El Magazín Cultural

Matar a un elefante y otros escritos (de George Orwell)

Para ser un libro de treinta y dos páginas, A Letter to My Son [Carta a mi hijo], de Sir Osbert Sitwell, contiene una cantidad asombrosa de invectivas. Imagino que será la invectiva, o, tal vez, la eminencia de las personas contra las cuales arremete, lo que ha llevado a sir Osbert a cambiar de editor.

George Orwell
10 de junio de 2019 - 11:19 p. m.
George Orwell en una entrevista para la BBC, una emisora con la que tuvo innumerables conflictos ideológicos a lo largo de su vida.  / Cortesía
George Orwell en una entrevista para la BBC, una emisora con la que tuvo innumerables conflictos ideológicos a lo largo de su vida. / Cortesía

No obstante, entre pasajes que son unas veces injustos y otras frívolos, o ambas cosas, se las ingenia para decir cosas muy perspicaces sobre la postura del artista en una sociedad moderna y centralizada. He aquí, por ejemplo, algunos extractos:

Si desea leer otro extracto literario, ingrese acá: Revolución electrónica (por William S. Burroughs)

"El verdadero artista siempre ha tenido que estar en pie de guerra, pero la lucha que ahora libra es y será más feroz para ti, y para los artistas de tu generación, de lo que nunca haya sido. El hombre de la clase obrera esta vez gozará de mejores cuidados, recibirá la adulación de la prensa, se le sobornará con las tramas que urde Beveridge, porque es dueño de una gran cantidad de votos. ¿Quién va a cuidar en cambio de ti y de tu destino, quién se molestará por defender la causa del joven escritor, pintor, escultor, músico? ¿Y qué inspiración se os ofrecerá cuando el ballet, el teatro, la sala de conciertos se hallen en ruinas y, debido a la falta de adiestramiento, no haya grandes artistas de la escena por espacio de varias décadas? Por encima de todo, no subestimes la cantidad ni la intensidad de la inquina que sentirá por ti tantísima gente, y no me refiero al hombre de la clase obrera, pues si bien no tiene una gran educación sí siente un vago respeto por las artes, y carece de ideas preconcebidas; tampoco me refiero a los patricios que puedan quedar, sino al inmenso ejército que habrá entre uno y los otros, la gruesa clase media, los hombrecillos de medio pelo. Y aquí he de hacer mención especial del funcionario en tanto enemigo… En el mejor de los casos, os aplastarán entre la pequeña pero poderosa y autoritaria minoría de los directores artísticos, los embusteros de los museos, los editores, los periodistas y los profesores (que, por hacerles justicia, tratarán de ayudaros siempre y cuando escribáis tal cual os indiquen), además del resto inmenso a quienes ha de darles igual, a quienes de hecho complacerá si os ven morir de hambre. Y es que nosotros los ingleses somos únicos en que, si bien nuestra nación produce arte, no amamos el arte. En el pasado, las artes dependían de un reducido número de mecenas muy adinerados. El enclave formado por ellos nunca se ha restablecido. El mismo nombre de “amante del arte” hoy apesta… Los privilegios que hoy tienes, como artista, son los mismos de Ismael, y todos los hombres capaces están en tu contra. Recuerda, por tanto, que los parias y los marginados no tienen nada que temer".

 Si está interesado en leer otro texto de este especial, ingrese acá: George Orwell: "Yo por qué escribo"

No comparto este punto de vista. Es el planteamiento de un conservador inteligente que subestima las virtudes de la democracia y que atribuye al feudalismo ciertas ventajas que en realidad son propias del capitalismo. Por ejemplo, es craso error echar de menos a un mecenas de la aristocracia. El mecenas podía ser un amo tan severo como la BBC, y tampoco pagaba un salario regular. Francois Villon, supongo, debió de pasar tan mal como cualquier poeta de nuestro tiempo, y el literato que se moría de hambre en su guardilla fue una de las figuras más características del siglo XVIII. En el mejor de los casos, en una época de mecenazgo activo, uno tenía que perder el tiempo y el talento con halagos y lisonjas repugnantes, como le sucedió a Shakespeare. Desde luego, si uno piensa que el artista es como Ismael, un individuo autónomo que nada debe a la sociedad, la edad de oro del artista ha sido la edad de oro del capitalismo. Entonces huyó delas garras del mecenas y aún no se dejó capturar por el burócrata. Un escritor, un músico, un actor e incluso un pintor podían ganarse la vida gracias al gran público, que estaba inseguro de qué deseaba, y que en gran medida aceptaba lo que se le daba sin ponerlo en tela de juicio. Durante un siglo más o menos fue posible ganarse la vida insultando abiertamente al público, como demuestran las trayectorias de, por ejemplo, Flaubert, Tolstoi, D. H. Lawrence e incluso Dickens.s 

Ahora bien, hay a pesar de todo mucho en lo que dice sir Osbert Sitwell. El capitalismo al estilo laissez faire está próximo a desaparecer, y con él estatus de independencia del artista. Habrá de convertirse o bien en un aficionado que cultive el arte en su tiempo libre o bien en un funcionario. Cuando se ve qué ha ocurrido en las artes de los países totalitarios, y cuando se ve que prácticamente lo mismo ocurre aquí, aunque de un modo más velado, a través del Ministerio de Información, de la BBC y de las compañías cinematográficas –organizaciones que no sólo adquieren la producción incluso futura de los jóvenes escritores más prometedores, los castran y los ponen a trabajar como animales de carga, sino que, además, se las ingenian para despojar a la creación literaria de su carácter individual y las convierten en un proceso semejante al de las correas de transmisión-, las perspectivas, la verdad, no son muy halagüeñas. Sin embargo, sigue siendo cierto que el capitalismo, que en múltiples sentidos ha sido amable con el artista y el intelectual en general, está condenado, y tampoco vale la pena intentar salvarlo. Así se llega a dos realidades antitéticas: (1) la sociedad no puede ordenarse en beneficio de los artistas; (2) sin los artistas, la civilización perece. Nunca he visto resuelto este dilema (aunque alguna solución habrá), y no muy a menudo se comenta con la debida honradez. 

8 de septiembre de 1944

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Traducción de Miguel Martíenz-Lage

Matar a un elefante y otros escritos. México. Fondo de Cultura Económica. 2009. Págs. 281-283.  

 

 

Por George Orwell

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