El Magazín Cultural

Llámame “Rara Avis”

Con 96 años recién cumplidos, Iris Apfel sigue siendo una de las mujeres con más estilo de Nueva York y la extraña criatura que desafía la obsesión de los diseñadores por la eterna juventud.

SORAYDA PEGUERO ISAAC
19 de septiembre de 2017 - 02:00 a. m.
/ Ilustración: La Ché
/ Ilustración: La Ché

Rara avis: rara ave, ave extraña. Persona o cosa excepcional o difícil de encontrar.

Iris Apfel nunca se ha sentido bonita. Pero piensa: ¿Para qué quiero ser bonita si puedo ser interesante? Sabe que tiene algo que la distingue de toda esa gente que camina por las calles de Nueva York vestida de negro y con los mismos modelos de ropa. Ella los ve pasar. Con las gafas encajadas en el puente de su gran nariz. Suspira, y exclama para sí misma: ¡Qué aburrimiento!

Hay un sonido que se adelanta siempre a su llegada. Son sus pulseras, que resuenan como maracas agitadas sin querer. Puede llevar más de una veintena de ellas, hasta los codos, y una cantidad de collares difícil de precisar a simple vista. Una boa de plumas, sus descomunales gafas redondas, unos zapatos bajos diseñados por ella misma, un bolso de piel de cordero mongol teñida de fucsia, una chaqueta pintada a mano por Versace, un anillo con forma de cocodrilo que compró por cuatro dólares. Y su bastón. Y los labios pintados de rojo sangre.

A los 84 años se convirtió en un ícono de la moda, en la rara avis de Nueva York. Todo empezó en el 2005, cuando un amigo de Harold Koda —exconservador del Costume Institute del Museo Metropolitano de Arte de Nueva York— le habló de una mujer que tenía una colección de bisutería de alta costura que dejaría a cualquiera sin aliento. Una dama octogenaria a la que había que mirar más de una vez. Lo que vino después fue una exposición en el Museo Metropolitano: Iris Apfel: Rara Avis. Ochenta combinaciones de ropa y accesorios de Apfel presentados al público como obras de arte: tal y como ella los llevaría.

Después de cinco meses en Nueva York, la exposición Rara Avis viajó por otros museos de Estados Unidos. Su protagonista observaba lo que pasaba a su alrededor con real asombro, con ese gesto de niña pilla que la separación de sus incisivos superiores le da a su sonrisa. Estaba en las portadas de las principales revistas de moda. La firma de cosméticos MAC se fijó en ella para una de sus campañas publicitarias y varios programas de televisión le pedían entrevistas. Su teléfono no paraba de sonar. Ella les decía a todos que no sabía a qué venía semejante revuelo: “Me he vestido así durante los últimos 70 años”.

La única hija de Samuel y Sadye Barrel nació el verano de 1921 en el condado de Queens, Nueva York. Durante la Gran Depresión —la crisis económica que empezó en Estados Unidos en 1929— el señor y la señora Barrel tuvieron que trabajar duro, así que la pequeña Iris asumió algunas responsabilidades. Aprendió a moverse sola por las calles de Nueva York y a gastar el dinero con pericia. A los 11 años hizo su primera inversión: un broche que compró en una pequeña tienda de Greenwich Village por 65 centavos de dólar. Unos años más tarde, Apfel cultivó su afición por los museos y los libros. Estudió historia del arte en la Universidad de Nueva York y en la Escuela de Arte de la Universidad de Wisconsin, trabajó en la revista de moda Women’s Wear Daily y se dejó contaminar por el teatro y el cine. Así refinó un talento que sabría aprovechar más adelante, cuando ella y Carl Apfel —su difunto esposo— crearon Old World Weavers, una fábrica de textiles que prestaba sus servicios de decoración a estrellas de Hollywood y que restauró los tapices de la Casa Blanca durante nueve administraciones.

Si siguiera las tendencias marcadas por las revistas, si hiciera caso a las listas que establecen lo que está de moda y lo que no, si se hubiera ahorrado el tiempo de conocerse a sí misma para aprender a elegir, entre todo lo bello, lo que realmente la atrae, hace años que Iris Apfel hubiera podido sentarse en una butaca de su apartamento neoyorquino a tomar una taza de té tras otra y saborear los placeres de una vejez apacible. Pero sin esa especie de búsqueda incesante y antropológica, en la que no escucha otra voz que la de su instinto, tendría la apariencia de una mujer común, y parecer una mujer común jamás ha figurado en sus planes.

El escritor y fotógrafo Eric Boman editó un libro sobre Apfel que se publicó en el 2007. Rare Bird of Fashion: The Irreverent Iris Apfel —así se titula— incluye más de 150 fotografías y un ensayo en el que Apfel esboza su propia definición de estilo: “El estilo es casi imposible de definir, pero lo voy a intentar. Como el carisma, sólo lo reconoces cuando lo ves. No muchos lo poseen y, a diferencia de la moda, no se puede comprar”.

Iris Apfel tiene 96 años y no es la abuela de nadie. Existen muchas maneras de darse con un canto en los dientes. Para Apfel, creer que se puede tener todo en la vida es una de ellas. No tuvo hijos. Viajó por el mundo, decoró casas y compró muchas cosas. Su apartamento en Palm Beach, Florida, es un batiburrillo de objetos inconexos: artesanías de todos los continentes, un ejército de soldados de Navidad, exquisitos muebles europeos y una abundante fauna ornamental de variados colores y tamaños.

“Me gusta improvisar. Siempre pienso que me gusta hacer cosas. Como si estuviera tocando jazz. Pruébate esto, pruébate aquello”. Con estas palabras transcurren los primeros minutos de Iris, el último documental dirigido por Albert Maysles (1926-2015). El fotógrafo y documentalista, director de las películas Grey Gardens y Orson Welles en España, decía que admiraba la autenticidad de Apfel, su manera de invertir el tiempo necesario para remarcar su estilo y su sentido del humor.

“La espontaneidad de Apfel no debe confundirse con falta de sofisticación. Su legado será demostrar que se puede ser un inconforme sin estar ceñido a un dogma”, ha dicho Gene Lakin, diseñador de moda y profesor de la escuela de arte y diseño Parsons. En la Universidad de Texas —donde fue nombrada profesora visitante de la Facultad de Textil y Confección en 2011— dicen que Apfel es capaz de abrir puertas que ni los ejecutivos de la industria de la moda pueden abrir. Un día le preguntó al diseñador Tommy Hilfiger por qué en el mercado hay una escasez de prendas de vestir para las mujeres mayores. Apfel, que ha sido muy crítica con la predilección que muestra la industria de la moda por la juventud, y con las señoras que se esfuerzan por parecer hasta dos décadas más jóvenes, dice que para ella las arrugas son como insignias de valor.

La noche es joven. Apfel camina por la alfombra roja de los Óscar de la moda: los Premios CFDA (2011). La cámara que graba el documental sobre su vida la sigue a todas partes. Lleva una chaqueta verde pistacho con mangas bombachas, pantalón negro, su flequillo de pelo blanco peinado hacia un lado, seis collares finos y una enorme y deslumbrante cruz colgando del cuello. Catorce pulseras en el brazo derecho y 10 en el izquierdo. Se acerca a Bill Cunningham —célebre fotógrafo de moda, ya fallecido— y le susurra: “Quiero que vengas a cenar”. Más tarde subirá al escenario para entregar el premio al mejor diseñador de complementos. “Te ves tan bien esta noche”, le dirá el rapero Kanye West, tras bambalinas. Ella, con la emoción contenida de una adolescente, ruborizada, le dirá que es una gran admiradora suya.

Por SORAYDA PEGUERO ISAAC

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