El Magazín Cultural

Los jabones de la esperanza

El ugandés Derreck Kayongo estuvo en Medellín contando su vida y demostró que las pequeñas ideas pueden transformar el mundo.

Catalina González Navarro
13 de diciembre de 2014 - 02:33 a. m.
Derreck Kayongo fundador de Global Soap Project estuvo en Medellín.   / Luis Benavides
Derreck Kayongo fundador de Global Soap Project estuvo en Medellín. / Luis Benavides

“Yo nací en Uganda, allí estuve durante toda mi infancia. Mi padre es un hombre callado que se esmera en su trabajo, mi mamá una mujer elegante. Los dos nos formaron en una época en la que no se podía salir después de las 6 de la tarde, por seguridad. Durante la dictadura de Idi Amin Dada una tarde hombres con armas AK 47 llegaron a sacarnos, hubo una masacre y nos fuimos”. Así comenzó su charla en Medellín Derreck Kayongo, el africano que con una pequeña idea está transformando el mundo.

Es un hombre de 44 años, alto y delgado, con una sonrisa grande y dientes blancos, sólo come una vez al día y procura que no se desperdicie nada de lo que está en la mesa. Es padre de un adolescente de 14 que juega básquetbol y toca piano, y de una niña de 9 fanática de Miley Cyrus. El mismo que en 2011 fue galardonado como héroe CNN, en una ceremonia con alfombra roja. Como si fuera una estrella del cine o de música fue reconocido por su actividad de transformación, cambio, salubridad y educación en poblaciones marginadas.

Con tan solo 10 años este africano llegó a un campo de refugiados en Kenia, en medio del miedo, estando desterrado. Sin un hogar fijo vio cómo sufrían las madres y los niños por las condiciones de higiene y salubridad, lo que desembocaba en enfermedades, como fiebre y diarrea, que al no ser tratadas a tiempo podían tener un trágico desenlace. "Es difícil construir una vida en estos espacios, pero sirve para construir el carácter y desarrollar el coraje", dice enfático.

Obtuvo una beca, viajó a Estados Unidos a estudiar economía, Derecho y Diplomacia. En su primera visita a norte américa nació esa nueva idea, la que hoy lo hace ser un héroe CNN. En el hotel en que se hospedó todos los días le traían un jabón nuevo. Preguntó qué hacían con el antiguo y la respuesta es que lo tiraban a la basura. “Yo estaba muy sorprendido y decepcionado, esa tarde lloré mucho", recuerda Kayongo.

Hizo una investigación y encontró que en sólo los hoteles de Estados Unidos desechan al menos dos millones de pastillas de jabón parcialmente usado cada día. Y que el promedio anual de barras tiradas a la basura era de 800 millones que sólo habían sido usadas parcialmente. Esta estadística lo llevó a iniciar la organización 'Global Soap Project'.

Se quedó a vivir en Atlanta, Estados Unidos, y desde allá se encarga de coordinar todo el proceso que consiste en recolectar las pastillas de jabón desechadas y donadas por los hoteles, las reciclan y posteriormente en su fábrica, a la que asisten voluntarios se cortan en pequeñas piezas que se envían a Cincinnati. Allá les realizan pruebas de salubridad para comprobar que los nuevos pedazos de jabón estén limpios y en buen estado, luego se empacan en cajas, que llevan las instrucciones de uso y se envían en un container a los refugios.

Kayonga ha ido a entregar los jabones directamente, y por eso con una gran energía demuestra ante su auditorio la felicidad con la que los africanos reciben un regalo. Sin importar que sea, bailan y gritan de la emoción y en algunos casos, varias mujeres le han pedido matrimonio por recibir esto que para ellos es tan importante y escaso, el equipo de 'Global Soap Project', se encarga de enseñarles a pequeños y grandes cómo usar el jabón, y la importancia de lavarse las manos. "Así podemos ayudar a mitigar el número de muertes que se producen cada año en el mundo debido al mal el saneamiento y la mala higiene" dice Derreck, y es que según UNICEF más de dos millones de niños mueren cada año por la falta de higiene y sanidad.

Vestido con un traje gris, una corbata de colores y un pañuelo en el bolsillo izquierdo de su chaqueta, Derreck Kayongo animó a los asistentes de su conferencia en la sede principal de Bancolombia en Medellín, a cantar una canción africana. Al unísono, todos repetían sin saber lo que decían "en mi corazón recibo paz". Ese fue el mensaje del africano que alterna sus días en el reciclaje de jabón con sus charlas en todo el mundo.

En su mente ya está planeada su próxima idea. Reciclar el shampoo y las lociones de los hoteles, ha hablado con científicos pues su objetivo es que los residuos se utilicen para lavar pisos y alfombras y limpiar vidrios, y de esta manera obtener recursos para proveer de shampoo a las comunidades que lo necesitan.

De esta manera es como Derreck Kayongo invita a los colombianos a ser parte del proceso, para entender el valor de la vida y crear una paz sostenible en la que se beneficie a la población a través de las habilidades y talentos de cada persona.

Atrás quedó su corbata. Vistiendo de manera jovial salió a recorrer la capital antioqueña, advirtiendo que quería conocer las raíces típicas y comprar algo de la cultura colombiana. Pues en su casa en Atlanta tiene una habitación con recuerdos de cada uno de los países que visita. Señalando en su dedo meñique derecho un anillo plateado en forma de un puma, que compró hace un par de meses en su visita a Ecuador. Pidió conseguir joyería parecida de acá. En las calles del centro de Medellín compró un anillo para él y otro para su esposa, Sara. Comió solteritas, unas galletas típicas y aunque le teme a las alturas, se decidió a subir al metro cable de la comuna 13. Al escuchar el sonido del río recordó un poco su tierra. Enseguida cuestionó a los habitantes de la zona por este medio de transporte y la optimización de tiempo para llegar a sus hogares, para este africano era increíble la cantidad que ahorraban gracias a este medio. Y luego se dejó deslumbrar por la decoración navideña de la ciudad. Mientras recorría el río y era observado por chicos y grandes dijo, "la gente me mira y se da cuenta que no soy de acá". Kayongo partió y en unas semanas estará en Japón hablando de esa pequeña necesidad que hay en los refugios y a la que dedica sus días, aunque tiene claro, que cuando cumpla 50 años, se retirará para dedicarle tiempo a su familia.

 

 

 

Cgonzalez@elespectador.com

Por Catalina González Navarro

 

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