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La mansión de la lujuria y la desesperanza

Arrastrados por la corrosión de los días, bajo el calor sofocante del trópico, seis personajes viven atrapados en una mansión bajo el signo del desastre que marcan las pasiones desmedidas.

Alberto Medina López
30 de julio de 2016 - 02:00 a. m.
Mutis escribió una obra que es una muestra de la maldad en medio de una naturaleza indómita.
Mutis escribió una obra que es una muestra de la maldad en medio de una naturaleza indómita.

Allí viven el dueño, el guardián, el piloto, la Machiche, el fraile y Ángela, la muchacha que llegó de última a la mansión de Araucaíma, esa casona en la que Álvaro Mutis construyó un relato gótico, a la manera de las historias de los castillos medievales europeos, pero en la tierra caliente del Tolima.

La Machiche es el centro del relato, porque en ella viven simultáneamente la desmesura de la carne y la podredumbre del alma. “Hembra madura y frutal, la Machiche. Mujer de piel blanca, amplios senos caídos, vastas caderas y grandes nalgas...”.

Se bañaba desnuda y sin tocarse con Don Graci, el propietario de la mansión, en una enorme tina donde su vientre mostraba señales de “una prolongada y bien explotada lujuria”, había intentado una relación con el piloto que se frustró por su frigidez, y cada que la acosaba el hambre del sexo buscaba en Cristóbal, el sirviente, la satisfacción de su libertinaje.

Ángela, la muchacha, llegó a la mansión en bicicleta y pidió un baño. El guardián la dejó entrar y el piloto la invitó a quedarse. Durmió con él, atraída por las historias de aventuras, pero las interminables caricias sin posesión destruyeron el romance.

Ocupó entonces el cuarto de estudio del fraile, se hicieron amigos y en “una sorda y profunda comprensión de la carne” hacían el amor en los sillones. Envidioso, Don Graci incitó al sirviente a quitarle la muchacha al fraile. Cristóbal la convenció. “Ese día la joven probó la impaciente y antigua lujuria africana hecha de largos desmayos y de violentas maldiciones”.

La Machiche se hizo la que no sabía y a los encuentros ocasionales con el sirviente sumó amoríos con el guardián. Al percatarse de la infidelidad, el guardián la dejó, y ella, en su rabia, desfogó su ira contra la muchacha. Se ganó su confianza, la sedujo, la llevó a la cama y le enseñó “el mundo febril del amor entre mujeres”. Cuando la vio enamorada, la despreció y la joven no pudo soportarlo y se suicidó. Su muerte atrajo la de la Machiche, asesinada a tiros por el piloto, y la del piloto, muerto a golpes de pala por el sirviente. Con esa tragedia, la casa quedó sola.

La mansión de Araucaíma, escrita para una película de Buñuel que hizo Mayolo, es una muestra de la maldad en medio de una naturaleza indómita que todo lo invade, como en el sueño de la Machiche que corta hierbas de entre las losas y al instante las ve crecer como si jamás las hubiese cortado. Los seres que viven en un escenario así no esperan nada; viven en la desesperanza que marcó la estética literaria de Álvaro Mutis.

Por Alberto Medina López

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