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La moda y los cuerpos domados

A unos días de que comience Colombiamoda, intenta desentrañar cuál puede ser uno de los orígenes del profundo sufrimiento que mujeres y hombres sienten sobre su cuerpo.

Angélica Gallón Salazar
21 de julio de 2012 - 09:00 p. m.

¿Por qué sufrimos tanto nuestro cuerpo?, ¿por qué padecemos ingratas columnas de opinión que exaltan modelos de belleza que a toda costa nos obligamos a cumplir y no conseguimos? ¿Por qué nos olvidamos de que los patrones estéticos no son naturales sino mandatos construidos? ¿En qué momento dejamos de ver el cuerpo como una entidad única, irrepetible, que celebra nuestra singularidad, y nos condenamos a querer ser todos unos cuerpos igualados en su perfección?

Para tratar de entender un poco más lo que produce tanta angustia en torno al cuerpo hay que hacer un viaje hacia a 1949, fecha en la que apareció la moda rápida hecha bajo el modelo de la producción industrial y bautizada prêt-á-porter. El sistema del vestido “a la medida”, que un sastre creaba a merced de las formas y redondeces de cada cuerpo y que había operado durante siglos, fue sustituido por una producción serial que necesitaba encontrar una manera de atender la mayor cantidad de cuerpos posibles sin tener que detenerse en sus minuciosas diferencias.

Este nuevo momento de la moda trajo consigo nuevos problemas. Al principio cada diseñador creó su propio y único sistema de medidas y de tallas de manera arbitraria, sin hacer ninguna curaduría sobre el cuerpo de las mujeres. “Prendas con diferencias enormes de tallas fueron marcadas como la misma talla por diferentes manufacturas”, recuerda el sociólogo George Simmel.

A raíz del problema, a finales de 1949 el Departamento de Agricultura de los Estados Unidos, para hacer un uso más eficaz del algodón, preparó un estudio sobre las medidas del cuerpo femenino con el propósito de crear un sistema de tallaje estándar para la Commodity Standards Division, que toda la industria pudiera seguir. Los resultados del análisis sugirieron tallas del número 8 al 38, combinadas con 3 letras: (T) tall, (R) regular o (S) short, y con tres símbolos: (–) delgado, ningún símbolo para el promedio, y (+) relleno.

Aunque lo que estos estudios perseguían en principio era tratar de ajustar ese vestido fabricado en serie a los cuerpos reales, con el tiempo lo que se haría evidente es que con el sistema de tallaje, antes que particularizar el cuerpo para la moda, lo que se logró fue regularizarlo y estandarizarlo.

Atrás quedaban las épocas en que el cuerpo de cada dama o jovencita le daba una idea al modisto para que hiciera sus patrones. Con la confección industrial se puede observar una inversión en el movimiento: no es el vestido el que tiene que ajustarse al cuerpo, será más sencillo que el cuerpo trabaje para adaptarse al vestido, para caber en el estándar.

Las mujeres que deseaban ahora parecer más lánguidas, antiguamente no habrían mostrado vergüenza alguna por la exuberante corpulencia. Hasta las primeras décadas del siglo XX, ser corpulento era símbolo de bienestar, lo que suscitaba una sensación de buen aspecto físico en contraste con la apariencia miserable y seca de obreros y desempleados. Experimentar un ostentoso placer por la buena y rica comida —expresión de lo superfluo y del lujo de la clase poderosa de aquella época— se convertía de esta forma en un elemento determinante para el juicio estético sobre una persona. Pero otro patrón empezaba a operar.

La producción industrial propuso unas medidas ideales para el cuerpo y empezó a operar una estrategia de presión, gracias al velo de la publicidad, que casi obligaba a las mujeres a desear otro cuerpo que no era propiamente el que tenían. Es un nuevo cuerpo que se hace aparecer como necesario y que todas desean tener, aunque ninguna tenga claro por qué ese es el cuerpo a desear. Aún hoy cabría la pregunta de por qué todos queremos tener el abdomen plano o ser delgados. ¿Alguien puede responder a esa pregunta?

La moda empezó así a sugerir una cierta homologación del cuerpo a los objetos: despojando de su autonomía al cuerpo —el depositario de la identidad personal por excelencia—, la moda lo vuelve algo que puede ser transformado, confiriéndole una docilidad y una pura exterioridad. La moda hace del cuerpo una cosa que puede ser producida, domada, ajustable a unos estándares de producción. La poderosa maquinaria publicitaria y la maquinaria de la moda universalizan y naturalizan esos cuerpos deseables y hacen olvidar que las propiedades corporales consideradas como legítimas, o bellas, son construidas.

Mike Featherstone investiga el modo en que se experimenta el cuerpo en la sociedad contemporánea. “El cuerpo se ha convertido en el centro de un trabajo cada vez mayor (ejercicio, dieta, cirugías) y hay una tendencia a ver el cuerpo como parte del yo que está abierta a revisión, cambio y transformación”. El cuerpo así ha dejado de ser una unidad cerrada y se ha convertido en un objeto en el cual invertir para alterar su forma.

Si antes el corsé con sus huesos de ballena determinaban el ancho de las cinturas y se veía como la prenda que encarnaba la máxima represión y disciplinamiento del cuerpo femenino, ahora una nueva forma de disciplinamiento más inmaterial, la del deseo, se labra sobre el cuerpo, para conseguir que la talla 4 o la 6 sean las ideales. Ahora ya no hay corsés: hay dietas y ejercicio. En los términos de Joanne Entwistle, “mientras el estómago de la encorsetada mujer del siglo XIX sufría la disciplina desde afuera, la mujer del siglo XX y XXI se disciplina el estómago mediante la autodisciplina”. Ahora el cuerpo es el objeto, el cuerpo es la moda y así el cuerpo muta y se transforma con los avatares de la forma y el corte, con los avatares del capital.

Por Angélica Gallón Salazar

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