El Magazín Cultural

Mamá, he fallado

No pude con esa historia a la que ya le habíamos dado un final, no pude mirarte a los ojos y decirte con certeza que mis vacíos se habían ido lejos de nuestra casa, pero mamá, los llevo conmigo, los tengo en casa, los abracé y los sigo llevando conmigo.

María Paula Acosta Lozada / @paunks
26 de febrero de 2019 - 12:04 a. m.
Lorena Perdomo
Lorena Perdomo

(Suspiro). Lo he hecho porque quise jugarle otras maneras a mi existencia, a la vida misma que se defiende sola, donde además, no pude hacerle un ademán para advertirle que yo iba a toda velocidad, que no iba a frenar, no porque no quisiera sino porque nunca supe cómo frenar, para luego tener que darme cuenta, de que soy un riesgo, un riesgo deseable.

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Te he dicho mil veces que confíes en mi, y sé que lo haces, pero mi conciencia me pide a gritos caminarle a ese vacío que me dejó sin respirar, ese vacío donde tu me dices que no le pare atención, como soplar y sacudir ese polvito de las gafas cuando las limpiamos y que no quedan del todo limpias, o jalarnos ese cuerito del dedo que después arde, arde y "no hay que pararle bolas", pero, he fallado.

Me sumergí por completo en infinitas alegorías para tratar de complacer las razones por las que yo actuaba así. Lloré, me encapriché, y le grité a la vida para que me dejara seguir danzando a mi manera. Todo esto se cimentó en la pérdida de oportunidades, más no de experiencia. Por lo tanto quise, con todas mis fuerzas, convencerte de que lo que haría iba a lograr sacarme una sonrisa, pero no era así, nunca lo fue, siempre al hombro andaba con mi eufemismo.

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Quizás necesité caminar despacio para no irme al tope de una situación desgarradora, pero mamá, entiendo que confías y déjame terminar estas palabras: Te fallé, aún estando desgastada, porque insistí en esas respuestas que tú ya me habías dado, insistí en darle importancia a la supuesta esperanza en la que yo creía, pero no fui capaz de leerte mejor, de, por supuesto, escuchar con detenimiento tus infinidades de exordios, estaba copada de la ceguera y la emoción y aún así, insistes en que no, que no he fallado y yo te digo que ¡algo quebrantó mi esencia!, a lo que respondes que es la sensación de un comienzo nuevo, de que vuelva a creer, de que somos por naturaleza seres heurísticos, de que propiamente soy tu hija y en mí ves esa dicha de mujer.

Mamá, algo se quebrantó en mi.

No pude con esa historia a la que ya le habíamos dado un final, no pude mirarte a los ojos y decirte con certeza que mis vacíos se habían ido lejos de nuestra casa, pero mamá, los llevo conmigo, los tengo en casa, los abracé y los sigo llevando conmigo. Ahora, no son mis alegrías, ni mis triunfos, ni nada por el estilo, son simplemente eso: vacíos.

No estoy tratando de soslayar lo que ya habíamos acordado y dar un punto final pues yo sigo con mis infinitas emociones, que son aún más fuertes, no me banco el hecho de dejar por terminado algo que aún me genera intriga, quizás aprendí al paso del tiempo, en que me alejé de todos, de que estaba alejándome también de mi, pero mamá, eres tan sabia, decidiste que partiera de casa, para encontrarme de nuevo en mi hogar, mi cueva, mi mundo. Y que brotaran esos lamentos aún más fuertes, y tener con qué llorar, llorarlo todo, pero llorarlo bien, encapricharme y vivir, para darme cuenta de que no eran oportunidades lo que estaba perdiendo, sino perseverancia, convicción, humildad.

Mamá, gracias.

Abracé mis vacíos, les dije que si querían los podía llenar de una manera ubérrima, pero ellos insisten en que no necesito hacer eso, ni ser fuerte, de que también aprecie la debilidad, pues necesitaba darle una mirada más flexible y sincera a los acontecimientos de mi memoria traicionera.

 

Por María Paula Acosta Lozada / @paunks

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