El Magazín Cultural

Los sacudones de las crisis

En su paso por Cartagena, el autor de ‘Ética para Amador’ habla de la urgencia de que los jóvenes vuelvan a querer ser buenos políticos.

Angélica Gallón Salazar / Cartagena /
25 de enero de 2013 - 06:00 p. m.
Fernando Savater asegura que los humanos pueden recibir información por medio de un libro, pero no aprender a vivir a través de él.   / Joaquín Sarmiento
Fernando Savater asegura que los humanos pueden recibir información por medio de un libro, pero no aprender a vivir a través de él. / Joaquín Sarmiento

Fernando Savater fue educado durante la dictadura española, pero ha dedicado toda su vida a enseñarnos a vivir en democracia. Su libro Ética para amador, escrito hace veinte años, sigue siendo una referencia obligada en las escuelas porque, cree él, “trata sobre las necesidades humanas, la necesidad de reflexionar sobre nuestro mundo, sin estar ligado a ninguna pregunta del momento”. En su paso por el Hay Festival de Cartagena habló de cómo esta sociedad no necesita a los jóvenes apolíticos, ni antipolíticos, sino a una conciencia política joven.

¿Qué reflexiones empiezan a emerger de estos tiempos de crisis económica y política?

¿Recuerdas esas películas de catástrofes de los 70, Terremoto, Tiburón, en las que uno iba viendo a los personajes convertirse, unos en canallas y otros en gente heroica? Eso mismo ha pasado en el mundo. La crisis ha hecho emerger una gran muestra de solidaridad, porque en España, como en muchos otros países, funciona la ONG fundamental de esta sociedad: la familia, y por eso, porque esa estructura ha logrado resistir, no ha habido un estallido social mayor con seis millones de parados. Lo que temo es que esa estructura ya no va a soportar más. Pero también creo que lo que se ha decantado fue nuestra falta de autocrítica. Hemos visto a los políticos que hicieron negocios fabulosos mientras los países rodaban cuesta abajo, pero los ciudadanos tampoco fuimos capaces de resistirnos, de pensar por qué momento social y económico estábamos pasando. Hace seis años todos creían que eran millonarios, hipotecaban la casa para pagar la primera comunión de la niña y ponían en la tarjeta toda la deuda de las vacaciones, y ahora, sólo cuando todo anda mal, cuando ya es tarde, nos volvemos críticos.

Es que quizá la apatía por los políticos terminó por conquistarnos a todos...

Hace unos años, cuando viajaba por España, en las escuelas me encontraba que todo los jóvenes eran apolíticos, no les interesaba qué pasaba en los asuntos públicos, estaban sumidos en una inmensa apatía. Pero con la llegada de las crisis económicas y políticas vimos emerger entonces a unos jóvenes antipolíticos que salieron a pararse en frente de las casas de gobiernos a protestar contra sus mandatarios, y cuando veía esto pensaba: no necesitamos ni los apolíticos, ni los antipolíticos, necesitamos una conciencia política, necesitamos que los jóvenes derroquen ese triunfo de la corrupción y de la desesperanza que los apartó de sus deseos de pensar en la política. Necesitamos que los jóvenes quieran ser buenos políticos. Es que tienen que darse cuenta de que ellos no tienen por qué confiar en los políticos, pero no pueden seguir desconfiando de la política. Lo que pasa es que la virtud política más difícil es la paciencia, no se consigue nada con el arrebato, todos podemos salir un día, hacer bulla y marchar, pero quién está dispuesto a perseguir un proyecto y trabajar en él un año y medio o dos. Las protestas sin propuestas no son nada, no resuelven nada. Todos tenemos un rol político en una democracia. No hay algo así como la casta de los políticos y la de los ciudadanos. Los sistemas políticos son lo que los ciudadanos hemos dejado que sea; si el sistema político es malo, peores somos nosotros que no los transformamos.

¿Hay alguna manera para que los ciudadanos dejemos de comportarnos como meros consumidores?

De esa idea se empieza a sacudir la gente justamente con la crisis. Antes la gente decía, a mi déjeme mi tarjeta de crédito e ir a supermercados y no me venga con más problemas que si el liberalismo o el marxismo. De ese letargo, la gente empieza a despertarse. Hay dos modelos tradicionales de ciudadanía: el griego y el romano. Los griegos tenían una idea de la obligación política, el que no se metía en política era el idiota, el que creía que podía vivir para sí mismo. Luego, está la ciudadanía a la romana: los romanos tenían derechos, el derecho al pan y al circo, que es a la final una incipiente sociedad de consumo. Lo que no tenían era el derecho a participar en el Gobierno, no tenían derecho a la política. Poco a poco, en la modernidad hemos pasado de la ciudadanía a la manera de los griegos, que daba pocos regalos y exigía muchos esfuerzos, a la ciudadanía a la romana, que te daba de todo y no te pedía que te estuvieras preocupando por lo público. Ahora nos damos cuenta de que, desde luego, los griegos no estaban tan descabellados.

Internet convoca, pero sigue siendo la plaza pública el lugar de reunión. ¿Los escenarios donde se juega lo político siguen siendo los mismos?

La educación, al igual que el amor, se hace cuerpo a cuerpo. Tú no puedes aprender a vivir por otra persona, puedes recibir información por medio de un libro, pero no aprender a vivir. La plaza sigue siendo importante porque sigue siendo indispensable que las personas se reúnan. Tú podrás conseguir un amor por internet, pero tarde o temprano tendrás que ir a conocerlo.

Por Angélica Gallón Salazar / Cartagena /

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