El Magazín Cultural
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'Es más importante leer un libro que comprarlo'

Escritor y gestor cultural, Mejía habla sobre el crecimiento de la Fiesta del Libro y la Cultura y asegura que se ha convertido en un espacio de resistencia.

Manuela Saldarriaga
13 de septiembre de 2014 - 02:28 a. m.
Juan Diego Mejía ha publicado ‘Era lunes cuando cayó el cielo’ y fue director del programa ‘Culturama’.  / Daniel Mordzinski
Juan Diego Mejía ha publicado ‘Era lunes cuando cayó el cielo’ y fue director del programa ‘Culturama’. / Daniel Mordzinski

Del 12 al 21 de septiembre, Medellín celebra la 8ª Fiesta del Libro y la Cultura, que tiene como tema central las fronteras y que traerá a propósito a una ciudad invitada: Tijuana (México).

Estarán presentes más de 360 invitados de 17 países, se ofrecerán más de 2.700 talleres de promoción de lectura, serán cerca de 50 charlas, participarán 100 expositores y habrá más de 90 lanzamientos de libros. Además se realizará el I Salón del Libro Digital y el I Salón del Libro Infantil y Juvenil.

Juan Diego Mejía, director de los Eventos del Libro de Medellín, deja de lado las novedades de esta edición para hablar sobre lo que significa este encuentro literario como un evento de ciudad.

¿Por qué Medellín hace una Fiesta del Libro y no una feria?

Nosotros le damos una prioridad absoluta al tema de la promoción de la lectura y es mucho más importante que la gente lea a que la gente compre un libro, porque sabemos que a la larga quien lee termina comprando uno, y no necesariamente quien lo compra termina leyéndolo. El componente ferial lo tenemos claro, conocemos nuestras limitaciones y nuestros grandes potenciales para los negocios de libreros y editores. Vamos avanzando cada vez más en ese sentido y creo que estamos en un punto competitivo que puede posicionarnos como el cuarto feriado más importante de América Latina, después de las ferias de Guadalajara, Buenos Aires y Bogotá.

¿Cuáles son los argumentos?

Es un sueño y una intención. Son también ferias importantes la de Santiago de Chile, la de Lima, la de Ciudad de México, y de hecho hay otras regionales que ahora están agrupándose en una red que tiene como sede principal la ciudad de Antofagasta (Chile), que pretende unificar o visibilizar eventos literarios como el de Arequipa (Perú) o Cochabamba (Bolivia). Sin embargo, pensamos en la categoría de Medellín, primero por el número de asistentes. El año pasado fueron 307.000 y en esta oportunidad esperamos superar esa cifra. Otro elemento que nos hace pensar que la Fiesta va en ascenso es la gran demanda de espacios comerciales; sin excepciones, las grandes editoriales colombianas van a estar allí, así como las editoriales independientes de Medellín y aquellas de Bogotá que están asociadas a la REIC (Red de Editoriales Independientes de Colombia), y participarán igualmente los fondos de las universidades, así como las editoriales especializadas. La Fiesta del Libro y la Cultura de Medellín ha incorporado los códigos internacionales de las grandes ferias, es cuidadosa con el tratamiento a los autores y artistas invitados. Este año implementamos la realización de una rueda de negocios en el área editorial infantil y juvenil, en la que participarán países como Argentina, México, Guatemala, Chile y Perú. Además tendremos por primera vez una ciudad invitada, que es Tijuana. Queremos un encuentro entre una ciudad de fronteras invisibles, que es la nuestra, con una ciudad de fronteras reales. Por ahora yo diría que la medida que podrían hacernos es más cualitativa que cuantitativa.

Con respecto al tema, ¿cree que la cultura debe aludir y no evadir problemáticas sociales?

Yo creo que las tiene que enfrentar y asumir, porque la cultura es una manifestación de todos los problemas sociales. No es un objeto, es un ser vivo y está sujeto a influencias internas y externas. Llegué a la conclusión de que la cultura son los recuerdos de un pueblo, es todo lo que traigo a cuestas: las historias de los muertos, las leyendas de formación de mi ciudad y todo lo que uno añora cuando está por fuera. Yo sé que esta pregunta tiene la intención de abrir una puerta y es si esta Fiesta del Libro está pensando acertadamente cuando convoca con un tema como el de las fronteras, que es tan crítico para nosotros, ya que no se ven pero sí existen y son formadas por sensaciones como el miedo y por acciones de violencia. Entonces, si la Fiesta del Libro convoca con un tema de la realidad, ¿está metiendo la cultura en algo que no le corresponde?, sería la pregunta que uno se hace. Yo tengo la convicción de que tiene que ser así, es decir, los temas no pueden ser externos, tienen que nacer de las vísceras de la sociedad y este, en particular, es un buen ejemplo de eso.

Como director de los Eventos del Libro de Medellín y con el propósito de fomentar la lectura, ¿qué piensa de las cifras que indican que un colombiano no alcanza a leer dos libros al año?

Las estadísticas revelan simplemente que existen muchas diferencias. Uno habla de Medellín como una ciudad innovadora y ha sido un trabajo muy intenso de un grupo de activistas de la ciudad, pero la verdad es que persisten unas desigualdades inmensas, unas distancias entre el que lee mucho y no lee nada. Los promedios revelan una realidad, pero o nos preocupamos por las estadísticas o nos preocupamos por qué clase de sociedad queremos. Hay muchos colegios que tradicionalmente quedan de primeros en las tablas del Icfes y resulta que éstos van seleccionando y discriminando a quienes no están a la altura, entonces ¿el mundo real es sólo para los que son excelentes? En vez de incluir, discriminan. Las estadísticas tienen ese problema. No se puede valorar más a los que leen y dejar de lado a los que no lo saben hacer. Lo primero que hace un evento como el nuestro es olvidarse de las estadísticas; a mí me tienen sin cuidado. De hecho, que nos cuenten me parece que lleva hacia un precipicio; si el país fuera más digno, no se debería dejar llevar por ahí, tendría que escoger el camino de una sociedad oriental en donde los niños son infelices pero considerados excelentes en lo que hacen. No, nosotros buscamos que quien lea lo disfrute, por lo tanto nos preocupamos por sembrar el interés y no por imponer.

¿Qué pasaría si con un cambio de administración se llevan esta Fiesta para un salón de convenciones en lugar de hacerla en el Jardín Botánico y sus alrededores?

Las últimas tres administraciones han sido respetuosas con una decisión ciudadana, y ahí puedo estar cometiendo una imprudencia diciendo que es ciudadana, porque simplemente la gente de manera espontánea fue respondiendo y lo muestra la multitud que acude a la Zona Norte. Por unos años, Medellín ensayó el modelo de parecerse a la feria de Bogotá. Primero ocurría en el Palacio de Exposiciones, bajo techo, muy tranquilo todo el mundo, no había calor, pero era muy aséptico y no convocaba. Fue una experiencia que nos sirvió para darnos cuenta de que ese no era el camino. Para hacer un evento de ciudad tenía que mirar primero las particularidades propias, y éstas empezaron a mostrarnos que había que modificar unos miedos que estaban anidados porque fue lo que nos quedó de los años 90 y la pérdida del espacio público. Un sociólogo catalán me decía en un congreso en el que coincidimos en Brasil: “Pero es que el espacio público en Medellín no es más que un chaleco que se ponen unos señores que contrata la Secretaría de Gobierno, es sólo un letrero”. Cuando llegó la oportunidad de hacer un evento grande en el espacio público escogimos el norte de la ciudad, que era un desierto, una tierra de nadie, y ahí se estableció la Fiesta, no sólo en el Jardín Botánico sino en todos los lugares que se unen, como el Centro Cultural de Moravia, Ruta N, Parque Cementerio San Pedro, Universidad de Antioquia, Parque Explora y el Planetario Municipal. Recuerdo que nos lo decía una autora el año pasado, la ecuatoriana Gabriela Alemán: “Es maravilloso ver cómo los libros están entre los árboles”. Perder este espacio del cual nos hemos apropiado y dejar toda esta historia de resistencia atrás porque estamos más cómodos con aire acondicionado y con techo es un error que ninguna administración debería cometer y creo que la ciudad no lo perdonaría.

Por Manuela Saldarriaga

 

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