El Magazín Cultural
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Los límites de la alegría

Acostumbrados como estamos a los lugares icónicos: a la torre Eiffel, al Central Park, a Machu Picchu.

Gabriel Mejía
21 de marzo de 2013 - 09:40 p. m.

Tan seguros de lo que vamos a ver en las fotos de los viajantes aún sin haber siquiera estado cerca de esos lugares; tan turistas que todos nos hemos convertido con los teléfonos inteligentes, tan seguros de las posiciones y los movimientos. Como un GPS anquilosamos las mitologías del viaje, las convertimos en otro Disney, en otra escenografía de cualquier lugar. Damos por sentado que el viajero es feliz en esos sitios. Sin embargo, la felicidad parece no estar en esos lugares comunes de ensueño, la felicidad, como nos lo muestra Kevin Mancera, ni siquiera está en los lugares que ostentan ese nombre. La felicidad tal vez reside en poder escapar, en desaparecer y producir desde la desaparición nuevas arquitecturas de esos lugares. El mecanismo es sencillo: la experiencia vital del viaje, la esquizofrenia.

Por eso no es raro ver en las fotografías de Kevin lugares desolados, alejados del común denominador del viaje turístico lleno de aventuras y estructuras llamativas. Tampoco nos encontramos con la linealidad narrativa de un diario de viaje cuando vemos sus siete libretas de dibujo. Por el contrario nos enfrentamos a una narrativa dispar, a una especie de collage de vivencias sin un orden establecido. Al lado de una frase de Martí, el revolucionario por excelencia, hay dos arcos de metal que parecen culebras, una frase en la pared, una bicicleta. Todo aquello conforma un nuevo espacio con nuevas normas de recorrido, insospechado a los ojos de un turista promedio, insólito también para aquellos que nos quedamos y que tal vez llenos de clichés esperamos ver el ícono más que la experiencia.

La de Kevin Mancera es entonces una nueva mitología del viaje. Eso que reconstruimos desde la lejanía y de lo que no tenemos certeza; las claves y acertijos que el viajero nos envía desde ese otro tiempo en el que está sumergido. Para comprender ese tiempo tenemos que dislocarnos, reinventar y reconstruir con la fantasía; tal vez no hay otro camino cuando se trata de un rompecabezas tan complejo donde las fichas no cazan del todo. Como el viajero, no comprendemos del todo y tampoco nos interesa, nos damos la oportunidad por un momento de habitar.

No creo que Kevin haya encontrado la felicidad, lo que sí logró fue desaparecer, huir por un momento y entrar en el tiempo del viajero, porque como me dijo un día en su cuartico de dibujo: lo importante es el viaje, lo demás son sólo excusas.

Por Gabriel Mejía

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