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"Mi compromiso es contar historias"

La conversación habitual en torno al arte suele concentrarse en la estética. El poder de la belleza que el artista llega a crear y comunicar relega la ética a un segundo plano... o la elimina.

Ana Cristina Restrepo Jímenez
27 de marzo de 2013 - 09:48 p. m.
"Mi compromiso es contar historias"

Para pensar la relación ética-moral-arte, bastaría evocar el prefacio de El retrato de Dorian Gray, de Óscar Wilde: “No hay libros morales o inmorales. Hay libros bien escritos y mal escritos”.

Si se trata de artes escénicas, la discusión nos remite al maestro ruso Constantín Stanislavski, cuya perspectiva ética se enfoca en la relación del actor con la disciplina y la belleza, en tanto favorece su estado emocional y creativo. (Vale resaltar que, además, su método insiste en el descubrimiento del sentido social, político y artístico del libreto).

De una producción tan polémica como Tres caínes surge una serie de interrogantes: ¿acaso la interpretación de la maldad desdibuja la ética del actor? ¿Qué decir de Iván el Terrible (película de Serguéi Eisenstein), interpretado por Nikolái Cherkásov? ¿Del Al Capone de Robert de Niro en Los Intocables (Brian de Palma)? ¿O del científico nazi Josef Mengele, encarnado magistralmente por Gregory Peck, en Los niños del Brasil (Franklin J. Schaffner)?

Las cancelaciones de pauta publicitaria, las propuestas de censura y las fuertes críticas contra Tres caínes obligan a reflexionar detenidamente sobre varios aspectos de la producción. Uno de ellos es la ética de la representación: la responsabilidad del actor cuando el libreto parece no hacerle justicia a una de las partes de la historia narrada (con más razón si es no ficción), y la interpretación de un villano como medio para construir memoria... o herirla de muerte.

Muchos comentarios negativos han recaído sobre el libretista Gustavo Bolívar; no obstante, la imagen más visible de la serie es el actor Julián Román, quien representa el personaje de Carlos Castaño. Él ha recibido desde respetuosas cartas de las víctimas hasta insultos y amenazas anónimas.

¿Cómo llega a interpretar a Carlos Castaño?

Hacen una audición. Te mandan una pequeña sinopsis de la historia, de un personaje, y te preparas. Te piden un monólogo sobre un personaje, una propuesta. Luego pasas muchos filtros. Es muy difícil que te entreguen todo el material de una vez. Cuando quedas, entonces sí te dan los capítulos y preparas el papel. La sinopsis era de la vida de los hermanos Castaño. Yo sabía que iba a interpretar a Carlos.

¿Cuál fue su investigación sobre el personaje?

Para la audición me metí todos los días a internet. Observé discursos de Castaño frente a sus tropas, me aprendí ciertos pedazos y armé un monólogo. Cuando el personaje es de ficción, el trabajo es un poco más divertido, en el sentido de que especulas: yo tengo un cuaderno y en él invento qué pensaría, qué diría, de dónde viene, para dónde va, y voy armando un carácter. De Castaño, me leí la biografía, la de Doble Cero. Fue una ayuda impresionante porque un libro desvirtuaba al otro: en el de Doble Cero dice que Mi confesión debería llamarse Mi confusión. Carlos Castaño no me era ajeno. Sé que había otros libros. Siempre fui inquieto, desde el colegio, con estas cosas políticas. Desde 1994 oía de los paramilitares. El más mediático era Carlos; yo sabía quién era. Como actor, saqué cosas del perfil del personaje y empecé a definirlo para plasmarlo en la pantalla: irascible, obsesionado con la guerra, alcohólico, agresivo con sus subalternos y sus mujeres. Con una muy clara mentalidad de militar, guerrerista.

¿Cuál es la diferencia entre interpretar a un Solipa (‘Corazones blindados’) y a un Carlos Castaño (‘Tres caínes’)?

Solipa es un hampón impresionante: es el tipo que te vende los repuestos de la moto pero tiene una oficina como la de Envigado, donde tortura. No es el villano convencional, es un tipo de la calle. Es un muchachito que quería surgir en el hampa y no tenía mayores aspiraciones. Carlos Castaño es un genocida, un tipo que tuvo arrodillado al país. Nos dejó una historia que aún no se ha cerrado, las bacrim. Es un personaje siniestro y nefasto que para mí, como actor, fue un reto. ¡Esos son los personajes que uno quiere interpretar! Ahora, que a la gente le guste o no es parte del trabajo. Estoy tranquilo porque a la hora de interpretar he sido igual de riguroso con todos mis personajes. No me gusta hacer caricaturas. Por ejemplo, en la investigación que hicimos, nos enteramos de que Castaño estuvo muy enfermo, no se cuidó una fiebre en un campamento. Con el tiempo le vino una afección en la garganta. De ahí la voz ronca que lo caracterizó. Por eso, a partir del capítulo diez es ronco, y ya desde el quince tiene esa cosa intensa en la voz. Eso es lo que me compete a mí.

Usted también ha estado del otro lado: interpretó el papel de víctima en la película ‘Retratos en un mar de mentiras’. ¿Hace un juicio moral sobre sus personajes antes de aceptar un papel?

Mi ética-moral está en interpretar un papel y no dejarlo botado. A mí me han tocado trabajos donde me siento mal con el personaje y por ética no lo dejo. Es parte del riesgode ser actor. Para mí sería fácil decir: no hago más este personaje y me voy. Retratos en un mar de mentiras [dirigida por Carlos Gaviria] es sobre los desplazados, desde el punto de vista de ellos mismos. Hoy en día digo: la gente que me está dando durísimo no dijo nada cuando presentamos esa película. Estuvo en los cines en el segundo gobierno de Álvaro Uribe Vélez y nos la sacaron a la semana; aunque le estaba yendo bien, pasamos de estar un día en doce salas, al otro día en diez, al siguiente en ocho, en cuatro... ¡y nos sacaron la película! Nadie dijo nada. Durante el rodaje estuve en Río Cedro, los campesinos nos hablaban de los Castaño, de las fincas de Mancuso. Al interpretar a Carlos me pregunté: ¿cómo hago para que esto se vea en mi personaje? Mi ética no me daba para “blanquear este personaje”. Nunca lo tomé a la ligera. Yo he hecho comedia, novela light, drama. Esta era una oportunidad muy importante y un riesgo del canal.

¿Se siente comprometido con la época que vive Colombia?

Mi compromiso es contar historias. Mostrar personajes. Eso fue lo que aprendí en la escuela. Eso es lo que me enseñaron mis maestros [Mario Matallana, Rosario Jaramillo, Nacho Vivas, Rosario Lozano, Carlos José Reyes, el director Mario Rivero y Edgardo Román, su padre]. Ahora me llegó Carlos Castaño. Hace siete años fue Leo Reyes: a todos los he interpretado de la misma forma.

¿Qué opinión le merece el tratamiento dado a las víctimas en ‘Tres caínes’?

Mi percepción, y de pronto puedo estar equivocado, es que en las escenas de masacres (que en televisión son el 0,1% de lo que se ha visto en documentales y noticieros) asumimos la posición de mostrar víctimas para que la gente sepa que existieron, que las masacres sí existieron.

¿Qué haría usted para aclarar esta polémica?

Por más doloroso que sea, hay que dar el debate que la serie está generando. No sé si es que la serie se vendió mal: la gente me dice que estamos glorificando a los Castaño: ¡nosotros no nos inventamos eso! Eso pasó así: les mataron al papá y decidieron tomar venganza. Los diez primeros capítulos cuentan por qué estos tipos terminaron haciendo lo que hicieron. Se está entendiendo lo que no es. Desde el principio la premisa es clara: ¡estos no son héroes!

Otras voces

Margarita Rosa de Francisco, actriz de cine y televisión, opina: “No le corresponde a un actor trasladar su juicio moral a la interpretación. La personalidad tiene infinitos condicionamientos que se traducen en gestos, formas de hablar, de vestirse, etc. Si se quiere recrear en la ficción a una persona, será más interesante para un actor entregarse sin reservas a su historia y a su mundo interno para que logre ser creíble. El actor es un observador y un investigador que reproduce lo más fielmente posible la vida concreta de un ser humano”.
Sobre el campo de acción del actor en el proceso de producción de una obra, explica: “Los responsables del tratamiento inteligente y adecuado de una historia son sus escritores en estrecha colaboración con el director de la obra. Todos los temas son tratables. El juicio de un actor sobre la forma de abordar determinado asunto por lo general es estético, en el sentido de encontrar atractivo el contenido psicológico de su personaje en relación con la trama. La dureza o controvertibilidad de un tema nos atrae más a los actores. “El compromiso con su tiempo” no quiere decir abstenerse de representar una situación sensible y real, ni tampoco desaprovechar una forma única de ejercitar su oficio”.

Y concluye: “Cuando un actor comete errores en el enfoque de su personaje se debe a la falta de dirección”.
Por su parte, Cristóbal Peláez, director del Teatro Matacandelas de Medellín, considera: “El actor estudia su rol, lo analiza a profundidad y, finalmente, lo expone en la forma en que pueda ser mirado de manera crítica. Una forma brechtiana que va a contrapelo de la empatía, es decir, la disolución de la razón”.

Para este dramaturgo, actor y director una clave para entender el problema está en la pasión por lo perverso: “El actor está todo el tiempo con un compromiso ético, puesto que su oficio es público. Más importante que su arte es la vida y la sociedad. Los actores de la serie de televisión en cuestión han sido duramente criticados, pero no podemos olvidar que todos los actores del mundo deliran por interpretar malvados y toda suerte de personajes extraordinarios. La muerte nos asusta, pero no hay actor que no quiera morir en escena, es una constante provocación. Está en la esencia misma del arte, el interés por lo anormal, por lo fallido, por lo perverso, al teatro no le interesa la felicidad. Si no existiera el mal no habría dramaturgia”.

“Lo otro que ha pasado en la serie (Tres caínes) se sabe –critica enfáticamente–: canales de TV delincuenciales que sólo buscan dinero. Un día filmarán masacres reales, programadas. Asuntos de rating”.

Peláez suscita una reflexión fundamental en esta polémica: el tiempo, el momento histórico de la representación: “Bruno Ganz hace un magnifico rol de Hitler. El teatro muestra la sociedad, sus conflictos, no los crea. Es bueno que la escena nos intimide, nos estremezca. El rechazo tiene que ver con heridas frescas”.

Al respecto Julián Román reconoce: “Pensé que esta serie iba a salir el otro año, que iban a esperar a que pasara el proceso de paz […], porque las heridas están abiertas: muchos de los verdugos están en Estados Unidos, aquí no han reparado nada. Pero pasó una cosa: hoy todos tienen puesta la camiseta de las víctimas, hace un mes nadie hablaba de ellas. Por más acalorado que sea el debate: sí deberíamos sentar a muchas partes para que hablaran del tema: RCN, la productora, las familias de los desaparecidos, el mismo gobierno. Asumo mi interpretación, pero más allá no tendría por qué”.

***
En la indagatoria del juicio por sodomía a Oscar Wilde, el abogado Edward Carson, defensa del Marqués de Queensberry (el indignado padre de Lord Alfred Douglas, joven amante del escritor irlandés), cuestionó el comentario sobre la moral y el arte del prefacio en El retrato de Dorian Gray…
El acusado sólo respondió: “Ninguna obra de arte expone puntos de vista. Los puntos de vista pertenecen a las personas, no al artista”.

Por Ana Cristina Restrepo Jímenez

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