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Maupassant, erótico

Nadie más entendido en materia de mujeres que Guy de Maupassant, un francés que se movía igual en burdeles y en cocteles, que pregonaba a los cuatro vientos sus dotes para el sexo y que disfrutó de ellas sin establecer compromiso alguno.

Alberto Medina López*
18 de marzo de 2016 - 03:52 a. m.

Su espíritu aventurero, visible en los cuentos, distingue entre los placeres de la carne en la ciudad y esos mismos placeres, desprovistos de moralismos, en el campo. En la ciudad, la marquesa de Reunedón monta una redada para sorprender a su marido infiel con una doncella, experta en facilitar divorcios. En el campo, una moza llamada Adelaide se acuesta con su amo como si se tratara de uno de los asuntos que debe atender.

Una comedia y un cuento bastan, fragmentariamente, para acercarnos a la magia erótica de Maupassant.

En la comedia obscena llamada En el pétalo de rosa, casa turca, el dueño de un burdel hace pasar su estancia por hotel para poner a la esposa del alcalde en manos de un señor que se ha enamorado de ella. Las prostitutas se disfrazan de damas turcas para presentarse como integrantes del harem del embajador. El engaño funciona hasta tal punto que el alcalde termina con una de ellas y su esposa, embriagada con champaña, con el señor que la deseaba.

Ahora vamos con un cuento que lleva por nombre a su protagonista: Marroca. Un extranjero en Argelia la sorprende cuando se baña desnuda en el río. Al principio el mirón es rechazado, pero de tanto ir a verla, ella termina aceptándolo y acostándose con él. El narrador la describe como una criatura destinada al amor desordenado.

“Nunca mujer alguna llevó en sus entrañas deseos más insaciables. Sus sañudos ardores y sus brazos clamorosos, con rechinar de dientes, convulsiones y mordiscos, iban seguidos casi al punto por adormilamientos tan profundos como la muerte. Pero se despertaba bruscamente en mis brazos, dispuesta a nuevos abrazos, con la garganta henchida de besos”.

Era casada y su marido se ausentaba con frecuencia. Por esa razón, en su impudor inconsciente, hace que la ame en su casa, en la misma cama donde duerme con el marido, y con un solo argumento: “Es para tener un recuerdo. Cuando ya no estés, pensaré en ti. Y cuando bese a mi marido, me parecerá que eres tú”.

En la galería de mujeres que circulan por las historias de Maupassant hay prostitutas en fila que dejan su burdel para asistir a una primera comunión, provincianas que buscan placer en las grandes ciudades o baronesas que esconden sus deseos pero los desatan en la primera ocasión.

Maupassant las conocía bien y, sin atisbo de vergüenza, decía que no era capaz de amar a una sola porque a todas las amaba. Quizá por eso las mujeres consagradas al amor fueron, a la vez, su enfermedad y su pasión.

 

* Subdirector de Noticias Caracol.

Por Alberto Medina López*

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