El Magazín Cultural
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La muerte enferma (cuento)

Un día la muerte se sintió enferma, sin saberse de qué. Era como pérdida de memoria, creía ella, ya que últimamente se le olvidaba cumplir algunas de sus citas con el señor destino y éste ya se había quejado con el jefe superior: el señor tiempo. Últimamente se sentía algo indispuesta, con ganas de dormitar, cosa extraña, ya que eso nunca lo hacía, pero la razón era otra.

Nataly Jaramillo
30 de mayo de 2016 - 02:00 a. m.
Mauricio Parra.
Mauricio Parra.

La razón era que se estaba desvaneciendo en el tiempo como un mito más. Ya los hombres no la necesitaban para morir, así que al no representar nada en el mundo, eso quería decir que estaba enfermando de verdad, ya que si el hombre pierde la creencia en lo infinito pues todo lo que está detrás de ese infinito muere.

La muerte estaba aterrorizada. Nunca había sentido tanto temor de sí misma, de morir en brazos de sí misma. Era terrible pensar en lo que pasaría, pues sabía el destino de los mortales, había sido la madre del mayor temor de los hombres, pero el no saber el suyo propio la fue desarmando. Llevaba dos semanas en cama, y nadie la preguntaba. Tampoco había cumplido con sus últimas citas, pero es que tampoco había sido solicitada. Pasaron varias semanas hasta que por alguna razón, alguien pensó en ella y quizás en la idea de su muerte, así que en menos de dos días ya se habían congregado un gran número de periodistas en la avenida el infierno, calle de las almas, sorprendidos por lo que pudiera pasar con la muerte. Se revolucionaron los diarios y decían miles de cosas acerca de la muerte y de cómo era posible que los hubiese abandonado. Lo que sucede es que jamás pensaron en que paradójicamente ya no la necesitaban.

La muerte seguía triste. Quiso renunciar a su oficio con tal de no morir, renegó a Dios el no haber tenido otro oficio y además le cuestionó el hecho de que dejara que los hombres lo alteraran todo de esa manera hasta llegar al punto de ya no necesitarle. Antes, nunca había tenido tiempo de pensar por una vez en su larga muerte. Siempre había estado segura de su total importancia en el mundo, pero ahora era diferente, ahora llegaba tarde a sus destinos, llegaba sólo a recoger las almas muy cómodas ya en su otro plano, ahora sólo se acordaba de los restos que encontraba siempre, los suicidas en los techos, los revólveres en la boca, los venenos en las cucharas, las sogas en los cuellos, las pastillas en las manos, la embriaguez en los carros, la heroína en las venas, la bulimia en los sanitarios, las balas perdidas, el odio en los cementerios, ya no era la culpable de nada, ya no era la dueña de la mitad de las muertes de las que se le acusaban, ya sólo era el espanto, ya no tenía fuerzas, ya se las habían quitado, ya no era la más pervertida y a los días la más visitada, ya no. No quiso dar entrevistas y a cambio de ello publicó un comunicado en la internet donde explicaba las causas de su enfermedad.

Decía así: Quiero disculparme por los moribundos que me esperan, pero no sé si podré llegar a tiempo antes de que algún otro ser de este mundo se me adelante. He querido decirles que se acerca mi propia hora fúnebre y el temor me agobia. Si los hombres se empeñan en seguir perdiendo su humanidad, ya no habrá espacio para divagar en el mundo, ellos ya han decidido ser su propia muerte, han decidido por sí mismos el destino, se me han adelantado, ya han matado a Dios y qué más da, ya su misión es acabar con lo que queda.

 

Por Nataly Jaramillo

 

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