El Magazín Cultural

Macondo versus Yoknapatawpha

La idea del nobel de crear un pueblo ficticio donde se desarrollaban sus historias provino, fundamentalmente, del escritor William Faulkner.

Susana Noguera Montoya
19 de octubre de 2015 - 02:00 a. m.
El Henry Ransom Center de la Universidad de Texas compró 43 álbumes de fotos de Gabriel García Márquez. / Archivo
El Henry Ransom Center de la Universidad de Texas compró 43 álbumes de fotos de Gabriel García Márquez. / Archivo

Si el coronel Aureliano Buendía hubiera desafiado a un duelo a Thomas Sutpen ciertamente no hubiera vivido para criar a sus cuatro hijos y doce nietos, bisnietos y tataranietos. Aun haciendo uso de su escudo de popularidad y su lanza de realismo mágico, el viejo macondiano no tiene chance ante las innovadoras armas del coronel Sutpen.

Yoknapatawpha es una palabra que, según William Faulkner, significa “río que corre lentamente por superficie plana”. El condado de ese nombre existe desde que el escritor estadounidense lo creó y puso en él 6.298 blancos y 9.315 negros. Ni uno más, ni uno menos. Es una típica ciudad sureña de 1860, en la que el esclavismo está bien visto y se vive a partir de las plantaciones de algodón.

Los Sutpen son la más adinerada y renombrada de las familias. Sus plantaciones quedan al noroeste del condado. Las tierras de las demás se pueden encontrar en las otras tres esquinas: la de los Grenier en el sureste, la de los McCaslin en el noreste, la de los Compson y la de los Sartoris en las proximidades de la capital del condado, Jefferson.

En el libro ¡Absalón, Absalón! hay un mapa del condado que queda al noroeste del Misisipi. Bajo el mapa hay una inscripción: “William Faulkner, único dueño y propietario”. Esa innovación fue una de las cosas que lo hicieron merecedor del Premio Nobel de Literatura en 1949.

Tanto idolatramos a Gabriel García Márquez que ni nos atrevemos a cuestionar sus escritos. Pero ¿de dónde se inspiró el nobel para crear Macondo? ¿Cuáles son los aportes innovadores de su obra? ¿Es el realismo mágico un concepto propio del autor? Para responder a estas preguntas tenemos que dar un paso atrás y ver sus escritos desde un punto de vista global.

Corrían los 40 en Cuba. Un periodista llamado Alejo Carpentier hizo un viaje a Francia para hablar con los surrealistas, el movimiento que había estado de moda desde los años 20. El surrealismo era “un dictado del pensamiento, sin la intervención reguladora de la razón, ajeno a toda preocupación estética o moral” (André Breton, 1928). Para Carpentier esto fue un completo fiasco. ¿Para qué tenía que inventarse mundos fantásticos cuando venía de un continente donde el dictador boliviano Melgarejo había puesto a su caballo a decidir cuánta tierra les regalaría a los brasileños y donde se decía que, en los pueblos cercanos al río Amazonas, los delfines rosados se convertían en hombres para preñar a las descuidadas doncellas? Volvió a Cuba con un par de amigos surrealistas y los llevó a una sesión de vudú. Ellos también se dieron cuenta de que la realidad latinoamericana sobrepasaba con creces sus más alocados sueños. Fue por eso que Carpentier denominó su literatura como “real maravillosa”. Este descubrimiento fue unos años antes de que Márquez comenzara a escribir Cien años de soledad.

En su libro Gabriel García Márquez: Una vida, Gerald Martin explica que para el nobel colombiano “Faulkner había nutrido su sensibilidad literaria mientras que Hemingway le había enseñado el oficio de escritor”. Faulkner era, de hecho, el escritor predilecto del grupo de literatos barranquilleros que se reunían en La Cueva, porque tanto con su historia corta Evangeline como su subsecuente novela ¡Absalón, Absalón! narraba desde el punto de vista de los perdedores de la historia.

Faulkner llevó más allá el concepto que había implantado Joyce de contar historias desde narradores poco convencionales, utilizando la tercera persona gramatical del narrador objetivo mezclada con las impresiones y sentimientos subjetivos de los personajes. También tomó el legado de Kafka de contar las historias desde el punto de vista de seres no humanos haciendo uso de su oralidad y onomatopeyas, y logró crear un narrador pluridimensional.

Esta clase de narrador se complementó de maravilla con las historias fantásticas que abundaban en América Latina. Los escritores tenían licencia de construir universos paralelos, personajes exóticos y acontecimientos increíbles que, desde el punto de vista del narrador, eran completamente reales.

A pesar de que la mayor parte de las razones por las cuales García Márquez es recordado no fueron originales de él, una pregunta permanece: ¿cómo logró el escritor colombiano más popularidad de la que Faulkner jamás tuvo? La respuesta a esa pregunta se resume en una palabra: Hemingway.

“Vi a Hemingway una sola vez paseándose por el bar San Michelle en París. Lo reconocí en la acera de al frente. Todo pasó tan rápido, estaba a punto de irse y lo único que se me ocurrió decir fue ‘Adiós, maestro’. Él volvió la cara y me dijo ‘Adiós, amigo’” (entrevista a GGM en TVE, 1995).

Hemingway, con su aprecio por los puntos seguidos, las frases cortas y el lenguaje sencillo, logró crear historias en las cuales se tenía al lector en cuenta como parte importante del relato. Usando estas técnicas, García Márquez fue catalogado como uno de los más grandes escritores del siglo XX.

Al usar una forma tan sencilla logró que temas profundos calaran en nuestra memoria. Conectó las técnicas de las grandes mentes del mundo literario con nuestra realidad cotidiana. Contó historias que distaban mucho de la aburrida y conservadora literatura de los cachacos que, hasta ese momento, era la única que tenía relevancia en Colombia. Describió cómo era su aldea y eso lo hizo universal.

Por Susana Noguera Montoya

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