El Magazín Cultural

‘Murió entorpeciendo el tránsito’

Emilia, la protagonista del libro de Zambra es una imagen borrosa pero definitiva en una obra que no cuenta nada distinto a la vida normal de una pareja que no se ama.

Camila Builes / @CamilaLaBuiles
08 de marzo de 2017 - 03:56 a. m.
‘Murió entorpeciendo el tránsito’

Emilia no habla. Emilia no habla porque está muerta, porque se tiró a las vías de un tren en España. “Murió a contramano entorpeciendo el tránsito”, como cantaba Chico Buarque. No conocemos la voz de Emilia. No conocemos el sabor de su aliento, las flores de sus vestidos, el olor de su sudor. Todo lo que sabemos de ella lo sabemos por Julio. Julio que la recuerda, Julio que no sabe si lo que sintió por ella fue amor o capricho o las dos. O nada. Tal vez nada. Julio no tenía una vida, nunca la tuvo. Lo único suyo fue el cuerpo de Emilia: pálido y esquelético. Pero nosotros nunca conocimos a Emilia. Porque Emilia está muerta.

Ella es como el aire en Bonsái (Anagrama, 2006), esa novela del chileno Alejandro Zambra que tiene la misma música que Mudanza, un poema que es un puñal. Emilia muere en el primer párrafo de la novela, pero transita por todas las líneas, omnipotente y poderosa: decidiendo el camino de los demás personajes según su gusto, su estado de ánimo.

Julio fue el cuarto novio de Emilia. Cuando Julio se enamoró —o creyó enamorarse— de Emilia, toda diversión y todo sufrimiento previos a la diversión y al sufrimiento que le deparaba Emilia pasaron a ser simples remedos de la diversión y el sufrimiento verdaderos. En la historia de ambos, en todo caso, hay más omisiones que mentiras, y menos omisiones que verdades, verdades de esas que llaman absolutas y que suelen ser incómodas. La de Emilia y Julio fue una relación plagada de verdades, de revelaciones íntimas que constituyeron rápidamente una complicidad que ellos quisieron entender como definitiva.

No hablemos de ellos dos. Hablemos de Emilia, que en una de las frases que recuerda Julio lanzó veneno desde el corazón: “¿Qué sentido tiene estar con alguien si no te cambia la vida?”. Eso dijo, y Julio estaba presente cuando lo dijo: “que la vida sólo tenía sentido si encontrabas a alguien que te la cambiara, que destruyera tu vida”.

Emilia es tan común que no parece un personaje literario. ¿Lo será realmente? No hay heroicidad en ninguno de sus actos. No es una intelectual formidable o una guerrera campal. Es una Emilia que podría ser una Laura o una Estella o una anónima. Ese es su poder: ser todas al mismo tiempo. A ella también la acosaban en la calle, también un hombre cree que por ser hombre tenía poder sobre ella. También debe desaparecer bajo el manto de la duda del qué dirán. También es juzgada por lo que decide ponerse: un jean negro o una falda corta. ¿Qué dice la ropa de una mujer? ¿Qué dice la ropa de un hombre?

Aunque Emilia muere, nunca desaparece. La idea fantasmagórica se instala de tanto en tanto en una imagen, en un recuerdo, en una calle. Es una virtud de Zambra: darles el poder a las mujeres sin la forma típica del diálogo y el protagonismo corporal. No hay mayores ilusiones con la historia. Cierta tarde, especialmente larga, Julio decide comenzar dos dibujos. En el primero aparece una mujer similar a Emilia: los ojos oscuros, casi negros. El culo de Emilia, sus pies, sus mínimos pechos, su pubis. Por fin uno la ve. La conoce. De inmediato se cruza la imagen: esos ojos oscuros mirando hacia dentro, esos pies fracturados, esa vida extinta. Y a uno, que no sabe si llorar o soltar el libro, esa imagen le queda clavada en el pecho.

Por Camila Builes / @CamilaLaBuiles

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