El Magazín Cultural
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"A la muerte mi tristeza"

Por aquel tiempo íbamos corriendo y riendo. Nadie podrá matar el recuerdo, ni el olvido podrá, mientras esté, donde esté, o mientras esté yo...

Ángela Martin Laiton
07 de agosto de 2014 - 04:08 a. m.

Sábado, una de la mañana, suena el teléfono, —Debes venir a la casa, mataron a Yesid. —Tomé mi ropa, sorprendida, sin lágrimas aún, no sabía por qué no podía llorar, me dolía tanto el alma que ni una lágrima podía soltar, salí a la calle y el viento y la lluvia me golpearon el rostro, me despertaron, me mostraron que ese dolor era real, y caían lágrimas gruesas mezcladas en la lluvia, tomé un taxi, señor, lléveme rápido por favor. Entré por una calle ancha, cintas amarillas impedían el paso, y mi corazón se aceleró, las piernas no me respondían, se moría en mí el absurdo sentimiento de querer llegar y que todos dijeran que era una equivocación.

Llovía intensamente, me bajé como pude y corrí, nadie me dijo nada, mi hermano tenía la mirada perdida en un horizonte que no veía, sencillamente lloraba, me abrazaba y lloraba. —Allá está su prima, véala —sonó la voz de la mamá de Yesid, caminé hacia Yenny, no sabía qué hacer, su hermano, inerte, estaba ahí, me acerqué al cuerpo, y lo vi en esa escena tan triste, en el piso, nadie lo ayudó, muchos lo vieron morir, pensé en lo solo que pudo sentirse, volteé la vista a mi prima, poco tenía para decir, porque las palabras a veces se enredan en un hormiguero inmenso que se atraviesa en la garganta, y la voz no sale, y el cerebro no responde, —Yo sé que le duele y me duele mucho, la amo mucho —la abracé y lloramos, en medio de todos, con ojos curiosos encima, y la lluvia nos confundía las lágrimas. Llegó la Fiscalía, lo movió, lo revisó, le quitó la ropa, se la puso de nuevo, lentamente lo envolvió, lo subió al carro, la muerte se lo llevó. Seis de la mañana, parecía increíble, nos llenaban el corazón sentimientos de culpa, rabia, impotencia. Ni siquiera podía ser políticamente justa, ni siquiera sé si tengo noción de justicia, no la conozco, en este país de víctimas y victimarios nadie conoce la justicia, a veces pienso y la imagino con una balanza en brazos, no sé nada más de ella, tan mitológica como Zeus o Isis.

No le encuentro sentido a lo que escribo, me la juego por la memoria, me la juego por no olvidar tan rápido, y la vida continúa, esa noche sentí que el tiempo paraba en mi cabeza, recogido el cuerpo volví mi vista hacía el mundo y descubrí que para nadie había pasado nada. El dolor, la tristeza, las lágrimas y su presencia se fueron esa noche con la lluvia...

Por Ángela Martin Laiton

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