presentó su más reciente novela, ‘La misa ha terminado’. / Archivo El Espectador

Héctor Abad, en una andanada rara vez vista en la prensa nacional, le recomendó dejar el periodismo radial para dedicarse de nuevo a las ficciones. No necesitó Gustavo Álvarez Gardeazábal —llamado por casi todo el mundo por el apellido materno— los consejos del antioqueño. Conoce bien las posibilidades estéticas de la novela, no en vano es uno de los mejores narradores colombianos de largo aliento nacidos a mediados de los cuarenta. La boba y el buda, El divino, Los míos, confirman el talento del nieto de don Marcial Gardeazábal, el librero de Tuluá en tiempos del Cóndor, a la sazón un pueblo de diez mil habitantes, de los cuales apenas mil sabían leer. La misa ha terminado, el más reciente volumen del vallecaucano, amén de ajustarse a la perfección en el corpus novelístico de G.A.G., hasta el punto de tener claros vasos comunicantes con el resto de su obra, hace parte del cada vez más amplio conjunto de libros relacionados con los asuntos homosexuales. Un repaso rápido de dicho listado trae a la memoria los nombres de Bernardo Arias Trujillo, apenas ahora descubierto por los editores capitalinos: Néstor Gustavo Díaz, Fernando Molano, a quien está dedicada la novela en comento; Alonso Sánchez Baute, John Better e Ignacio Lleras. (Lea: "Escribí esta novela para poder morir tranquilo")

En 1978, la editorial Plaza y Janés publicó Manual de crítica literaria, opúsculo en el cual G.A.G. pretende alejar a los estudiantes de las confusas teorías de las escuelas de análisis textual y, al tiempo, acercarlos a los elementos básicos de los géneros literarios. En cada apartado el autor, entonces docente de la Universidad del Valle, alaba la amplia naturaleza de la novela: en ella todos los procedimientos sirven, siempre y cuando se usen con destreza. Leer La misa ha terminado sin perder de vista las apreciaciones conceptuales del manual es un ejercicio provechoso. Presentada en capítulos cortos, estructura ya utilizada en El divino, la novela enfrenta el tabú de la vida sexual de los clérigos. Los hay de todo tipo: Martín Ramírez, el insaciable; Casimiro Rangel, el calculador; Rogelio Briceño, el enamorado, y Antonio Viazzo, probable trasunto de Jorge Mario Bergoglio. Ellos protagonizan una historia salpicada de semen, sangre y agua bendita. Cada tanto el narrador transcribe las cartas enviadas por el presbítero Efraín. Preocupado por la bancarrota moral, el sacerdote intenta disuadirlo de continuar con la escritura de la novela. Además, el autor intercala comentarios sobre la utilidad del trabajo novelístico y los estragos de la generación del pulgar.

La quimérica visita de Benedicto XVI al Santuario del Milagroso de Buga une para siempre los destinos de los personajes, tal como sucediera con la de Mauro Quintero a Ricaurte con motivo de la fiesta del Divino Ecce Homo. Las similitudes con El divino no terminan ahí: el erotismo transgresor de ambas alcanza el cenit con dos desequilibrados. Troilo, uno de los 39 bobos del minúsculo poblado del piedemonte vallecaucano, con una mano se masturba mientras con la otra se introduce en el culo la imagen de San Nicolás de Tolentino. La madre de Martín Ramírez confunde los síncopes salaces del flacuchento niño con éxtasis religiosos. El suicidio del hijo de Cipriano, en El divino, y los de Ramírez, Briceño y Rangel, en La misa ha terminado, cierran las tramas. Un lenguaje cercano al desparpajo oral, equidistante del empleado por las señoras en sus largas sesiones de costura y por los amigotes de la cantina, potencia el ritmo de los dos relatos.

Acaso G.A.G. sea el mejor novelista vivo del Valle del Cauca, al menos eso se colige de una entrevista suya para El Colombiano. No lo sé. Si el método para conceder semejante laurel es similar al de la FIFA para entregar el Balón de Oro, quizá sí lo sea. En el fondo, no importa. Importan, y mucho, los aciertos de su periplo literario: La misa ha terminado es uno. No es un ajuste de cuentas con el catolicismo, así el autor lo insinúe en distintos momentos. Es una buena novela, no magistral; no tiene la obligación de ser cosa distinta.

 

Por Ángel Castaño Guzmán

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