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La moral según Facebook

La justicia en Francia se declara competente para proceder sobre una demanda por la desactivación de un perfil de Facebook luego de que el usuario publicara una reproducción de una obra de arte en la que se muestran los genitales de una mujer.

Redacción Cultura
08 de marzo de 2015 - 09:31 p. m.
‘El origen del mundo’ (1866), obra de Gustave Courbet.  / ‘El origen del mundo’ (1866), obra de Gustave Courbet.
‘El origen del mundo’ (1866), obra de Gustave Courbet. / ‘El origen del mundo’ (1866), obra de Gustave Courbet.
Foto: AFP - SEBASTIEN BOZON

Hace cuatro años, un usuario de Facebook comenzó a pelear contra la red social luego de que su perfil en éste servicio fuera borrado por presuntamente haber infringido la política acerca de imágenes explícitas y pornografía. Toda una declaración de principios, pues se trata de la publicación de una reproducción de ‘El origen del mundo’, una obra de 1866 del pintor Gustave Courbet, cuadro en el que se muestran los genitales de una mujer.

La publicación del cuadro fue hecha como parte de una invitación a ver un documental sobre la obra de Coubert, quien incluso en su momento enfrentó ciertos niveles de censura por pintar la naturaleza humana, literalmente hablando.

El usuario afectado, identificado en reportes de prensa como Frédéric Durand-Baïssas (un profesor parisino), notificó a Facebook de su queja, aunque no obtuvo respuesta de parte de la compañía y fue entonces, en 2011, cuando interpuso la acción legal contra la compañía: violación de la libertad de expresión es el principal motivo legal de la demanda, en la que también se busca reparación material bajo el argumento que la plataforma hace dinero con los datos de los usuarios y es, según el demandante, apenas lógico que parte de esas ganancias sean retribuidas a personas perjudicadas por las políticas del servicio.

El caso tiene varias aristas interesantes y que, sin mayores grandilocuencias, pueden sentar amplios precedentes legales. El primero tiene que ver con la responsabilidad de Facebook ante la justicia de países diferentes a Estados Unidos (Francia, en este caso) y el segundo está relacionado con la forma como servicios en línea pueden afectar la libertad de expresión e incluso el derecho de asociación mediante la aplicación de políticas que, buscando repeler la pornografía, afectan expresiones humanas como el arte o el disenso; en últimas, se trata de cómo una compañía privada puede terminar imponiendo un modelo moral de aproximarse al mundo, una empresa dirigida por alguien de 31 años.

Facebook argumenta que los términos de uso que los usuarios aceptan al entrar al servicio especifican que la compañía sólo responde legalmente ante jueces de Estados Unidos. La justica francesa opina diferente, pues asegura que esta política pone en desventaja a sus ciudadanos. También cuestiona la efectividad de los términos de servicio: un documento demasiado largo e incluso complejo como para que cada uno de los clientes de la plataforma lea y comprenda en detalle, al menos lo suficiente para que se puedan considerar debidamente informados sobre las condiciones de acceso a la red social.

El fallo, que se conocerá en aproximadamente un año según Stéphane Cottineau, abogado del profesor, podría sentar un precedente no sólo en Francia, sino incluso en otros países en los que se interponen acciones legales contra la compañía.

Por el otro lado, las políticas de imágenes explícitas son un asunto complejo, pues el espíritu de las normas en servicios en línea (Facebook, Flickr, YouTube, Blogger…) es proteger a una parte de sus usuarios (menores de edad, en su mayoría), contribuir a la lucha contra la pornografía infantil y, de paso, evitar que sus usuarios monten lucrativos servicios de material para adultos sobre plataformas gratuitas. Hasta acá todo bien.

La cosa cambia cuando en el refuerzo de estas políticas se cruza la línea (arbitraria, por lo demás) entre qué es pornografía y qué es libertad de expresión. Además, también habría que resolver las preguntas siempre complejas acerca de qué es pornografía, qué es erotismo y, si no hay conductas ilegales en la mitad, cuál es el problema con la pornografía.

Más allá del enorme negocio que representa (algunas cifras hablan de más de US$3.000 millones, por segundo), la pornografía quizá pueda ser contada como una de las fuerzas detrás de la red, tal y como la conocemos hoy: ¿qué hubiera pasado con el ancho de banda y las velocidades de las conexiones sin que una industria de este tamaño no hubiera presionado para poder implementar servicios de streaming, por ejemplo? ¿Se habría avanzado tan rápidamente sobre temas como el acceso y el incremento en la capacidad y velocidad de navegación? Se estima que al menos un cuarto del tráfico de internet es pornografía.

Para marzo 23 de este año, Blogger (cuyo dueño es Google) se había planteado la meta de prohibir todo tipo de material explícito en su plataforma: para acceder a este tipo de contenido era necesario ser invitado por el autor de la página. “Esto es como tener una biblioteca pública en la que todas las estanterías están vacías, imperceptibles para los lectores, y en la que los autores deben pararse en persona para repartir copias de su trabajo”, escribió la bloguera Zoe Margolis.

Por fortuna para los blogueros (y en buena parte para el resto de la red), Blogger decidió, a finales del mes pasado, dar reversa a los cambios previstos y continuar con el refuerzo de los métodos mediante los cuales busca cazar los sitios que se dedican a la explotación comercial de la pornografía, en vez de decretar una censura absoluta con bases dudosas, por decir lo menos.

En su texto, Margolis argumentaba que en su momento, la decisión de Blogger amenazaba la estructura misma de la red, pues fraccionaba la capacidad para compartir información, pilar principal sobre el cual se levantó la web desde sus comienzos. Un principio que, por cierto, cada vez está más amenazado por violaciones a la neutralidad de la red, la vigilancia masiva o la llamada balcanización de redes locales, provocada casi siempre por la censura ejercida por ciertos gobiernos, o incluso algunas compañías privadas.

Por Redacción Cultura

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