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La melancolía erótica de Baudelaire

Charles Baudelaire cambió la mirada del mundo sobre la belleza cuando la transformó en una flor del mal que proceda de donde proceda, del cielo o del infierno, de la mano de Dios o de Satán, tiene el poder de sembrar, al mismo tiempo, el gozo y el desastre.

Alberto Medina López *
04 de diciembre de 2015 - 04:45 a. m.

Charles Baudelaire cambió la mirada del mundo sobre la belleza cuando la transformó en una flor del mal que proceda de donde proceda, del cielo o del infierno, de la mano de Dios o de Satán, tiene el poder de sembrar, al mismo tiempo, el gozo y el desastre.

El poeta vio la belleza desde su propia tragedia cuando probó el amor, el hachís y el trago, y con ellos se hizo maldito. Prefirió la calle a la hipocresía de vida social que le propuso su padrastro, un prestigioso militar lleno de diplomas. Optó desde joven por el bajo mundo parisiense y contrajo la sífilis en la cama de una prostituta.

Su gran pasión, Jeanne Duval, la Venus negra como él la llamó, fue su perdición y su poesía. La conoció en el teatro Partenón cuando la vio actuar de criada y terminó viviendo con ella veinte años de amor borracho, abiertamente infiel e insaciable.

“De Satán o de Dios, ¿qué más da? Ángel, Sirena, / ¿que más da si al final tornas –hada de ojos nocturnos, / ritmo, luz y perfume, oh mi reina y señora/ menos ruin este mundo y este tiempo más leve?.”

Al lado de la belleza de sus versos hay carroña, serpientes, vampiros y gusanos. Es el poeta maldito en su máxima expresión. “¡Y pensar que serás igual que esta carroña, / que te espera la misma podredumbre (…) // Oh, beldad mía, entonces di a los crueles gusanos / que contigo tendrán un festín de besos, / que conservo la forma y la esencia divina / de estos amores míos que son polvo.”

En la carne Baudelaire encontró la trampa y el consuelo; halló la idea de la belleza como opio divino para el corazón. “Ronda el perfume tu carne / como en torno a un incensario, / y hechizas como el crepúsculo, / ninfa tenebrosa y cálida.”

La primera publicación de Las flores del mal le acarreó multa y censura. Seis poemas, considerados obscenos, fueron suprimidos y luego rescatados. Aquí un fragmento de versos castigados. “Al destino que ahora me cautiva / seguiré fiel, como un predestinado. /Dócil mártir, sumiso condenado /cuyo fervor el cruel suplicio aviva, // Consumiré mi odio y mi pasión / bebiendo los nepentes y el veneno / en las agudas rosas de tu seno, / donde nunca ha latido el corazón”.

Acosado por las deudas, viviendo de pensión en pensión y sometido a los paraísos artificiales de los alucinógenos, los días de Baudelaire terminaron un sábado de 1867 en los brazos de su madre. Tras su muerte, los versos quedaron dando vueltas hasta que el mundo reconoció en ellos la eternidad de su erotismo y su melancolía.

 

*Subdirector de Noticias Caracol y escritor

 

Por Alberto Medina López *

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